miércoles, 7 de noviembre de 2018

Conductas disruptivas en la infancia

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Estas conductas atentan contra las relaciones interpersonales de los niños, pero, además, perjudican a los distintos grupos sociales en los que se desenvuelve la vida de relación, sobre todo la familia y la escuela. Existen terapias disponibles que ayudan a revertir la mayor parte de los casos. A su vez, se da una guía algunas actitudes que los adultos pueden asumir para atenuar y mejorar los resultados de estas actitudes.

Todos los niños, en algún momento, manifiestan conductas alejadas de lo esperable, negativas, confrontativas, interruptivas, básicamente inapropiadas.
Esto sucede por diferentes causas, la más corriente de las cuales es, simplemente, el tanteo de los límites, esto es, aprender qué se puede y qué no en los distintos contextos en que se mueve la vida de relación. Forma parte del crecimiento.
También problemas emocionales y físicos pueden disparar reacciones emocionales negativas intensas, lo que, nuevamente, se sitúa dentro de lo esperable, sobre todo en los más pequeños, quienes en muchas ocasiones no pueden verbalizar correctamente lo que les sucede y por lo tanto recurren a exteriorizaciones disruptivas.
El campo de lo que se denomina “Conductas Disruptivas” comienza cuando este tipo de manifestaciones persisten en el tiempo sin causa aparente.

En busca de una definición
Está generalmente aceptado que cuando hablamos de Conductas Disruptivas hacemos referencia a manifestaciones conductuales que implican la ruptura de la armonía en las relaciones sociales (sean estas las familiares, las escolares, del grupo de pares, etc.) por parte de un sujeto. Se trata de un conjunto de desórdenes de la conducta que se exteriorizan como falta de cooperación, desafío y hostilidad hacia las figuras de autoridad, agresividad, provocación, dificultad para establecer relaciones interpersonales y todo tipo de manifestaciones que pongan en riesgo el normal desenvolvimiento de las interacciones con otros.
Se descartan como CD aquellas de corta duración. Para ser consideradas tales, es necesario que las conductas persistan por un período prolongado, no menor a seis meses.
Particularidades
Respecto de las causas, parece haber distintas corrientes de investigación que atribuyen su aparición a diversos factores.
Junto con la tendencia actual a atribuir todo o, al menos, buena parte de las conductas consideradas como patológicas a causas genéticas, por otro lado se considera que estos problemas se deben a estructuras sociales, familiares, escolares, etc., disfuncionales.
Desde este punto de vista, las conductas disruptivas se deberían a que los diversos grupos sociales serían poco contenedores e, incluso, brindarían un entorno agresivo o incomodante para determinados sujetos que los llevaría a manifestar una conducta reactiva. La dificultad de los adultos para poner reglas, el acoso escolar, las falencias afectivas, en fin, todo aquello que ocurre a nuestro alrededor produce aprendizaje conductual. Las malas experiencias causarían o, al menos, dispararían modos de desenvolverse considerados incorrectos.
Los estudios más recientes explican que, en realidad, la aparición de estas conductas se debería a una combinación de factores genéticos y ambientales que llevarían a su desarrollo.
Así, se daría una combinatoria de componentes personales (temperamento difícil, impulsividad, inestabilidad emocional, baja autoestima, etc.), familiares (deficiencia de transmisión o inadecuación de valores, normas y actitudes; falta de contención) y sociales (pobreza, dificultades de integración, intolerancia, etc.) que actuarían como gatillos.
En general, se concuerda en que, cualquiera sea la causa, existe un sufrimiento en el niño al cual hay que prestarle atención, ya que la persistencia de esta problemática hace que la vida de relación y las posibilidades de aprendizaje se vean seriamente afectadas, además de incidir negativamente sobre el entorno.

