sábado, 25 de julio de 2009

¿Rehabilita la rehabilitación?

La rehabilitación, el mejoramiento de la calidad de vida, la integración son términos que discurren en el vocabulario oficial gubernamental y no gubernamental. Como tales, forman parte de las políticas que históricamente se fueron desarrollando a lo largo del tiempo para dar respuesta a la problemática de las personas que presentan dificultades físicas y psíquicas. Pero la pregunta que surge cuando se observan las contradicciones entre la rehabilitación médica y la realidad es: ¿rehabilita la rehabilitación?
Con el solo motivo de contextualizar históricamente el siguiente análisis, es necesario ubicar, de manera breve y concisa, los acontecimientos más relevantes en cuanto al devenir del mundo Occidental desde mediados del siglo XX; más precisamente, aquellos sucesos que tuvieron lugar entre las décadas del 40 y el 50.
Esta coyuntura histórica se revela decisiva en nuestro trabajo por varias cuestiones:
a) la formulación y puesta en marcha del Plan Beveridge(Inglaterra 1942), garantizando, por parte de todos los Estados, el derecho a la salud a todos sus ciudadanos. Lo que hasta el momento era entendido como “el concepto del individuo sano al servicio del Estado, es sustituido por el Estado al servicio del individuo que goza de buena salud”;
b) el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945;
c) Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948;
c) las grandes epidemias de poliomielitis de mitad de siglo;
d) la creciente industrialización y los accidentes de trabajo que con ella se multiplican;
e) los importantes avances que la medicina del pasado siglo alcanzó en materia de controlar y prolongar la vida. Acontecimientos, entre otros, que hicieron posible la emergencia de una serie de discursos -orientados principalmente a justificar, validar, y legitimar tanto prácticas asistenciales como decisiones político-económicas- que terminarían confluyendo en “un conjunto de medidas sociales, educativas y profesionales para preparar o readaptar al individuo, con el objeto que alcance la mayor proporción posible de capacidad funcional”, esto es: “rehabilitación médica”.
Este corpus heterogéneo de prácticas y discursos en un inicio, y ciencias de la rehabilitación en nuestros días, se encargarían del tratamiento, la inserción y la integración social de los individuos denominados inválidos, lisiados o incapacitados, quienes aparecen como un sector poblacional tan significativo como numeroso en las sociedades europeas de mitad del pasado siglo.
Dicha población se reviste, en aquellos tiempos, de un extraño valor que, para una lógica capitalista, se explica de la siguiente manera: por un lado, tan vasto conjunto de individuos, por su volumen y su origen mayoritario (hombres veteranos de guerra) provocaban a las economías estatales un déficit de mano de obra, de producción y, al mismo tiempo, exigían a sus países ser recompensados; por otro lado, se convertían, paradójicamente, en un mercado relativamente sustancioso.
Parte de lo hasta aquí esbozado puede vislumbrarse en la cita que sigue:“Rehabilitación no es una serie de técnicas, ¡es una norma de vida! Todo hombre tiene derecho a vivir la mejor vida que pueda con lo que le queda (…) Aquí en New York hemos ahorrado cantidad de dinero sacando numerosos pacientes crónicos de los hospitales y habiendo conseguido que vuelvan a trabajar, y demostrando con eso al gobierno el ahorro que ello representa”.
Ahora bien, el concepto de dispositivo, en el contexto de la producción teórica del pensador francés Michel Foucault (1926-1984), nos posibilitará realizar un abordaje analítico de la rehabilitación médica -que, como señalamos, podemos ubicar como un corpus disciplinar enmarcado dentro de las denominadas ciencias de la salud- en relación a sus objetivos y funciones socio-políticas.
El siguiente análisis pretende situarse, fundamentalmente, en el período histórico desde el cual emerge dicho corpus práctico-discursivo, y en el que, al mismo tiempo, es puesto a trabajar.Un dispositivo puede ser caracterizado de la siguiente manera: “En primer lugar como un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho.
