domingo, 8 de febrero de 2015

Estereotipias: un movimiento sin sentido para el observador




Se trata de movimientos, fonaciones o acciones visuales rítmicas, repetitivas o ritualizadas, que se presentan mayormente en personas con problemas neurológicos, retraso mental, autismo o déficits neurosensoriales, aunque también afectan a personas sin estas características. Se discute la necesidad de su tratamiento y, en todo caso, cómo encararlo.

Todos tenemos conductas estereotipadas
Ciertamente, la definición que brinda de “Estereotipia” el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española resulta un tanto alarmante: “1.f. Repetición involuntaria e intempestiva de un gesto, acción o palabra, que ocurre sobre todo en ciertos dementes”. Y, si bien no completamente, sí está un poco errada.
Ello porque, quien más o quien menos, todos recurrimos a gestos, acciones o palabras, rituales, mantras, rezos o lo que sea ante situaciones que nos sacan de nuestro centro y no por ello somos o estamos “dementes”. Y esos recursos son inconscientes (raramente reparamos en ellos) e intempestivos (surgen sin que intervenga nuestra voluntad). El “sobre todo” de la descripción quizás intente reparar la contundencia de la afirmación, pero la deja incompleta.
A primera vista, para determinar que se trata de una conducta patológica, pareciera que falta el hecho de que la reiteración se produzca sin motivo aparente, pero este hecho tampoco termina de cerrar el concepto, puesto que, en realidad, nadie puede observar las motivaciones internas de otro.
Sin embargo, aunque no sean en sí mismas patológicas, las estereotipias pueden ser un signo de ello.

