jueves, 9 de junio de 2011

Discapacidad y sexualidad. Posibilidades para la transformación de un discurso”.


Que la sexualidad es un atributo natural de todos los seres humanos es un hecho innegable, sin embargo muchas veces esto no es así, principalmente cuando la pensamos junto a la discapacidad mental. En este punto los discursos de la época suelen están plagados de mitos y falsas creencias que anulan y desconocen al sujeto discapacitado en cuanto ser sexuado. En tanto el sujeto sólo adviene como tal por la presencia de un otro que lo reconozca y lo nombre  la falta de reconocimiento desde los decires de los otros tendrá siempre efectos. Sufrimiento mental y malestar parecen ser los términos más adecuados para pensar estos efectos. Ante esta realidad como profesionales de la Salud Mental intervendremos a través de herramientas educativas dirigidas a modificar  las representaciones sociales de la sexualidad de los discapacitados, como a formar e informar a quienes sufren para que a través del reconocimiento de sí puedan transformarse en sujetos activos de su propia existencia. Teniendo en claro que siempre nuestras intervenciones estarán guiadas por los principios fundadores del campo de la Salud mental. 
El vocablo sexus de origen romano es una derivación del vocablo latino secare que significa “desunir o cortar” (Vidal, G; Alarcón, R, 1986). Durante siglos sexus hizo solo referencia a la “condición orgánica masculina o femenina” (Real Academia Española, 2001). Fue siglos después durante la Burguesía Victoriana, y paradójicamente, que el término sexo se difundió ampliamente y conceptos como instinto sexual, moralidad sexual, acto sexual, etc., se popularizaron en un discurso cuya meta era instaurar una economía represiva  de la sexualidad, ligándola a una lógica productiva, donde el resto no tenía nada más que esfumarse y negarse (Foucault, M.1997).
En la actualidad cuando nos referimos al sexo o mejor dicho a la sexualidad humana nos encontramos con un concepto que se ha ampliado y complejizado, transformándose en  una totalidad con diferentes dimensiones.
Debemos pensar la sexualidad humana como un sistema complejo con múltiples niveles que comprende desde el nivel biológico hasta el nivel cultural.
El nivel biológico del sexo refiere al sexo cromosómico de la célula germinal que crea el sexo gonadal y este moldea el sexo morfológico, el endócrino y el neurológico. La dimensión psicológica del sexo está comprendida, tanto por el bagaje biológico heredado como también por las experiencias vitales tempranas del sujeto que lo  ubicarán de uno u otro lado de la sexualidad, como hombre o como mujer. De este modo el sexo psicológico estaría dado tanto por la conciencia de ser hombre o mujer,  como por la búsqueda del placer erótico del individuo. Por último el aspecto social del sexo refiere a la identidad de género, a los comportamientos acordados y aceptados socialmente para cada uno de los sexos con los cuales se identifica el individuo desplegando se rol sexual.
Lo anterior, no sólo tiene la finalidad de exponer los múltiples niveles de la sexualidad humana, sino fundamentalmente poner de manifiesto cuan erróneo y limitado es pensar la sexualidad únicamente como sinónimo de genitalidad. Tanto la diferencia entre los sexos (femenino – masculino) como el placer que se obtiene a través del soma por el contacto con los genitales del otro o el mismo sexo, son sólo un aspecto de la sexualidad humana.
Desde 1905, cuando Freud amplía el concepto de sexualidad ya no es posible continuar pensando a la misma sólo en términos de la pura genitalidad. “En la experiencia y en la teoría psicoanalítica, la palabra sexualidad no designa solamente las actividades y el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que  producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre, función excretora, etc.) y que se encuentran también a título de componentes en la forma llamada normal del amor sexual” (J, Laplanche; J.-B. Pontalis, 1968). Freud nos dice de este modo que la sexualidad se encuentra  presente desde el momento del nacimiento, nos habla por ende de una sexualidad infantil que evoluciona y se transforma configurándose a lo largo de la historia del individuo, siendo el punto de llegada del desarrollo, la vida sexual del adulto llamada normal. El Psicoanálisis le atribuye de este modo a la sexualidad un papel fundamental tanto en el desarrollo como en la vida psíquica del ser humano. La sexualidad es inherente al ser humano desde que nace hasta que muere, y abarca la totalidad de la persona en sus aspectos tanto biológicos como psicológicos, sociales y emocionales. Esto significa mucho más que el aspecto puramente genital, con el que se suele identificar equivocadamente. Por lo tanto, no se puede decir que exista alguien que carezca de sexualidad.
El interrogante en este punto surge entonces de manera natural, ¿Cómo es posible si pudimos arribar a esta conclusión que lleguemos a negar tal condición naturalmente humana cuando nos referimos a las personas con discapacidad mental? Por otra parte debemos interrogarnos a cerca de cómo estas creencias, que siempre se manifestarán en la manera en como nos conducimos con los otros, en la forma en como los reconocemos y como los tratamos repercuten en la Salud mental de estos individuos. Cabe también interrogarnos entonces sobre cuáles son las marcas que estos discursos dejan en la subjetividad y cuanto de aquello que estos sujetos padecen es consecuencia de estas sanciones
