jueves, 4 de marzo de 2010

Neurosis, histeria, psicosis

Nos referimos a aquellas afecciones que no tienen una base orgánica, sino a las enfermedades del alma, como las llamaban los antiguos. Según el psicoanálisis, todos somos neuróticos, psicóticos o perversos. Quizás conocer algunos detalles sobre estas estructuras (no se tratan las perversiones) nos ayude a ubicarnos y a comprender algunos de nuestros problemas
Palabras previas
El texto siguiente es apenas una introducción al tema. Pretender abarcar en unas pocas líneas el universo de manifestaciones que esconden estas tres palabras y que lleva años de estudio de la carrera de Psicología y tantos otros de práctica profesional para develar las manifestaciones particulares y comprender las sutilezas con que se manifiestan en el caso particular resultaría extremadamente soberbio.
Uno de los riesgos que se corren al realizar síntesis apretadas es el de elegir algunas vías de explicación y abandonar otras. Otro resulta de la pérdida de riqueza de los fenómenos descriptos. Pero quizás el más peligroso de todos sea el de confirmar en el lector una especie de dejà-vu, producto de la instalación y la vulgarización en la cultura de la circulación de estos términos a manera de rótulos generalizadores, que funcionan como algunos manuales para principiantes, que pretenden “bajar” teorías complejas y ponerlas en palabras sencillas, con lo cual hasta el menos avisado cree saber sobre el tema, cuando apenas ha rozado la superficie.
Hechas estas aclaraciones, pasemos al tema que nos convoca.
Introducción
Cuando hablamos de neurosis, histeria y psicosis nos referimos a tres tipos (o dos, como ya veremos) de afecciones mentales que no tienen una base orgánica, aunque, al menos para la última de ellas se postula desde hace años que su causa podría hallarse en ciertos desequilibrios cerebrales. Existen posturas extremas al respecto que señalan que todas las psicosis son somáticas. Es notorio que ciertas enfermedades (Alzheimer, por ejemplo) llevan a la demencia, así como determinados procesos infecciosos, o que el consumo de algunas sustancias y los traumas craneales pueden producirla, sea en forma permanente o pasajera. Pero, al menos hasta el presente, no se han presentado pruebas contundentes de que el origen de ellas sea sólo producto del cuerpo. Por el contrario, en muchos casos escapan al corsé organicista y hasta es posible que una afección psíquica produzca efectos en el cuerpo (psicosomatismo).
En lo que sigue nos centraremos en las que se producen en la psiquis.
Neurosis
El término le pertenece al médico escocés William Cullen, quien en el último tercio del siglo XVIII lo utilizó en un tratado sobre medicina, junto a otras afecciones como la dispepsia, las palpitaciones y las enfermedades mentales, entre otras. Durante el 1800, se denomina neurosis a distintos padecimientos localizados (neurosis digestivas, por ejemplo) que no producen inflamación ni lesión de los órganos interesados y comienza a asociársela al sistema nervioso. Abarcaba la histeria, lo psicosomático y hasta lo neurológico, por lo que tendía a ocuparse de un grupo heterogéneo de síntomas y enfermedades. Recién hacia finales de dicha centuria se establece que quedan excluidos de tal noción aquellos padecimientos con etiología somática y comienza a establecerse una separación entre lo propiamente neurótico y aquello que se denominaba psicosis, demencia o delirios.
En ese tiempo, Freud acepta la distinción entre neurosis y psicosis de la psiquiatría alemana, aunque no se dedicó prioritariamente a determinar la separación, sino que su preocupación de aquellos años pasaba por establecer el mecanismo psicogénico de una serie de afecciones. Luego las divide en neurosis actuales (disfunción de la sexualidad, ubicada en el presente) y psiconeurosis (conflicto psíquico, ubicado en la infancia). También se centró en diferenciarla de la perversión (desviación de la conducta sexual considerada normal).
Para un sector de la psiquiatría (Henri Ey), se trata de trastornos de la conducta, de los sentimientos o de las ideas que constituyen una transacción mediante la cual el sujeto obtiene cierto beneficio (beneficio secundario). También se produce porque el sujeto no encuentra, en la identificación con su propio personaje, la posibilidad de establecer buenas relaciones con los demás y lograr su propio equilibrio interior.
