lunes, 7 de febrero de 2011

Automedicación como fuente de enfermedad y discapacidad

La tendencia a la automedicación crece día a día. La Organización Mundial de la Salud alerta sobre este problema porque aun aquellos medicamentos que usualmente son inocuos pueden tener consecuencias muy serias para la salud si son ingeridos en forma irresponsable, al punto de que es posible que desencadenen problemas muy serios: enfermedad, discapacidad y hasta la muerte.
Introducción
Desde tiempos inmemoriales, las personas han recurrido a todo tipo de alternativas para restablecer su salud. Yuyos, chamanes, pócimas, brujos y la recomendación de algún conocido “que ya ha pasado por ello” solían (y suelen) ser, entre otros, fuentes de búsqueda de cura para mucha más gente de la que uno puede creer.
Ante muchos fracasos de la medicina tradicional, que está lejos de dar respuestas a la totalidad de los problemas que pueden presentarse en la salud, también se recurre a las llamadas medicinas alternativas, algunas basadas en técnicas milenarias (como ciertas prácticas orientales no reconocidas por sus pares occidentales u otras aborígenes, con igual suerte) y otras producto de la mente febril de gente que o no está del todo en sus cabales o que no tiene demasiados escrúpulos en recetar distintos menjunjes que, en el mejor de los casos, son inocuos, pero que pueden hacer perder tiempo vital para buscar soluciones.
De todas maneras, hay que tener en cuenta que diversos tratamientos que hoy en día son corrientes y aceptados, en su momento resultaron escandalosos y alejados de la ortodoxia dominante.
Pero, más allá de la problemática que implican la combinación de síntomas y cómo estos se manifiestan en cada paciente, la OMS y las asociaciones médicas de todo el mundo alertan sobre una circunstancia que cada vez se repite con mayor asiduidad: la automedicación.
Alerta
Si bien buena parte de las medicaciones por propia mano que suelen hacer las personas se realizan para intentar curar o paliar enfermedades que usualmente no tienen grandes complicaciones (resfríos, gripes, otitis, algunas alergias menores, etc.), la utilización de medicamentos innecesaria o impropiamente puede producir secuelas de distinta índole y gravedad, algunas de las cuales es posible que deriven en lesiones perdurables, discapacidad y hasta la muerte de quienes usan y abusan de la autoprescripción.
Incluso, aun cuando los prospectos indican la posología, la forma de administración y las contraindicaciones, hay toda otra serie de variables que el facultativo ha de considerar para recetar tal o cual droga en ciertas condiciones que sirven para un paciente y no para otro, aunque su cuadro sea similar. Y en muchas ocasiones ocurre que, si bien éstas fueron prescriptas por un profesional de la medicina, no se siguen las indicaciones o se suspende (o se prolonga) la ingesta, o se piensa que a mayor dosis, mejor resultado, lo que es otro aspecto del problema asociado a la automedicación que también puede producir consecuencias extremas.
Otra cuestión a considerar es que el medicamento forma parte de toda una estrategia curativa, que no se limita a una mera píldora, jarabe o inyección, sino que en muchas oportunidades va asociado a dietas, ejercicios, conductas a seguir, etc., que actúan en conjunto, se potencian y logran el fin deseado, lo que no se obtiene (o no tan plenamente) por la simple toma de determinado específico.
También suele suspenderse el tratamiento cuando los síntomas se ocultan, lo que no quiere decir, necesariamente, que el proceso morboso se haya detenido. Por ejemplo, un analgésico puede hacer remitir un dolor muscular, pero ello no significa que la causa se haya desvanecido. Por el contrario, el adormecimiento del dolor sin que desaparezca lo que lo produce puede llevar a un agravamiento y a prolongar innecesariamente el sufrimiento, con consecuencias muchísimo más graves que las originales.
La magnitud del problema
Existen medicamentos que se expenden bajo receta y otros que no. Pero aun los primeros pueden conseguirse sin ese requisito.
Según una investigación realizada hace algunos años en la Argentina por el Hospital de Clínicas, alrededor del 35% por ciento de los medicamentos que se consumen se expenden sin orden médica, cuando apenas entre el 8 y el 10% son de venta libre. En otros países latinoamericanos las cifras son similares.