Es sabido que el sujeto sólo adviene como tal a partir de la presencia de un otro que lo reconozca y lo nombre, para luego poder advenir a una conciencia de sí. Este hecho determina que la experiencia de individuación dependa de la función de reconocimiento y decir del otro sobre sí. Este reconocimiento al comienzo de la vida provendrá de las figuras parentales que inscribirán al niño en una trama familiar, social y cultural. Pero en esta experiencia también estarán involucrados todos aquellos otros de nuestros grupos de pertenencia, y de nuestra sociedad, ya que el proceso de subjetivación que  tiene sus momentos claves en los primeros años de la infancia no cesa nunca de sostenerse en la relación con el otro (A.Touraine, 1997). Si la realidad del sujeto se nos presenta entonces de este modo es imposible pensar sin efectos la falta de reconocimiento de la dimensión sexual de aquellas personas que padecen discapacidad mental. ¿Cómo podrá sentirse aquel al cual se le niegan una parte de sí, al cual se le dice que lo que siente no es verdadero, que no le pertenece, que no es bueno, y debe resignarlo?
Las principales ideas que se sostienen en el discurso colectivo, en referencia a la sexualidad de las personas con discapacidad están teñidas de prejuicios y conceptos que no hacen más que anular al otro en su condición de ser sexuado. De este modo en el imaginario colectivo el discapacitado suele aparece como ser asexuado, como un eterno niño sin intereses ni inquietudes sexuales, como una persona que no es merecedora de una educación sexual adecuada ya que la misma no haría más que despertar aspectos difíciles de contener. Por otra parte en aquellas situaciones en que la sexualidad es reconocida sólo lo es en su aspecto genital, o desde la necesidad de identificarla para poder controlarla, ya que sus características son la violencia, la impulsividad y el descontrol. Este discurso teñido de mitos, y falsas creencias no hace más que alejar al sujeto de su natural condición sexuada, negándole la posibilidad de conocerse, de enamorarse, de vivir una vida  con otro, de poder comunicarse, compartir, expresarse, y por sobre todo, se lo priva de la posibilidad de experimentar placer y satisfacción, en la forma que él encuentre más adecuada a su persona, ya que la sexualidad y el placer son siempre experiencias subjetivas.
Podemos ahora sí introducir  las nociones de sufrimiento y malestar para pensar en los efectos que esta discursividad provoca en los sujetos. Si escojo estos términos es por que ambos involucran las cuestiones atinentes al ser y la existencia (E. Galende, 1997). Intento pensar de este modo cómo las condiciones históricas, las leyes de la cultura, y cómo las ideologías que circulan a través de los discursos, operando por medio de la negación y del desconocimiento, conforman situaciones que conspiran para que los hombres alcancen la felicidad, provocando sufrimiento y malestar. Intento mostrar de este modo como se confirma aquí aquello que Freud plantea en el Malestar en la Cultura. Para Freud el sufrimiento humano proviene de tres frentes, desde el propio cuerpo, sujeto a la decadencia y finitud, desde el mundo exterior, por las fuerzas de la naturaleza que pueden ser destructoras e implacables, y desde los vínculos con los otros seres humanos. He aquí una, entre tantas, de las fuentes del sufrimiento de aquellas personas que en el vínculo con los otros, y desde sus decires son anuladas y no reconocidas en su condición sexuada (A. C, Ausberger,).
Cuál es aquí, nuestra posibilidad de intervención como profesionales de la Salud Mental, es la pregunta. Debemos desde nuestro saber implementar estrategias de intervención, que operando colectivamente, tengan como objetivo un cambio en las representaciones sociales que se sostienen de las personas discapacitadas, particularmente de sus aspectos sexuales. Una de las principales herramientas que aparece  para el abordaje de esta problemática es la implementación de estrategias educativas, las cuales deberán estar destinadas, por una parte, a comprender que la condición sexuada no es patrimonio sólo de aquellos llamados normales, sino condición natural de todo sujeto, más allá de su supuesta condición. Por otra parte estas estrategias tendrán que informar sobre la importancia que el ejercicio de la sexualidad tiene tanto para el desarrollo como para la salud de los sujetos. Simultáneamente para poder alcanzar la eficacia de nuestras intervenciones todo aquel que ha sufrido y sufre  como consecuencia de las discursividades imperantes, también deberá recibir información y formación para que desde el propio conocimiento y reconocimiento de si, pueda volverse un sujeto activo,  que  pueda buscar, encontrar y experimentar su sexualidad desde la participación en las relaciones con su medio social. Pero más allá de los objetivos particulares aquí citados todas nuestras estrategias de intervención, si queremos operar desde el campo de la Salud Mental deberán estar guiadas por los principios de este campo multidisciplinar. Nuestras intervenciones tendrán como objetivo prevenir y asistir el sufrimiento y los padecimientos mentales sin olvidarnos de su prevención, implementando políticas dirigidas a la integración social y comunitaria de los individuos involucrados, inscribiendo nuestras acciones desde los derechos humanos y la democracia participativa (E. Galende, 1997)
Autor: Lic. Alva María Soledad


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