Según otras concepciones, se trata de episodios de desequilibrio que manifiestan personas que han logrado una función mental adecuada. De resultas de ello, la conducta se ve perturbada, aunque no de manera que le impida una vida de relación dentro de los límites aceptables. Una de sus características es que se basa en conductas repetitivas.
Los manuales de salud mental DSM-IV y CIE-10 no utilizan el término, por considerarlo vago y genérico, por lo que no sería un principio organizativo. Quizás ello se deba a que fue usado con demasiada ligereza y para englobar trastornos relativamente menores dentro de una estructura de las afecciones mentales de tipo lineal. La escuela francesa niega tal linealidad y descree, como postula la psiquiatría alemana, que se pueda entrar y salir de las patologías. El psicoanálisis plantea que no se sale de dichas estructuras, sino que lo que puede variar es la forma como el sujeto se posiciona ante ellas.
La forma del diagnóstico es diferente, según las distintas teorías. Por ejemplo, la psicología tradicional se basa en sucesos fenomenológicos observables, tales como la descripción del comportamiento. En cambio el psicoanálisis no sólo se sustenta en los síntomas, sino que toma en cuenta otros parámetros, ligados íntimamente a cuestiones simbólicas, que tienen que ver con la represión.
La clasificación de los tipos de neurosis tiene sus problemas. Hay autores que la dividen en cinco clases, otros en siete, nueve, etc. También se cuestiona la utilidad de establecer las tipologías. A continuación haremos una somera descripción de las formas de manifestación más frecuentes.
- Neurosis de angustia: Es aquella en la que predomina una angustia masiva, con manifestaciones físicas respiratorias (ahogos, afonías, etc.), cardiovasculares (taquicardia, palpitaciones, entre otras), digestivas (espasmos, diarrea, vómitos, etc.), musculares (temblores, dolores), sensitivas o cutáneas (cefalea, eczemas, zumbido de oídos, etc.), incontinencia y muchas otras.
En el aspecto psíquico, predominan sentimientos de impotencia, pesimismo, temores infundados, ansiedad extrema, que hacen que, cuando el cuadro es extremo, la persona en ocasiones sea incapaz de controlarse.
Para Freud, ella se debe a la acumulación de tensión sexual (en el sentido de libido), y también se relaciona con la culpa, la represión y las situaciones de separación y abandono. Una de las formas actuales que adopta es el ataque de pánico.
- Neurosis fóbica: En ella se desplaza la angustia en forma sistemática hacia un objeto o una situación que adquieren el carácter de terroríficos. Las formas más usuales en que se presenta son la agorafobia (miedo a espacios abiertos), la claustrofobia (a los lugares cerrados), el vértigo, los miedos a distintos objetos, a las personas, a distintos animales, a medios de transporte, entre muchas otras.
Ello lleva a que el fóbico utilice técnicas de evitación (eludir aquello que atemoriza) y/o de tranquilización (no estar solo o rodearse de objetos que le dan seguridad).
- Neurosis obsesiva: Se caracteriza por ideas obsesivas, la compulsión y los rituales. La compulsión se manifiesta no sólo en el pensamiento, sino también en la acción (a veces agresiva). También a través de actos repetitivos de carácter simbólico (ritos). El individuo suele tener conciencia de su condición y lucha contra tales manifestaciones, aunque si no recurre a tratamiento, suele ser en vano, lo que usualmente le produce agotamiento.
- Hipocondría: Quien la padece cree estar enfermo, muy frecuentemente padeciendo una enfermedad grave. Suele estar atento a su cuerpo, para detectar el más leve signo de dolencia. El factor predominante es la ansiedad.
Existen otras formas, algunas de ellas derivadas de las anteriores. En realidad, resulta difícil, en algunos casos, establecer los límites entre unas y otras.