Entre los de venta libre, el ácido acetilsalicilico, más conocido como aspirina, es el que más se consume, resultando el 70% de los de esta clase. Algo más del 34% de las personas declaran consumir uno o más comprimidos diariamente por su cuenta. A ellos hay que agregarles los que se autoprescriben paracetamol, ibuprofeno y otros analgésicos y antiinflamatorios. La mayoría de estos, tomados bajo supervisión médica y en dosis adecuadas y específicas, son de muy bajo riesgo y ninguno de ellos es adictivo. Luego veremos qué ocurre cuando la ingesta sobrepasa ciertos límites deseables.
Los que siguen a los analgésicos de venta libre en cuanto a su utilización por mano propia son nada más ni nada menos que los psicofármacos y a estos, los antibióticos.
La inmensa mayoría de los psicofármacos son, además de extremadamente adictivos, fuente de diversos problemas que el profesional tratante tiene en cuenta al momento de su administración, restringiéndola en el tiempo o en su suministro de acuerdo a la evaluación constante que hace del paciente. Pero quienes se medican por su cuenta, frecuentemente ignoran o descartan las contraindicaciones y sufren los efectos secundarios.
Un estudio realizado por el Hospital de Clínicas de Buenos Aires da cuenta de que la edad promedio de comienzo del consumo de psicofármacos está alrededor de los 30 años y que es mucho más frecuente en mujeres que en varones.
A su vez, la utilización de antibióticos indiscriminadamente, cuando la afección no lo requiere (por ejemplo, son absolutamente inútiles en enfermedades producidas por virus, tales como resfríos o gripes) o en los casos en que no resultan específicos, termina por producir un serio problema para cuando ellos son necesarios, pues generan cepas resistentes a su acción (las superbacterias resistentes), con lo cual en algunos casos se llega a que sus efectos no sean los deseados. También es más usual de lo que se piensa que se desate una reacción alérgica, con lo cual, no sólo se alivia el problema sino que se agrava.
Pero no sólo los adultos son víctimas de la propia automedicación, sino que es demasiado frecuente que se someta a estas prácticas también a los niños, porque los mayores creen que saben cuál es la afección que padecen y que conocen el medicamento que los curará.
Se señala que hay dos tipos de personas que se automedican: los que lo hacen a sabiendas y los que ignoran que esos medicamentos necesitan de una receta idónea. En cualquiera de los dos casos, si bien no siempre, las consecuencias pueden ser terribles. Y hay quienes no sólo se automedican, sino que, además, mezclan distintos remedios que, quizás tomados independientemente no produzcan daños, pero que consumidos conjuntamente tienen una potencialidad dañina.
La automedicación como fuente de enfermedad y discapacidad
La Federación Mexicana de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello alerta sobre el mal uso de los fármacos.
Señalan que “Tratar enfermedades, aunque parezcan muy simples, como lo es un resfriado, provoca en muchos casos reacciones secundarias y daños irreversibles”.
No sólo los antibióticos, sino el abuso de cualquier sustancia usualmente beneficiosa puede producir que el organismo la rechace, lo que puede ir desde una alergia de poca importancia hasta un choque anafiláctico (hipersensibilidad del organismo hacia ella), lo que puede derivar en problemas tales como sordera, problemas de visión (incluso ceguera), diabetes, complicaciones renales y enfermedades cardíacas, sobre todo en niños.
Los tranquilizantes e hipnóticos, cada vez más frecuentes, cuando se usan indiscriminadamente, además de la adicción que ya señaláramos, si su uso se prolonga más allá de un tiempo prudencial, están contraindicados, en general, durante los embarazos, pues algunos de ellos pueden producir distintos problemas, malformaciones y distintos tipos de discapacidad en el nonato. Algunos de ellos pueden producir serias lesiones en distintos órganos, lo que lleva a enfermedades crónicas y a diversas formas de discapacidad de difícil o imposible reversión.
El exceso en la ingesta de analgésicos, por su parte, se reporta como fuente de problemas en la médula espinal, daños en el hígado y anemia, muchos de los cuales pueden ser muy severos y de consecuencias prolongadas.
Las gotas nasales sin una adecuada prescripción médica también suelen producir distintos inconvenientes, puesto que contienen sustancias vasoconstrictoras y son fuente de hipertensión en los adultos, con los riesgos que ello conlleva.
