miércoles, 3 de enero de 2018

Patologización y medicalización de la infancia

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Las tensiones y encrucijadas diagnósticas nos lleva necesariamente a pensar que en la actualidad los dispositivos diagnósticos masivos en los niños han derivado en prácticas que caen en la patologización y medicalización de la infancia.

…Por fin se decidió y en un bazar, todo esto y mucho más quiso comprar.
Quiero tiempo, pero tiempo no apurado; tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor, me lo da suelto y no enjaulado, adentro de un despertador.
Quiero un río con catorce pececitos y un jardín sin guardia y sin ladrón.
También quiero para cuando este solito un poco de conversación.
Quiero cuentos, historietas y novelas, pero no las que andan a botón.
Yo las quiero de la mano de una abuela, que me las lea en camisón.
Marcha de Osias.
Maria Elena Walsh
Con estos términos no se cuestiona de manera generalizada el avance de conocimientos médicos que posibilitan la detección temprana de patologías ni las intervenciones terapéuticas que requieren del uso de una medicación adecuada, tampoco se pone en tela de juicio el desarrollo de la industria farmacéutica. Lo que se cuestiona es la invención de nosologías psiquiátricas sin sustento o fundamento y sobre todo el rotulamiento y etiquetamiento masivo a niños sin un análisis en profundidad que implique el reconocimiento de las nuevas infancias y el impacto de lo epocal en las modalidades de vinculación de los niños (Dueñas, 2012).
En ocasiones, en la clínica, se escucha que el niño por el que consultan viene portando un diagnóstico pre-establecido que obnubila toda posibilidad de encuentro y descubrimiento. Se presenta al niño como el que tiene TGD, TEA, ADD, hiperkinesia, autismo, entre otras tantas clasificaciones que se escuchan, pero cuando se presenta al niño desde un diagnóstico sin criterios claros o con criterios cargados de subjetividad, lo que se hace es patologizar.
Pertenecemos a una sociedad que otorga un poder y valor sumamente trascendental a la información, quien está informado pareciera que se encuentra en condiciones de superioridad ante quien carece de la primicia o no puede acceder a la misma. En el afán de informar, se publicitan anuncios y campañas que dan a conocer ciertos rasgos o conductas que deberían llamar la atención de las personas que están a cargo de niños. Los típicos dibujos que caracterizan al niño con autismo si bien tienen su parte benéfica, en su gran mayoría hace que los adultos empecemos a pensar como patológicas a algunas manifestaciones “normales y propias” de la infancia. La curiosidad, el movimiento, el gusto por la soledad, la timidez ante el contacto con pares pueden leerse como conductas problemáticas y caracterizarlas como negativas, cuando en realidad solo son estilos y elecciones de un modo de ser y estar.
Cuando se hace un diagnóstico sin asidero, basándonos en una sola observación o en las conductas del niño en un determinado ámbito o situación, lo que se hace es forzarlo a entrar en un cuadro nosológico (uno de los miles que propone el DSM) y este fenómeno tiene una consecuencia mucho más negativa cuando se considera que un modo de abordaje (para patologías que no son) es el recurso psicofarmacológico.
Expresiones de los niños dan cuenta de ello cuando relatan que “toman la pastilla para portarse bien o para hacer caso en la escuela”.
La medicalizacion implica un tratamiento psicofármacológico para problemáticas que no son de índole orgánica o neurológica, sino subjetivas.
Los pre-diagnósticos no provienen del ámbito de salud, sino que se gestan en el marco escolar y son los docentes quienes, con la intención de hacer el bien, llaman a padres y comentan que el niño tiene rasgos de autismo, hiperactividad o déficit de atención. Hablar un padre sobre a posible patología de un niño repercute fuertemente en su proceso de subjetivación, porque un diagnóstico en la infancia no es circunstancial sino constitucional, deja huellas indelebles en el discurso de padres que se cargan de información que no pueden metabolizar y en el niño que empieza a ser mirado e identificado desde una problemática, sin poder entender o analizar que ciertas manifestaciones de los niños tienen más que ver con cuestiones epocales que patológicas (Vasen, 2008).
Silvia Bleichmar planteba en el año 2001 que los niños que se presentan a la clínica tienen ciertas particularidades, que tienen dificultades para expresar lo que les pasa e inclusive se evidencia la dificultad para hacer síntomas, en el sentido psicoanalítico del término, como una formación de compromiso que exige de un trabajo analítico para develar el sufrimiento, los niños de hoy tienen serias dificultades en la simbolización y eso los lleva a conductas que tienen que ver con pasajes al acto, pero lo negativo es que estas conductas son leídas erróneamente como enfermedades de índole genética o biológicas que recorren el imaginario colectivo, y en realidad son niños que están hiper excitados, hiper estimulados cargados de información y excesos imposibles de metabolizar, pero si a este exceso a esta dificultad para controlarse le agregamos una pastilla como modo de terapéutica… evidentemente en algo estamos fallando.