Histeria
Para el psicoanálisis, las neurosis pueden ser de los siguientes subtipos: histeria, neurosis obsesiva y fobia (algunas posturas teóricas no la admiten como diferenciación). Es decir que la histeria no sería una estructura independiente. Sin embargo, por ser el eje fundamental de la creación de Freud y por su amplia difusión en la cultura occidental, la tratamos aparte, aunque, insistimos, es una forma de la neurosis.
La primera cuestión cultural que merece destacarse es la que de deriva de su nombre. Histeria proviene del griego “hystera”, que es como se denomina en dicha lengua al útero. Ello se debe a que suele asociarse lo histérico a la mujer, aunque de ninguna manera es privativo de ella. Tal vez se podría adjuntar como una característica de lo femenino, presente en todo ser humano, más allá de su sexo, aunque sigue resultando una postura sexista.
Conocida desde tiempos remotos (Hipócrates habla de ella), se la consideró una enfermedad. A finales del siglo XIX, su consideración siguió dos direcciones. Por un lado, sus síntomas se atribuyeron a la sugestión, la autosugestión o a la simulación. Tal línea de pensamiento está representada por Babinski. Por su parte, Charcot la reconoció como una enfermedad definida. Breuer y Freud dirimieron la controversia, afirmando que se trataba de una enfermedad psíquica definida y con sintomatología propia. A este último, sus estudios sobre la histeria lo condujeron al descubrimiento de muchos de los conceptos basales de su teoría (inconsciente, fantasma, transferencia, etc.).
También conocida como histeria de conversión o alteración somatomórfica, históricamente se la asocia a ciertas manifestaciones sobre el cuerpo que no poseen origen orgánico, tales como parálisis o cegueras sin que exista una anomalía física que las produzca. En cada época tiene distintas formas de manifestación, aunque casi siempre referidas a lo corporal. En ocasiones, sin embargo, puede simbolizarse a través de una enfermedad psíquica, mediante la cual pueden producirse amnesia disociativa (olvidar ciertos sucesos estresantes o incluso perder la memoria de sí), fuga disociativa (viajes prolongados en los que se pierde el recuerdo), personalidad múltiple u otras formas. En algunos casos se presentan como anestesia arbitraria de zonas del cuerpo.
Además de la de conversión, se citan como maneras de expresarse la histeria de angustia (similar a la fobia), la de defensa (como protección ante representaciones displacenteras), la de retención (por imposibilidad de descargar afectos) y otras.
En las neurosis en general, pero sobre todo en la histeria, se habla del beneficio secundario, que es la ganancia que tiene el sujeto ante su padecimiento. Usualmente, ésta consiste en poder resolver un conflicto o frustración actual o permite la represión de ese conflicto, quitándole actualidad. De hecho, si los síntomas desaparecen, el paciente quedaría sin defensa y a merced de aquello que lo inquieta.
Psicosis
Más allá de ciertos resquemores en la utilización del término por parte de algunas corrientes psiquiátricas, estas enfermedades mentales no son una novedad en la historia de la humanidad. Desde antiguo hay referencias en tratados médicos o en obras literarias a locos, dementes y lunáticos. Se los ensalzó en algunos tiempos y se los persiguió en otros. También se la consideró como posesión divina o demoníaca. Hasta en algún momento se pensó que su afección podía ser contagiosa.
Lo que establece una diferencia importante entre neurosis y psicosis es que en la primera, el sujeto puede amañar la realidad, pero no pierde contacto con ella, mientras que en la psicosis ocurre todo lo contrario.
Para el DSM-IV, las psicosis entran en lo que se denominan “trastornos de la personalidad”. Para que se considere a una persona dentro de alguna de las subcategorías, debe presentar algunos rasgos de la siguiente casuística: desconfianza, soledad, creencias raras, pensamiento raro o mágico, ideas delirantes, alucinaciones, comportamiento catatónico, abulia, lenguaje desorganizado, etc. Por su parte, los trastornos bipolares (alternancia entre estados de ánimo maníacos y depresivos), se hallan comprendidos en la categoría de “Trastornos del estado de ánimo”. También se habla en el Manual de “trastorno psicótico breve”, que es aquel que puede afectar a un individuo pero que tiene una duración inferior a un mes.