¿Qué son?
Decíamos que la definición de la Real Academia no es exacta, puesto que si bien se trata de movimientos, posturas, emisiones fónicas, temblores, simples o compuestos, ellos deben ser repetitivos o ritualizados y rítmicos, con un patrón fijo.
Otro aspecto a destacar es que pueden deberse a aquellos movimientos que son producto de enfermedades o lesiones neurológicas, aunque deben descartarse como tales aquellas que se asocien con crisis epilépticas con automatismo, con tics complejos o con actos compulsivos, producto del pensamiento obsesivo.
Sus manifestaciones son muy variadas. Pueden consistir en actos simples como chuparse un dedo, emitir un sonido o hasta complicadas coreografías en la que se involucre todo el cuerpo.
Se las clasifica de acuerdo a dos variables: las que implican a distintas partes del cuerpo (las atinentes al movimiento, las fónicas y las visuales), por un lado, y, por el otro en primarias y secundarias, que tiene que ver con su origen.
Entre las que implican movimiento, las más usuales son:
- Las que involucran la cara, que incluyen movimientos de lengua, labios (fruncir, estirar, etc.), chupeteo, resoplar, bruxismo (apretar y rechinar los dientes), mordisquear, hacer muecas, etc.
- Las que implican la cabeza y el cuello: agitar la cabeza, repetir gestos como si se estuviera asintiendo o negando, estiramiento del cuello, mesarse los cabellos (o enroscarlos con los dedos), etc.
- Las del tronco: giros, balanceos, flexionamientos, arqueamientos, lateralizaciones, etc.
- Las de los miembros superiores incluyen aleteos, cruzamientos de brazos, palmoteos, retorcimientos de manos, morderse o chuparse las manos y/o los dedos, pellizcarse la piel, repiqueteos sobre objetos, agitamiento de manos, golpear o estrujar objetos, acariciar o frotar cosas, etc.
- Las de los miembros inferiores, golpear el suelo con el pie o uno con otro, caminar sobre las puntas o los talones, correteo en círculos, patear, poner rígidas las piernas, etc.
Hay que destacar que algunas de ellas pueden ser autolesivas (por ejemplo, golpearse, arrancarse cabellos, cortarse).
Las fónicas consisten en la repetición de palabras, melodías o frases; verbalizaciones meramente guturales; imitación de sonidos de animales; risas inmotivadas, ulular y otras en que se encuentre involucrada la capacidad de emitir sonidos.
Las visuales, que se caracterizan, entre otras, por mirar fijamente un objeto, bizquear, quedar con la vista fija en un objeto lejano, poner los ojos en blanco.
Decíamos que pueden ser acciones simples o complejas, es decir, que pueden combinarse las de una clase con otra (por ejemplo, canturrear y aletear al mismo tiempo) o sumarse las de una misma (corretear, chuparse un dedo y realizar muecas).
La división entre primarias y secundarias se utiliza para deslindar aquellos casos en que las estereotipias se dan en un contexto de desarrollo psicomotor normal de aquellos otros en que, por el contrario, existe algún problema.
Las estereotipias primarias pueden ser transitorias o crónicas, es decir, en muchos casos desaparecen (o a veces son sustituidas por otras) a medida que el niño crece, mientras que en otros permanecen por más tiempo, incluso durante toda la vida de la persona.
Según diversos estudios, entre el 3 y el 9% de los niños entre 5 y 8 años con desarrollo típico las muestran.
En los bebés son muy usuales (chuparse el pulgar, balancearse) y tienden a desaparecer a medida que crecen.
También en los niños en edad escolar es frecuente que se manifiesten algunas, tales como morderse las uñas, enroscarse el cabello, repiquetear o golpear con las manos o los pies, entre otras, las que también, en la mayoría de los sujetos, remiten con la mayor edad.
Pueden consistir en acciones simples o complejas. Las primeras son las que usualmente se abandonan, tendiendo a persistir las segundas.
Una característica importante es que, si bien es posible que se hagan presentes, en ocasiones, dos o más veces por día, generalmente son manifestaciones aisladas y con una duración relativamente breve (desde unos pocos segundos hasta algunos minutos).
Otro punto de diferencia con respecto a las primarias es que se las puede asociar con situaciones puntuales. Así, pueden deberse a momentos de ensimismamiento, angustia, estrés, cansancio, aburrimiento, emociones intensas, miedo u otras alteraciones de los estados de ánimo perceptibles.
Es frecuente (alrededor del 25% de los casos) que existan antecedentes familiares (padre, madre, algún tío, abuelo u otra persona que cumpla un rol semejante) de estereotipia. Ello no implica necesariamente transmisión hereditaria, sino que muy probablemente se deba a una conducta imitativa.
Se denomina secundarias a aquellas que son producto o consecuencia de ciertas conductas típicas asociadas a problemas neurológicos, retraso mental, autismo o déficits neurosensoriales. También pueden producirlas los errores congénitos del metabolismo, como la fenilcetonuria (enfermedad hereditaria que se caracteriza por la falta de una enzima) cuando no es tratada, el Síndrome de Lesch-Nyhan (otra transmisible por herencia, ligada al cromosoma X, que afecta principalmente a varones), el síndrome de Smith-Lemli-1pitz, etc.
No se diferencian de las primarias en cuanto a la forma de producirse. En ambas predominan las vinculadas con el movimiento, aunque también se dan las vocalizaciones y las visuales (ejemplo de ello, en el síndrome de Rett).
La mayoría de las personas autistas las presenta. De hecho, es uno de los pilares de su diagnóstico clínico.
En las secundarias son mucho más frecuentes las autolesiones, sobre todo en los niños con TGD.
Una característica de esta categoría es que, a diferencia de las primarias, no solamente no desaparecen con el transcurso del tiempo sino que tienden a incrementarse.
Si bien existen muchas teorías sobre cómo y por qué se producen, ello se desconoce.
Parece evidente que tienen una fuente neurológica, dado que se asocian con personas que manifiestan trastornos del sistema nervioso central.
Algunos estudios sostienen que existe un vínculo entre las estereotipias y el sistema dopaminérgico (participa en el control de la liberación de hormonas relacionadas con el bienestar, entre otras funciones), puesto que sustancias agonistas de la dopamina (es decir, las que disminuyen o impiden su producción) las disparan.
También se sugiere que pueden deberse a la forma de procesar estímulos que no pueden tramitarse normalmente y que estas conductas rituales ayudarían a bloquear.
Asimismo, otros investigadores sugieren que la híper o la hipo estimulación podrían verse compensadas mediante estas reiteraciones.