Los mismos niños, en lugar de hablar de su malestar, empiezan a naturalizar la medicalizacion y dicen tomar pastillas para portarse bien en la escuela o para atender y desde este lugar les damos el mensaje de que evidentemente solos no pueden, cuando nuestro trabajo como docentes o terapeutas debería propiciar la palabra, la escucha, el interrogante, sacándolos del lugar pasivo de control que exige la escuela para amansar y controlar al que se sale de lo esperado.
En el año 2013, Gabriela Dueñas inicio una investigación para conocer cuáles son las concepciones docentes sobre el déficit de atención, dado que cada vez recibía más niños en su consultorio que venían con este rótulo desde la escuela… Al preguntar a los docentes si sabían qué quería decir déficit de atención, todos manifestaron que sí, preguntó entonces cuáles son los signos o manifestaciones de dicha patología y se encontró que aparecían apreciaciones tales como: “no terminan de copiar la tarea” , “tienen letra ilegible”, entre otras tantas que nada tenían que ver con la problemática. Consultó, entonces, de dónde obtenían la información y elaboró la hipótesis de que provenía de internet, sin embargo comprobó crudamente que la información realmente provenía de otro lugar, pues eran los equipos de salud mental o de orientación escolar los que brindaban estos datos en las capacitaciones que recibían los docentes. Evidentemente, la escuela quiere formarse para ayudar pero si solo reciben formación sobre cómo detectar algo que no es, lo que se genera es una desinformación que conlleva la deformación de un recurso que podría resultar valioso.
Deberíamos promover espacios de reflexión que nos lleven a ver que el alumno que no copia la tarea y parece no atender en la clase, sí atiende a lo que hablan los compañeros, a los videos de un celular o a los juegos del recreo.
Que un niño que no quiere relacionarse o que es tímido y se socializa de un modo particular no es necesariamente un autista.
Escuchar lo que nos dicen los niños sobre su situación en la escuela y ante la medicalización y cómo los hace sentir para analizar qué pasa con el sufrimiento psiquico.
Por qué no pensar que hay nuevos modos de ser niño en la actualidad y que estos modos no distan mucho de las experiencias que les propiciamos los adultos que los cargamos de responsabilidades, los institucionalizamos tempranamente, no somos coherentes, no podemos sostenernos con firmeza, etc. Hay nuevas infancias, diferentes, sí, pero no por eso patológicas.
Una gran encrucijada es que a veces los niños necesitan acompañamiento para poder tramitar y trabajar determinados sucesos que operan como sufrimiento psíquico, pero para acceder a un tratamiento algunas obras sociales solicitan que se certifique el diagnóstico, no al final del proceso, sino al inicio del proceso y en la infancia un diagnóstico no es algo sin injerencia en la historia personal, ¿cómo pensar la construcción de la identidad de un sujeto donde un diagnóstico aplastó de lleno posibilidades y atrapó a los padres en un cuadro de angustia?
Estas cuestiones, sin duda, ponen en jaque y vulneran los mismo derechos del niño, en primer lugar el derecho a la identidad, porque el hecho de que un padre o un docente presente al niño como add o autista marca un a priori antes de conocer al niño. Hoy se escucha a los docentes decir: “a mí este año me toco un add, a mi un autista”, como si fueran productos o cosas.
Y también sin duda un niño que es patologizado y medicalizado tiene vulnerado su derecho al juego o al jugar, como diría Calmens, porque la necesidad de múltiples tratamientos que, lejos de ser interdisciplinarios, son una sumatoria de profesiones, llevan a que el niño tenga la agenda completa con terapias de rehabilitación, de modificación conductual, entre otros, lo que le resta tiempo a lo más propio de la infancia que es el juego libre.
La propuesta es pensar en los nuevos modos de ser niño y dejar de lado la invención de patologías, abrir el diálogo para escuchar lo que realmente les pasa a los niños de hoy.

Natalia Blengino*
* La Lic. Natalia Blengino es Psicóloga Educacional. Directora del Instituto de Atención a la Diversidad “San Expedito”, Corrientes. Docente Universitaria de la Universidad de la Cuenca del Plata. E-mail de contacto: nataliablengino@hotmail.com
Bibliografía:
– Dueñas, Gabriela (2013): Problemas e intervenciones en la clínica. La patologizacion de la infancia. Noveduc.
– Dueñas, Gabriela (2014): La patologización de la infancia. ¿Niños o síndromes? Noveduc.
– Vasen, Juan (2007): Una nueva epidemia de los nombres impropios. Noveduc.

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