Por su parte, el psicoanálisis distingue cuatro formas de psicosis:
1) Paranoia: Se caracteriza por un delirio más o menos estructurado, autorreferente, con predominio de la interpretación (lo que se dice o lo que ocurre es resignficado), que generalmente evoluciona hacia el deterioro. Incluye el delirio de persecución, la erotomanía (el otro está enamorado de la persona), la celotipia (celos extremos) y el delirio de grandeza. Según Lacan, se expulsa el significante fálico del aparato psíquico mediante la forclusión, mecanismo que consiste en el rechazo de un significante fundamental para la constitución del sujeto.
2) Esquizofrenia: Creado por Breuler en 1911, el término alude a la incoherencia del pensamiento, la acción y la afectividad; al distanciamiento de la realidad con repliegue hacia sí mismo; a la actividad delirante acentuada y el predominio de una vida interior con abundancia de producciones fantásticas, todo lo cual evoluciona hacia un deterioro intelectual y afectivo.
3) Melancolía: Es el antiguo nombre con el que suele conocerse a la depresión. Provoca estados de desasosiego intensos y duraderos, que en ocasiones pueden conducir hasta el suicidio.
4) Manía: Se puede definir como el estado exacerbado del ánimo, con exaltación y excitación extremas, usualmente eufórico, pero con irritabilidad extrema, con pérdida del pudor y de la inhibición, muchas veces con logorrea y problemas para seguir las ideas propias y el hilo de la conversación, entre otros.
Usualmente las dos últimas se combinan y se alternan, en lo que suele llamarse trastorno bipolar o trastorno maníaco-depresivo.
Tratamiento
Hay una controversia importante entre la psiquiatría y buena parte de las corrientes psicológicas acerca de la medicación, sobre todo respecto de la neurosis, porque desde un lado se afirma que el suministro de medicamentos mejora la perfomance de los pacientes en sus actividades, mientras que desde el otro se postula que hay tratamientos que, aunque en ocasiones puedan ser prolongados, ayudan a resolver el meollo del problema, en lugar de atiborrar al sujeto con ansiolíticos o antidepresivos, que, además de crear una cierta dependencia y tener efectos colaterales importantes a largo plazo, no hacen sino enmascarar el conflicto, el que, tarde o temprano, hallará alguna vía de expresión alternativa, que puede resultar mucho más virulenta. Es interesante la afirmación de John Forbes Nash (premio Nobel de economía de 1994, esquizofrénico, sobre la vida de quien se realizó la película “Una mente brillante”), acerca de que agradece a los psiquiatras por haberlo curado, pero que desde entonces no ha podido volver a crear nada.
También existen diferencias entre las distintas terapias psicológicas y en la forma de encarar el tratamiento por parte del psicoanálisis. Terapias breves, alternativas, las que apuntan al yo, las que se dirigen al inconsciente, hay un amplio espectro que, nuevamente, dada la diversidad de los padecimientos y la singularidad con que se manifiestan en cada persona, hacen imposible establecer un parámetro sobre qué resulta adecuado y qué no. Cada caso deberá resolverse particularmente.
Respecto de las psicosis, las aguas parecen estar más calmadas. Lo usual es que sea necesaria una medicación específica y que ésta se acompañe de terapia de tipo psicológico o psicoanalítica.
Para terminar
Los límites entre las diversas estructuras no son precisos, ni se trata de un continuum que va de menor a mayor: hay neuróticos que no pueden realizar casi nada y psicóticos que se desenvuelven brillantemente.
Según el psicoanálisis, todos nos acomodamos dentro de alguna de las estructuras (neurosis, psicosis o perversión), por lo que hablar de estadísticas (algunos afirman que hay más psicóticos que diabéticos, por ejemplo) carece de sentido. Lo que sí es para destacar es que no todos necesitan tratamiento (al menos los neuróticos). La necesidad o no depende siempre de cada caso particular, porque como nunca, pese a los intentos clasificatorios, cada persona es un mundo y cada padecimiento, único.
Seguramente han quedado muchos temas sin desarrollar o, peor, sin siquiera ser mencionados. Era uno de los riesgos de los que hablábamos al comienzo.
Ronaldo Pellegrini

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