El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos (...); en segundo lugar, la naturaleza del vínculo que pueda existir entre estos elementos heterogéneos (...) Resumiendo, entre esos elementos discursivos o no, existe como un juego, de los cambios de posición, de las modificaciones de funciones que pueden, estas también, ser muy diferentes.“En tercer lugar por dispositivo, entiendo una especie -digamos- de formación, que en un momento histórico dado, tuvo como función mayor la de responder a una urgencia.
El dispositivo tiene pues una posición estratégica dominante”. Existirían, según el filósofo, dos momentos fundamentales en las génesis de los dispositivos:“Un primer momento que es en el que prevalece un objetivo estratégico.
A continuación, el dispositivo se constituye propiamente como tal, y sigue siendo dispositivo en la medida en que es el lugar de un doble proceso: proceso de sobredeterminación funcional, por una parte puesto que cada efecto, positivo o negativo, querido o no, llega a entrar en resonancia, o en contradicción, con los otros, y requiere una revisión, un reajuste de los elementos heterogéneos que surgen aquí y allá. Proceso, por otra parte, de perpetuo relleno estratégico”.
Entonces, un dispositivo es el resultado de la permanente relación que un conjunto heterogéneo de elementos mantienen entre sí, con una cierta orientación estratégica. Su constitución, aparición, no es ajena a objetivos estratégicos-políticos; y su función, en un momento histórico dado, está fundamentalmente destinada a responder a una urgencia.
Ésta bien puede ser la de controlar una masa de población flotante que a una sociedad determinada le resulta embarazosa.Como postulamos renglones atrás, los inválidos, lisiados, incapacitados conformaban en los años posteriores a la segunda guerra mundial una población flotante que debió ser ordenada y controlada, precipitadamente, por los Estados involucrados en tan devastador suceso histórico. En otras palabras, una de las urgencias, uno de los problemas a solucionar que se les presenta a los Estados de posguerra podría plantearse en estas direcciones: ¿qué hacer con la enorme cantidad de sujetos denominados incapacitados, lisiados, inválidos, que la guerra había provocado?Siguiendo esta perspectiva de análisis, la rehabilitación médica puede ser pensada como un dispositivo que respondió, y responde aún, a ciertas estrategias políticas de poder. Desde luego que este dispositivo no estuvo dado de una vez, ni es reciente.
Podemos inferir que la posibilidad de su constitución, existencia y permanencia se apuntala y consolida en una modalidad de ejercicio del poder, que aparece entre mediados y fines del siglo XVIII en occidente, denominada por el genealogista: Biopoder
.En el intento de situar lo que consideramos un punto nodal y oscuro, y por ello mismo problemático, sobre el que viene girando el dispositivo rehabilitador desde mediados del siglo XX, creemos necesario formular los siguientes interrogantes: ¿En qué medidas, y sobre quiénes, los objetivos del dispositivo de rehabilitación -estos son: integrar socialmente y mejorar la calidad de vida de los sujetos discapacitados- encuentran las posibilidades de su cumplimiento? Resumiendo, ¿la rehabilitación rehabilita?
Primera cuestión:
¿La rehabilitación mejora la calidad de vida?
Seguramente, se nos dirá, pero, ¿cómo saberlo fehacientemente; en qué momento este objetivo se halla realizado?
Comencemos pensando que hay un saber que por suerte no poseemos, que nos está negado, esto es, cómo mejorar la calidad de la vida, cómo vivir mejor.
Todo aquel que transite algún tiempo por este mundo sabe que no existe poseedor alguno de un saber sobre el buen vivir, un conocimiento clave que pueda ser transmitido y utilizado por otros para mejorar sus vidas.
Por supuesto que hay algunos, demasiados, conocimientos y saberes, pero no uno. Estas clases de saberes sobre la vida quizás sirvan, de vez en cuando y únicamente, para uno mismo y sus hijos. Pero dejemos nuestras conjeturas a un lado e intentemos responder a la cuestión antes planteada.
El concepto de calidad de vida comienza a aparecer en el discurso de la rehabilitación como un objetivo nada menor. Podríamos decir, haciendo una analogía musical, que aparece a modo de una segunda voz junto al afinado objetivo de integración e inserción social.
Más allá y más acá de toda integración, la rehabilitación actual se propone mejorar la calidad de vida del paciente o cliente-discapacitado.
