jueves, 14 de marzo de 2013

Hipoacusia y sordera por exposición a ruido


Entre las fuentes que producen pérdida auditiva, la exposición a altos niveles de ruido es la más evitable. El incremento de la circulación vehicular, los modos de producción y la mala utilización de equipos de sonido, sobre todo aquellos que se utilizan con auriculares, y, en general, el aumento del ruido ambiente que se observa en las últimas décadas atentan contra nuestra salud. La pérdida de la agudeza auditiva, si bien es el resultado final más dramático de esta problemática, no es el único efecto sobre nuestro cuerpo, sino que produce otros malestares y no solamente físicos. La adopción de algunas medidas simples a nivel individual y la aplicación de la normativa imperante en la mayor parte de los países pueden servir para atemperar en más del 50% la incidencia de este mal que, según la OMS, afecta al 75% de las personas que viven en grandes urbes.
Los habitantes de las ciudades, sobre todo de las grandes, vivimos expuestos a lo que se denomina contaminación sonora.
Basta con recorrer las calles (o incluso en nuestro propio hogar) para que nos invadan ruidos que en ocasiones resultan molestos por su timbre y/o intensidad; pero en otras ni siquiera somos conscientes de que están, aunque sentimos una sensación de alivio cuando cesan.
Los ambientes laborales, sobre todo los relacionados con la industria, aunque también los del comercio y demás actividades, suelen proponer ámbitos en los cuales los niveles sonoros exceden lo recomendable y no siempre se cuenta con los paliativos para no hacerlos dañosos de nuestra audición.
La música a grandes volúmenes en lugares de entretenimiento, en algunos comercios (usualmente en aquellos destinados al consumo de adolescentes y jóvenes), la costumbre de utilizar auriculares con el potenciómetro cercano al máximo y los potentes sistemas de sonido de los vehículos utilizados descomedidamente (a veces molestan a su paso) ponen su cuota de corrupción sonora. Otro tanto ocurre con el tránsito vehicular intenso, la cercanía de aeropuertos, las sirenas de ambulancias, autobombas y otros servicios, la inmediatez respecto de las vías férreas, las alarmas que se disparan.
El listado incluye un número elevado de etcéteras, y todos ellos aportan para que el riesgo de sufrir problemas auditivos se incremente.
Causas de hipoacusia y sordera
Resulta obvio remarcar que la exposición a niveles de ruido indeseables no es la única que causa problemas de audición, sino que existen otras.
Una tiene que ver con la herencia, es decir, la transmisión por parte de los progenitores del problema, el que, por supuesto, debe obedecer a un origen connatural y no a uno adquirido. Ello no significa que el hijo necesariamente vaya a portar un defecto auditivo, sino que, dados los antecedentes, la probabilidad de sufrir uno es mayor.
También hay circunstancias que rodean al embarazo y al parto que coadyuvan a que este sentido se vea perturbado, como, por ejemplo, los niños con bajo peso (sea por prematuridad o por otras causas), asfixia o hipoxemia (déficit de oxígeno) al momento del nacimiento, ciertas infecciones en la madre durante la gestación (rubéola o sífilis, por ejemplo), la utilización impropia de medicamentos ototóxicos en la pregnancia materna, pero también después del nacimiento (hay cerca de 130, el más tóxico de los cuales es la gentamicina, que se utiliza como antibiótico para infecciones graves y que, además, puede afectar las funciones renales si no se administra con sumo cuidado y durante tiempos acotados) y la ictericia grave.
Los traumatismos craneoencefálicos, sobre todo los severos, también pueden conducir a una disminución importante de la capacidad de oír o a la sordera, así como otros de menor intensidad, pero aplicados en la zona en que se ubica el oído (un golpe de mediana intensidad y con mano abierta, por ejemplo), son factores de pérdida auditiva.
Infecciones tales como la meningitis, el sarampión y la parotiditis pueden tener consecuencias en la percepción de los sonidos. Si bien ellas resultan principalmente preocupantes durante la niñez, no se descartan en personas de más edad.
Los procesos infecciosos crónicos en el oído, cuya manifestación usual es la supuración periódica, es posible que deriven no solamente en problemas de audición, sino que pueden acarrear complicaciones de distinta gravedad, que incluso comprenden el riesgo de vida si no son tratadas apropiadamente.
La exposición a sustancias tales como el anhídrido carbónico, el tolueno y el arsénico en altas concentraciones es otra de las causas de que se manifiesten problemas de audición.
Y, por fin, el envejecimiento hace que disminuya la capacidUna causa evitable: el ruido
Se estima que en el mundo hay más de 275 millones de personas que presentan defectos de audición entre severos y profundos, el 80% de los cuales habitan el países de ingresos medios y bajos.
La prevención podría evitar alrededor de la mitad de los casos (en una estimación conservadora), sobre todo reduciendo los niveles de exposición al ruido que contaminan nuestro hábitat cotidiano.