En los niños, las friegas con alcanfor o mentol para aliviar los catarros o las gripes pueden terminar produciendo broncoespasmo.
Y existe todo un universo de medicamentos más o menos sofisticados cuya mala utilización se reputa como productora de gastritis, diarrea, complicaciones cardiovasculares, convulsiones, úlceras, problemas hepáticos, intoxicaciones con distintas derivaciones, náuseas, vómitos, irritabilidad y muchos otros efectos pasajeros o permanentes que en algunos casos pueden llevar a quienes se autodiagnostiquen y se automediquen (o lo hagan con otras personas) hasta extremos tan terribles como la muerte (se estima que en el 2007 aproximadamente 7.000.000 de personas fallecieron como consecuencia de ello en el mundo).
Incluso algunos informes citan el uso indiscriminado de algunos medicamentos (antiácidos, analgésicos y otros) como posibles causas de síndromes como el de Reye, que afecta permanentemente el cerebro y al hígado, produciendo confusión, letargo, alteraciones conductuales y crisis epilépticas, entre otras manifestaciones, y que afecta usualmente a niños entre 4 y 12 años, o nefritis irreversibles.
Automedicación en discapacitados
Si bien la gran mayoría de quienes tienen a su cargo a personas con discapacidad que necesitan de distintos tratamientos (entre ellos, medicamentos) para mantener o mejorar sus posibilidades son plenamente conscientes de la necesidad de su utilización con prescripción y supervisión de un profesional, algunos no escapan de esta tendencia que la OMS denuncia como un problema en expansión y, ante la lentitud o la aparente (o real) falta de resultados, incurren en las conductas que venimos reseñando, con lo cual demasiado frecuentemente se desemboca un retroceso o un agravamiento del cuadro.
Insistimos: dosis mayores, intervalos menores en la ingesta, suspensiones abruptas, prolongación en el tiempo e introducción de otros medicamentos (o tratamientos) recomendados por pares y sin la intervención idónea de alguien realmente capacitado en la materia raramente producen los efectos deseados y muy corrientemente exactamente lo contrario de lo que se busca.
Para finalizar
Como podrá observarse, hemos omitido dar nombres propios de específicos y hasta de los genéricos, para no alentar su uso.
Dejamos para el final una recomendación que hace la Organización Mundial de la Salud respecto de la automedicación. Esta institución no condena, en sí misma, la automedicación, sino aquella que es irresponsable. Es decir, una aspirina ante un dolor menor no va a matar ni enfermar a nadie casi nunca. Diez diarias durante años tienen efectos devastadores, que llevan a la enfermedad, a la discapacidad y hasta a la muerte.
Esta tendencia creciente aparece muy emparentada con la velocidad con la que se vive, por la cual no se puede esperar, sino que todo debe ser ya, con el mínimo esfuerzo posible. Pero hay que tener en cuenta que, como en casi todas las circunstancias de la vida, las soluciones mágicas no existen.
La enorme cantidad de información sobre tratamientos, medicamentos y distintas formas terapéuticas a las que es posible acceder hace que muchas personas crean que pueden diagnosticarse, medicarse y tratarse por propia mano, pero no es así. Si alguien tiene dudas de la eficacia de los procedimientos terapéuticos a los que se somete, tiene todo el derecho para buscar segundas o terceras opiniones, a asesorarse y a ser informado de las alternativas disponibles. El paciente es quien pone el cuerpo y quien decide qué es lo mejor para sí, pero esto no implica que esté capacitado para reemplazar a los profesionales de la salud. Y la responsabilidad es aun mayor cuando se trata de decidir por otro.
Siempre hay que tener en cuenta que hay muchos procesos morbosos y de discapacidad que comparten algunos síntomas, pero cuyo tratamiento es específico para cada uno y que la ingesta de medicamentos no es algo natural, sino que se trata de un factor de progreso que ha permitido, junto con otros, la prolongación de la vida y su mejor calidad, más allá de algunas cuestiones sociales de desigualdad que sumen a distintos grupos de personas en condiciones para nada favorables. Lo que parece una tontería peligrosa es que abusemos de aquello que nos beneficia para transformarlo en exactamente lo opuesto.
Ronaldo Pellegrini

No hay comentarios:

Publicar un comentario