¿Deben tratarse las estereotipias?
Una primera consideración al respecto es que la administración de antipsicóticos u otros medicamentos (antiepilépticos, betabloqueantes y otros) pueden ser necesarios cuando se está en presencia de conductas autolesivas o agresivas, aunque no existen evidencias concluyentes que avalen su utilización en otros casos.
Otra recomendación, sobre todo en niños preverbales o en aquellos que, por alguna circunstancia, ven limitada su capacidad de comunicación, es estar atentos a la salud del niño, es decir, asegurarse de que no exista algún malestar o dolencia física que lleve a esas conductas.
Por otro lado, se recomiendan terapias de tipo conductual en un espectro variado.
Una de ellas, la contención mecánica, es decir, la inmovilización del sujeto por medio de piezas de ropa (chalecos, fajas, guantes, etc.), dispositivos (arneses, por ejemplo), objetos (máscaras, cascos y otros) y ligaduras aparecen más como instrumentos de tortura que como formas terapéuticas de evitarlas.
Además de los efectos sobre el cuerpo (dermatitis, rozaduras, entre otras), seguramente que también marcará la psiquis (frustración, ira, ensimismamiento, apatía, etc.), y también es muy probable que, en lugar de coadyuvar a la remisión de la estereotipia, la haga mutar hacia otra menos visible, exteriormente diferente pero sustancialmente idéntica.
En general, se desaconseja su utilización, reservándola para los casos más graves en los que puedan existir autolesiones de consideración y se advierte que no deben utilizarse en las estereotipias primarias.
Otra forma menos cruenta, recomendada para estas últimas, es la inversión de hábitos, que busca que el niño se haga consciente de sus rituales y que, además de poder anticiparlos, los tramite y pueda reemplazarlos por otros, hasta que desaparezcan. Esto no funciona en las secundarias.
También se recurre al sistema de premios y castigos, mediante el cual se sanciona en el momento de producirse la estereotipia y se retribuye su cese con algo que lo gratifique.
Interactuar con la estereotipia es otra de las formas para desarmarlas. Por ejemplo, desviar la atención en cuanto se produce, recurriendo al juego, presentando algún objeto de su agrado o apelando a su curiosidad sobre alguna otra situación puede ser una vía para disminuir los episodios y hacerlos menos traumáticos.
Por otro lado, si se sospecha que el problema reside en la estimulación, resulta positivo realizar una evaluación sensorial en profundidad, mediante un profesional idóneo, que ayude a despejar ante la presencia de qué estímulos se disparan las conductas reiterativas, para tratar de evitar la exposición de las personas a eso que las incomoda.
En general, quienes propugnan por el tratamiento explican que ello se debe fundamentalmente a dos factores. Por un lado, que las estereotipias son nocivas porque interfieren en la atención, lo que puede redundar en un menor rendimiento escolar, por ejemplo. Por el otro, en que resultan disruptivas de la interacción social, puesto que incomodan a quienes están a su alrededor.
Pero también existe la postura contraria, esto es, que, salvo las que implican autolesión o agresión hacia otros, lejos de perjudicar, las estereotipias ayudan a aliviar las tensiones interiores de los sujetos que las producen.
En ese sentido, se citan diversos testimonios en casos de autistas de alto rendimiento, quienes afirman que esas manifestaciones los hacen sentir bien.
RobynSteward, una activista por los derechos de las personas autistas en el Reino Unido, afirma que aletear con sus manos le resulta natural cuando está feliz o ansiosa.
En el foro de TalkAboutAutism, una de las participantes (autista ella) escribió: “Dejar de hacer esos movimientos es como tratar de inculcarle a alguien que es ciego que no sienta las cosas presentes en un cuarto para averiguar cómo son porque no nos gusta que usen sus brazos y sus manos para hacerlo”.
Respecto de las estereotipias primarias, se plantea que, en lugar de “adiestrar” a las personas para que dejen de hacerlo, lo más productivo resultaría atacar la causa que las produce, en lugar de centrarse en los síntomas, que, como tales, en lugar de desaparecer, se reinventan.
Otro tanto puede decirse de aquellos que postulan que existen tiempos y lugares para ello. Pareciera que, más que ocuparse y preocuparse por la persona que expresa estas acciones, estuvieran pendientes de lo que puedan pensar los que están presentes cuando ello ocurre.
En todo caso, existen algunas acciones que pueden tomarse para reducir la ocurrencia de estas conductas o disminuir su intensidad, que están a la mano del entorno del sujeto:
- Manejar el ambiente, reduciendo al mínimo aquellos estímulos, cosas o personas que pueden resultar disparadores.
- Trabajar sobre la ansiedad, anticipando las situaciones novedosas y enseñándole estrategias nuevas para afrontarlas.
- Estimular la actividad física en muchos casos reduce estas expresiones.
- Brindar contención en todo momento.

Para finalizar
Las formas de estereotipia parecen una herramienta de compensación ante situaciones que desbordan.
Por cierto que, insistimos, cada uno a su manera, la mayoría de nosotros tiene conductas rituales que quizás no encajen del todo en la definición, pero que quizá su reconocimiento nos ayude a reconocerlas y a aceptarlas cuando las vemos en otros.
Nos parece que, en el caso de las primarias, la mejor estrategia resulta atacar la fuente del problema y no sus aspectos exteriores.
Y las secundarias no deben abochornarnos ni escandalizarnos. Existe un temor atávico a lo desconocido, a lo disruptivo, a lo diferente, el que es posible que ceda en la medida en que reconozcamos que también nosotros podemos ser desconocidos, disruptivos y diferentes a nuestros semejantes y que precisamente eso es lo que nos hace humanos.

Ronaldo Pellegrini
ronaldopelle@yahoo.com.ar

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