Se nos podrá decir que la integración social es parte del gran objetivo de calidad de vida. O, contrariamente, que mejorada la calidad de vida los objetivos de la rehabilitación están siendo cumplidos. Sí, es cierto, y es justamente esto lo que vamos a reprocharle: que los objetivos que siempre prometió y promete la rehabilitación se incluyan dentro de un discurso tan inconsistente como lo es el de la calidad de vida; que un objetivo como el de calidad de vida englobe, o más bien represente, la finalidad de las prácticas rehabilitadoras, nos está señalando que el eje por el cual se pensaba la problemática de la rehabilitación-discapacidad se ha corrido.
Se ha pasado de la preocupación por la inserción e integración social, al problema de la calidad de vida. Que, como veremos más adelante, este último no es ningún problema; más bien, para decirlo de otro modo, que no lo sea es el mayor problema de todos.Vemos reflejado lo que estamos tratando de decir en la insistente recurrencia al concepto de calidad de vida cuando se habla de los objetivos de la Rehabilitación Médico-Kinésica.
Ya sea en libros, revistas, conferencias, etc., calidad de vida es lo que se promete. Solamente bastará leer el prefacio del libro “Krusen, Medicina Física y Rehabilitación”, donde este concepto aparece 16 veces en sólo dos páginas, o “Rehabilitación: Enfoque integral”, de Doreen Bauer, por nombrar algunos, libro en el cual podemos hallar definiciones como la siguiente:“Entre todos debemos demostrar en el día a día que la rehabilitación no es sólo un tercer nivel asistencial, sino que, en el común objetivo de calidad de vida, es asimismo un primer nivel de actuación”
Ahora bien, ¿qué podemos entender por este objetivo llamado calidad de vida? Recurriendo al filósofo Tomás Abraham, diremos que la calidad de vida es un concepto, una noción, un lenguaje de nuestro tiempo con características imperiales. Y es imperial porque no reconoce fronteras.
Por estos días, la calidad de vida va desde viajar, pasando por tomar agua mineral, a tener un auto; de practicar yoga, a tener un buen par de zapatillas; de dormir ocho horas por día, a poder estudiar; de que recojan la basura a determinada hora, a tener obra social; de comer alimentos con bajo porcentaje graso, a poder comer, y por supuesto acceder a servicios de rehabilitación si se los necesita.
En palabras del filósofo:“Uno de los rasgos de la máquina burocrática es la organización de una sociedad terapéutica que difunde el virus de la hipocondría para imponer una dietética imperial. A esto se lo llama calidad de vida (…) La calidad de vida no tiene límites, siempre se la puede mejorar”.
Entonces, ¿cómo es posible saber cuándo mejora la calidad de la vida?
A menos que postulemos que todo sea calidad de vida, lo cual equivaldría a que nada lo fuera en absoluto, nos hallaremos con una problemática de difícil solución.
Una cosa es saber cuándo mejora la fuerza y la coordinación neuromuscular de alguien que no podía pararse debido a una debilidad muscular, patología u otro motivo, y luego de un plan de entrenamiento o tratamiento se para; y otra muy distinta es decir que mejoró su calidad de vida. Pero asimismo y todo se podría arriesgar una respuesta: la calidad de vida mejora cuando el otro, o uno mismo, lo dice y no antes. Ya que para algunos pasará por poder adelgazar, mientras que para otro por aprender un idioma, y para un tercero quizás no pase por ningún lado. Desde nuestra perspectiva no deja de ser claramente visible el relativismo y la dispersión que encierra un concepto como el de calidad de vida. Repetiremos las palabras de Abraham así, por un lado, cerramos esta cuestión y, por el otro, la abrimos definitivamente: la calidad de vida es un concepto imperial porque no tiene límites, siempre puede mejorarse. Y agregaremos: puede, por ello mismo, empeorar persistentemente.
Por último, un objetivo que tenga como blanco conceptos como el de calidad de vida está revestido de una inconsistencia absoluta, y nos lleva hacia una problemática que debería ser estudiada desde una perspectiva que involucre en su análisis cuestiones como el saber, el poder y los efectos de dominación que estos producen y perpetúan.
