miércoles, 13 de abril de 2011

Escuela común-escuela especial: un vínculo posible

La integración de niños autistas en la educación común es posible y deseable, cuando ello es posible. Pero no todos pueden ser integrados. Lo que determina que sea efectiva son las condiciones del propio niño, es decir, lo que sea mejor para él. No se trata de forzar situaciones sino de no frustrar y permitir el desarrollo de sus potencialidades, sea en la escuela especial o en la común. Tampoco debe aceptarse la negativa porque sí, sino hallar las vías que permitan el despliegue de las capacidades.
Formamos parte del equipo integrador de Co.N.N.A.R (Colegio de Nivelación para Niños con Autismo de Rosario). Esta es una escuela especial provincial de gestión privada. Fue fundada en el año 89, para la atención de niños con autismo y luego, en 1993, se extendió el proyecto al abordaje de trastornos de aprendizaje de diferentes causas.
Además del trabajo institucional interno, en 1994 se amplía nuestra función como escuela núcleo, formando parte del proyecto “Hacia un sistema integrado”. En él, las escuelas especiales privadas comienzan a actuar como orientadoras o referentes para las escuelas comunes privadas, en los casos de alumnos con dificultades de distinta índole que afectan los procesos de enseñanza-aprendizaje. Cada escuela especial tiene a su cargo entre quince y veinte escuelas comunes destinadas según el radio de proximidad.
Dentro de este marco, se ha producido un cambio sustancial en la relación escuela común-escuela especial, actuándose coordinadamente en la atención de alumnos que requieren alguna intervención específica.
El objetivo de atender a las demandas de este proyecto impulsó a las escuelas especiales a conformar equipos técnicos integrados por profesionales de diversas áreas, dando muestras claras de la importancia que reviste ofrecer, a la mayor cantidad de niños posible, un tránsito educativo en el ámbito menos restrictivo.
Por la especificidad de nuestra institución, hemos abordado proyectos de integración para la atención de las necesidades educativas especiales (de ahora en más N.E.E.) de niños ubicados dentro del espectro autista. Dentro de éste pueden delimitarse los déficits cualitativos en la comunicación, la socialización y el aspecto cognitivo. Este continuo de particularidades que constituye el espectro autista requiere de una atención educativa especializada que puede brindarse, según los casos, en la escuela común o especial. Si se evalúa como factible el tránsito por la escolaridad común, se deberá implementar un proyecto de integración específico que contemple las características del alumno.
La palabra “integración” despierta diferentes sentimientos y significados, según quién la diga y quién la escuche.
Seguramente para los educadores (docentes, profesores y personal directivo y no docente-porteros, etc.) de instituciones educativas comunes, ese breve vocablo genera dudas, sensación de desafío, sentimientos de inseguridad y, tal vez, también de cierto malestar (“yo no estudié para esto”, “no estoy preparado”). Para quienes se desempeñan en escuela especial, la palabra “integración” puede marcar el fin de un corto o largo recorrido, un cambio radical en el abordaje educativo llevado a cabo hasta ese momento, y la convicción de que es tiempo de ofrecer otra propuesta.
Automáticamente, comienza un amplio despliegue de conexiones semánticas que vinculan a la palabra integración con tantas otras como: ilusión, desafío, temor, ideal, bienestar, posibilidad, limitación, y muchas más. También existe una, muy temida y bastante común, que quisiéramos no mencionar jamás pero que, indudablemente nos hace enfrentar con replanteos y una profunda reflexión: “fracaso”. ¿Qué sucede y qué nos sucede cuando nos enfrentamos a un caso de fracaso escolar?
Tanto profesionales como docentes elaboramos hipótesis, ensayamos conclusiones, justificamos el accionar y buscamos respuestas, pero la realidad es que, cuando nos encontramos con un niño que fracasa en la escuela, aparece bruscamente el desánimo y el desaliento.
Los adultos tenemos la capacidad y el conocimiento que nos permite tratar de comprender qué fue lo que pasó, pero es el niño quien vive toda la frustración de haber estado en un lugar en el que tal vez no fue bien recibido, compartiendo durante horas y todos los días situaciones incomprensibles, diálogos vacíos de significado. ¿Y el juego? Qué pensará un niño que no entiende por qué corren sus compañeros, de qué se ríen.