El oído está compuesto por una serie de partes sumamente sensibles y delicadas, que, a grandes rasgos, se agrupan en tres partes: oído externo, medio e interno. El conjunto de estos elementos hace que el sonido, captado mecánicamente y procesado por ellos, se transforme en estímulos químicos que llegan al cerebro por la vía nerviosa, donde se decodifican, permitiendo que se individualicen y resulten significativos.
Conformados por cartílagos, partes óseas, membranas, cilias, cavidades, nervios, etc., cada uno cumple una función necesaria dentro del todo. El mal funcionamiento de cualquiera de ellos repercute sobre la totalidad, produciendo defectos de diferente intensidad, según el grado de compromiso.
Niveles de sonido muy altos o persistentes pueden dañarlos temporaria o permanentemente, en ocasiones en forma irreversible.
Si bien la masividad de este fenómeno es propia de nuestro tiempo, dado el extraoridinario incremento de fuentes contaminantes que provoca la vida moderna, lo notable es que no se trata de un fenómeno nuevo e inédito en la historia de la humanidad, sino que, por el contrario, la existencia de antecedentes remotos que muestran la preocupación por este tema (Plinio el Viejo –23-79 de nuestra era– ya señalaba que la gente que vivía en las proximidades de las cataratas del Nilo quedaba sorda) es de larga data.
Lo relevante es que, pese a que las estimaciones de la OMS aseguran que un tercio de la humanidad (y el 75% de los habitantes de las ciudades industrializadas) padece algún grado de pérdida auditiva (desde problemas leves hasta sordera) ocasionada por el ruido, no parece que sea una problemática instalada la lucha para evitar o, al menos, disminuir esta contaminación que atenta contra la calidad de vida de las personas con manifestaciones en distintos órdenes.
Por ejemplo, solamente en América Latina, el 17% de los trabajadores industriales son hipoacúsicos, teniendo en cuenta su exposición solamente en el ámbito laboral. En los EE.UU. se trata de una de las enfermedades ocupacionales más frecuentes, mientras que en Europa, 35 millones de personas ya sufren las consecuencias del alto nivel sonoro.
Insistimos: buena parte de toda esta problemática podría evitarse siguiendo las normas de distinta procedencia (higiene laboral, tránsito, convivencia, etc.) que ya existen en el corpus legislativo de la inmensa mayoría de los países, pero cuya aplicación se morigera en pos del “desarrollo sustentable” que impide la protección integral del ambiente (la contaminación sonora es uno de los flagelos que atentan contra ella).
Cómo se produce
Hay distintas teorías que explican qué mecanismos desencadenan la disminución o la pérdida auditiva.
Una de ellas sostiene que los picos sonoros de nivel constante hacen que se pierdan progresivamente células nerviosas que intervienen en el proceso auditivo.
Por otro lado, hay quienes sostienen que la hipoacusia se produce por alteraciones bioquímicas por causa del ruido y que conducen a la lisis celular, es decir a la ruptura de la membrana que las recubre y a su muerte.
Estudios recientes dan cuenta de que el ruido tiene la capacidad de despolarizar a las neuronas, por lo que interrumpe o dificulta su intercomunicación. Ello se debe a que la recepción de estímulos sonoros inadecuados cambia la cantidad de calcio intracelular, que permite la ionización (la carga eléctrica positiva o negativa) necesaria para el intercambio.
A su vez, otras investigaciones postulan lo que se conoce como macrotrauma, según el cual la onda expansiva que produce un ruido intenso y discontinuo tiene la capacidad de destruir estructuras como la del tímpano o la de los huecesillos ubicados en el oído medio (martillo, yunque y estribo), con la consiguiente pérdida de capacidad auditiva.ad de oír en ciertas personas.
Todas ellas dan cuenta del mismo fenómeno: ante la agresión sonora oímos menos o dejamos de oír.
Exposiciones a niveles mayores de 85 decibeles (dB) en forma constante durante períodos más o menos largos conducen a que la audición se deteriore progresivamente, mientras que el trauma acústico (es decir, un ruido de altísima intensidad durante un breve instante), usualmente producido por una cuestión accidental (una explosión, por ejemplo), lleva a un daño instantáneo y normalmente irreversible.
Para ejemplificar diferentes niveles de ruido:
- 0 dB es el umbral mínimo de audición esperado.
- 10 dB es el producido por una respiración normal.
- 20 dB el que se encuentra normalmente en un ambiente tranquilo, como una biblioteca.
- 40 dB se encuentra en una conversación entre dos personas.
- 50 a 60 dB es el nivel de una aglomeración de personas.
- 70 dB el promedio que emite una aspiradora.
- 80 dB el paso de un tren a corta distancia.
- 90 dB el tráfico en una calle con una circulación intensa.
- 100 dB el que produce una perforadora eléctrica.
- 110 dB es la exposición en un concierto o en un acto cívico.
- 120 dB produce un avión en marcha.
- 130 dB cuando este último despega.
- 140 dB es el umbral del dolor.
- 180 dB produce un cohete al momento de partir y se estima que es el de la erupción de un volcán.