Segunda cuestión:
¿La rehabilitación integra socialmente?
De acuerdo con la OMS16, el gran objetivo de la Rehabilitación fue y sigue siendo integrar y reinsertar a las personas con discapacidad, como miembros productivos, a una comunidad determinada. ¿Se puede decir efectivamente que este objetivo se cumple?
Es cierto que en los tiempos que corren los procedimientos y tecnologías médicas, kinesiológicas -físico-terapéuticas-, junto a los avances tecnológicos, no dejan de sorprendernos.
Sus objetivos específicos: físicos-médicos-funcionales las más de las veces se hallan realizados. De todos modos el malestar no deja de hacerse escuchar por parte de aquellos que siguen sin igualdad de oportunidades, sin integración. Individuos discapacitados con servicios terapéuticos y nuevas tecnologías a su alcance -según posibilidades económicas particulares-, pero que se reconocen excluidos, afuera, marginados.
Más bien adentro, integrados, en circuitos cerrados de habilitación, de objetivación, de permanente subjetivación; en el espacio de la más exterior de las interioridades.Entonces promesas; pero que en cuestiones de infraestructura, transporte e inserción laboral, por nombrar algunas, deja mucho por desear; esto es, que por un lado rehabilita y por otros no, debemos suponer -ya que los opuestos, por una cuestión puramente lógica, se terminan excluyendo- que la estrategia política Rehabilitadora resulta absolutamente nula respecto a sus intenciones explícitas; estas son, recordemos: integrar y reinsertar socialmente a determinados sujetos.
Quizás el dispositivo de la Rehabilitación, su funcionamiento y permanencia, esté dado por este confuso juego de afirmación y negación, de habilitación y restricción, de funcionalidad y exclusión. Al ser médicamente útil y a la vez socialmente inofensivo, estéril, queda evidenciado que el objetivo de integración e igualdad de oportunidades no se cumple como debiera. Es más, diremos que se cumple como puede. Sin por ello dejar de pensar que el poder no deja de querer que así se siga cumpliendo.
Entonces, si el gran objetivo no se realiza, la rehabilitación, al menos en el contexto socio-histórico-político de nuestro país, bien podríamos deducir, no estaría rehabilitando. Para concluir y, al mismo tiempo, dejar trazados algunos posibles lineamientos a seguir, expondremos una última, pero no por ello acabada, reflexión. Si el dispositivo estratégico político de la rehabilitación no estaría cumpliendo con sus objetivos, esto es rehabilitar -integrar, brindar igualdad de oportunidades y mejorar la calidad de vida- y a pesar de eso sigue existiendo y en continuo movimiento, su funcionamiento y sus usos deben estar siéndoles útiles a una sociedad para otros fines, distintos a los que se proponen explícitamente.
Desde ya que estamos hablando de política, ¿de qué más podríamos hablar? De políticas que, por un lado, brindan servicios terapéuticos asistenciales y por otro, niegan la infraestructura, los medios, y un lugar efectivo en el entramado simbólico social, al cual todos tenemos derecho en tanto ciudadanos, necesario para la vida de cualquier individuo. ¿De qué le sirve a un sujeto poder transitar libremente y por su cuenta, únicamente y exclusivamente, dentro de los centros de rehabilitación preparados para esos usos? El objetivo de inserción social e integración de determinados sujetos a la sociedad, si lo pensamos detenidamente, resultaría una verdadera paradoja. Analizando estas cuestiones comienza a ser evidente que dichos objetivos están, desde el momento mismo en que se plantean, destinados al fracaso. O tal vez, que este fracaso no sea tan solo eso; más bien y mejor, que sea una de las tantas maneras de excluir incluyendo; de discriminar aceptando; de des-integrar integrando y negar otorgando, de algún modo, cierto grado de humanidad a determinados sujetos.
Alejandro Benedetto*

* Alejandro Benedetto es licenciado de Kinesiología y Fisitría. E-mail de contacto: alejandro benedetto@hotmail.com

3 comentarios:

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  2. la rehabilitación es, en algunos casos, la manera más efectiva a ciertas aflicciones como lo son las adicciones por ejemplo.

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