Sería bueno cuestionarse a qué queremos apuntar cuando defendemos la integración del niño en la escuela común. Habría que pensar que no es posible la integración de todos; que muchos se beneficiarían más con propuestas acordes a sus posibilidades que apunten al desarrollo de sus potencialidades y que respeten sus propios tiempos madurativos.
¿Es posible sostener una integración cuando el niño requiere la presencia constante de un docente de apoyo? Los niños deben generar autonomía; si no es en el trabajo áulico, será en el plano de las relaciones sociales, pero en algún momento tienen que lograr manejarse con cierta independencia del adulto.
Existen diferentes criterios para integrar, como así también distintos proyectos que pueden ponerse en marcha pensando siempre en el niño. Algunos apuntan a la interacción social (¿y los aprendizajes?) y otros contemplan los aspectos pedagógicos (¿y lo social?). Lo cierto es que deben darse varios factores para poder pensar o sostener a un niño con N.E.E. en la escuela común. Una vez que está allí, ¿hasta cuándo?, ¿cuál es el límite?, ¿quién marca el final del proceso? Muchas veces no es necesario forzar a los niños a adaptarse a ritmos que, en la mayoría de los casos, no pueden seguir. Tampoco es justo que pasen por experiencias educativas frustrantes sólo por creer que hay que intentarlo o que éste es el momento oportuno (¿oportuno para quién?). En realidad, el tiempo y la experiencia sientan precedentes en cuanto a qué perfil de alumnos acompañamos a la escuela común y qué condiciones debe reunir un curso como para poder vaticinar el éxito como resultado del proceso de inclusión.
Podemos sostener que el sistema educativo de nuestro país tiene un amplio camino por recorrer en cuanto a la construcción de las condiciones requeridas para la contención de la diversidad. Aún así, pensamos que existen alumnos cuyas características comportamentales y de pensamiento obstaculizan su tránsito por la escolaridad común. Para ellos es necesario disponer de ayudas y apoyos específicos, por lo que la escuela especial se constituye en el ámbito donde pueden desarrollar sus capacidades cognitivas, motoras, lingüísticas y afectivo-sociales.
Cuando nos encontramos con padres desorientados respecto del futuro escolar de sus hijos, nos compete a los profesionales en función de equipo integrador la difícil tarea de ofrecer sugerencias que puedan guiarlos y acompañarlos en el arduo recorrido que les espera.
Las bases de la integración están apoyadas en una tríada en la que escuela, familia y terapeutas tienen un rol fundamental. El funcionamiento armónico y coordinado de las partes favorece los mecanismos de enseñanza-aprendizaje necesarios para lograr una adaptación al medio en el que el niño debe desempeñarse.
Para que un alumno pueda transitar por la escuela hay que tener en cuenta su desarrollo cognitivo, socio-afectivo, y la capacidad de adaptación a situaciones nuevas. La escuela común posee una estructura organizada, con tiempos bien delimitados de trabajo y esparcimiento, donde existen reglas que deben ser respetadas y pautas de comportamiento social en las que hay que enmarcarse. Esta modalidad de funcionamiento suele tornarse difícil de comprender para el niño con N.E.E., quien tiene que poner gran esfuerzo por intentar acomodarse a las exigencias institucionales. Este conjunto de expectativas suele no ser puesto en marcha, por lo cual se hace necesaria la intervención de un adulto a modo de mediador entre ese niño y sus aprendizajes o ese niño y los demás.
Es válido considerar que la integración educativa no es algo rígido, con límites bien precisos y definidos. Por el contrario, es un proceso dinámico y cambiante cuyo objetivo central es encontrar la mejor situación para que un alumno se desarrolle lo mejor posible.
Estas formas distintas de concretar la integración deben ser elegidas en función de las posibilidades de los alumnos y de las características de la institución educativa y pueden ir cambiando en la medida en que la situación de los niños y niñas vaya modificándose.
Mónica Rubio,
Marisa Filipczak*
* Mónica Rubio y Marisa Filipczak son fonoaudióloga y psicóloga, respectivamente, del Equipo Integrador Co.N.N.A.R.

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