- 200 dB la detonación de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
Cuanto más elevada la intensidad, mayor daño inmediato, así como cuanto más tiempo de exposición a niveles de 85 o más dB, más probabilidades de una progresión hipoacúsica.
Respecto de la progresividad, se señalan cuatro fases:
Fase I: Comienza a instalarse un déficit que puede ser permanente. Se eleva el umbral perceptivo, que, en lugar de 0 pasa a ser de 30 o 40 dB, por lo que existen sonidos que ya no se perciben. Si cesa la exposición al ruido que provoca esta disminución, en muchos casos puede revertirse.
Fase II: Denominada período de latencia. En ella no se escucha por debajo de los 40 o 50 dB y la reversibilidad empieza a ser muy dificultosa.
Fase III: El umbral asciende a 70 u 80 dB, lo que implica que, además de los sonidos, la audición de las palabras es prácticamente imposible y no hay posibilidades de volver atrás.
Fase IV: Se incrementa el umbral a más de 80 y se llega a la sordera total.
Pero las dificultades de la exposición al sonido acarrean otros problemas, además de los meramente auditivos.
Por un lado, las dificultades de audición implican, en muchas ocasiones, problemas de comunicación, compromiso cognitivo, mayor propensión a accidentes, disminuciones en el desempeño laboral, incremento del estrés, irritabilidad y problemas de sueño, entre muchas otras.
Por el otro, la exposición al ruido también provoca cuadros hipertensivos, angustia, ansiedad, taquicardia, acidez estomacal, disminución del apetito, y un sinfín de alteraciones físicas y psíquicas que complican la existencia.
El mejor tratamiento: la prevención
Existen muchos procedimientos para revertir la hipoacusia (o reducir sus efectos), sobre todo cuando ella no entró en una etapa de ireversibilidad.
Así, desde los quirúrgicos, pasando por los implantes y las ayudas tecnológicas como los audífonos, en muchos casos es posible paliar los efectos de la disminución auditiva.
Pero la mejor herramienta de la que disponemos es la prevención, es decir, evitar la exposición a situaciones de riesgo.
Entre las generales, la vacunación contra enfermedades potencialmente productoras de daño auditivo, estar atentos a la atención perinatal para evitar riesgos, eludir el uso de productos ototóxicos cuando sea posible, consultar en los casos de recién nacidos que puedan presentar cuadros que hagan presumir un posible problema (bajo peso, antecedentes familiares, asfixia, ictericia, etc.), mantener los oídos limpios y acudir al médico ante el más leve signo de dolor y supuración, entre otras que dicte el sentido común, pueden actuar como evitadores de problemas a futuro o, al menos, como detección precoz, que implica un mejor pronóstico.
En lo que respecta a las que tienen que ver con el ruido, alejarse de aquellos ambientes que presentan altos niveles de contaminación sonora, utilizar elementos en el trabajo y en los demás ámbitos ruidosos que atenúen la exposición sonora, ajustar el volumen de los equipos de sonido (sobre todo los que se usan con auriculares) a niveles razonables y requerir que se cumplan las leyes que buscan prevenir son algunas de las tareas que están a nuestro alcance, además de difundir la adopción de estándares preventivos entre nuestros conocidos son maneras simples y eficaces de disminuir el riesgo. 
Para terminar
El Congreso de la Sociedad Panamericana de Otorrinolaringología, celebrado entre el 28 de noviembre y el 1ª de diciembre de 2012 en Mar del Plata, República Argentina, tuvo como objetivo principal alertar sobre los problemas de audición como uno de los más usuales de salud a toda edad, pero sobre todo respecto de niños, adolescentes y jóvenes.
La estimación de los especialistas reunidos en el mencionado foro es que no menos del 30% de nuestra actual población adolescente sufrirá trastornos relacionados con la audición, lo que sólo en Argentina implica a más de 3 millones de personas.
En ese sentido, la Dra. Graciela González Franco, integrante del Comité Directivo de la Asociación Argentina de Otorrinolaringología y Fonoaudiología Pediátrica comentó que “un gran número de personas tiene pérdida auditiva por exposición al ruido. Las sociedades de nuestro tiempo son productoras de sonidos y ruidos que tienen una variedad, intensidad y perdurabilidad que constituyen una forma de contaminación física por sus efectos: la contaminación auditiva”.
En una nota para el diario Tiempo Argentino, la experta explicó que el ruido “Interfiere en la comunicación, en el aprendizaje, en la concentración y en el descanso. La denominada contaminación auditiva produce acúfenos (silbidos persistentes), ansiedad, taquicardia y aumento del colesterol. Además, constituye un factor de riesgo de accidentes, bajo rendimiento intelectual y estrés”.
Siendo un mal colectivo altamente evitable y con medidas que implican un simple cuidado desde el punto de vista de las posibles víctimas y un deber desde la perspectiva de las autoridades sanitarias de todo nivel para evitar daños haciendo cumplir la normativa sobre la materia, ¿qué estamos esperando para ponerlas en práctica?

Ronaldo Pellegrini


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