Deteccion y formas
El ámbito principal en el que suele tomarse conciencia de la existencia de CD es el escolar. Ello puede deberse a que, por ejemplo, en el ambiente familiar la conducta disruptiva esté internalizada como algo normal, mientras que el desenvolvimiento en un escenario distinto, con otro tipo de normas, con una gran diversidad de actores sociales suele hacer patente lo que no se puede o no se quiere ver. Es por ello que gran parte de las investigaciones que se llevan a cabo al respecto tienen como centro la vida escolar, aunque de alguna manera sus conclusiones pueden trasladarse a otros entornos.
Se trata de uno de los principales motivos de consulta y, a su vez, resulta uno de los problemas más fáciles de detectar, dada la evidencia de sus síntomas y los efectos que produce. No hay pruebas de laboratorio que permitan su diagnóstico, sino que este se hace clínicamente.
Insistimos en que cualquier episodio aislado o una serie de ellos de corta duración no debe catalogarse como conducta disruptiva, sino que ello se restringe solamente a aquellos que, por su frecuencia o su intensidad, trastornan el normal desarrollo de las relaciones.
Esta clase de conductas inadaptadas pueden ser de tres tipos: inadecuadas, inexistentes o perturbadoras. Las primeras son aquellas que se llevan a cabo en un lugar o en un momento inapropiado. Las segundas son las esperables, las que debieran realizarse y no se llevan a cabo o, cuando se ejecutan, no se lo hace con la intensidad o la dedicación necesarias. Las últimas refieren al tipo de actitud que afecta negativamente al entorno y a la propia persona, dado que perturban el normal desenvolvimiento de las relaciones (esto es mucho más evidente en la escuela), al tiempo que el propio niño ve afectado su rendimiento académico y su interacción con los demás.
Existen básicamente dos facetas o tipos distintos de CD, ambos reconocidos por el DSM (aunque no hay mención específica de ellas): el Trastorno Oposicionista Desafiante y el Trastorno de Conducta.
El Trastorno Oposicionista Desafiante se lo define como aquellas conductas que muestran marcada hostilidad, desafío, negatividad y/o desobediencia hacia las figuras de autoridad.
Los síntomas más comunes indican que estos niños suelen discutir con los adultos casi por cualquier causa, con una tendencia a perder la calma fácilmente, sumado a que se resisten a seguir las normas, culpan a otros por sus errores o faltas, molestan deliberadamente a los demás y suelen comportarse con enojo, resentimiento y vindicativamente.
Por su parte, los Trastornos de Conducta se consideran como una instancia más agravada, puesto que se los define como una vía repetitiva y persistente de conducta según la cual se avasallan muchas de las normas sociales.
Típicamente, los niños con TC es posible que sean seriamente agresivos con otras personas, que tiendan a maltratar y herir animales, que cometan actos de vandalismo, robos, huidas del hogar, falten a la escuela sin permiso ni conocimiento de los padres y otras conductas similares, a lo que hay que agregar la sintomatología desafiante.
Las estimaciones hablan de un rango de afectación de entre el 2 y el 16% de la población escolar con Trastorno Oposicionista y de un 6 al 9% con Trastornos de Conducta.
En algunos estudios se habla del “callo emocional”, figura retórica que busca graficar la falta de empatía, la carencia de preocupación por el mal desempeño en las tareas y una marcada deficiencia respecto de las manifestaciones afectuosas, ello referido a los casos más extremos de Conductas Disruptivas.
Existe una comorbilidad entre las Conductas Disruptivas y el ADD. En ese sentido, se estima que alrededor de la tercera parte de quienes cursan el Trastorno por Déficit de Atención (con o sin hiperactividad) también presentan trastornos oposicionistas, mientras que un cuarto hace lo propio respecto de los Trastornos de Conducta, aunque se señala que CD y ADD son dos entidades diferentes. Sin embargo, pese a esto último, las diferencias parecen un poco endebles.
En tal sentido, se afirma que una de las disimilitudes principales es la posibilidad de modificar tales conductas. Si bien ambas condiciones son de tratamiento prolongado, en las CD es relativamente más fácil revertir el cuadro.
A su vez, se señala que la química del cerebro de los ADD contiene menores cantidades de las sustancias que ayudan a regular el humor y el movimiento.
Otra diferencia consiste en que los Trastornos por Déficit de Atención parecen deberse a una reacción frente a lo que ocurre, aquellos con Conductas Disruptivas tienen una mayor tendencia a buscar maneras y argumentos para romper con las reglas y rebelarse.

Tratamiento
En general, se desaconseja la medicación como única vía de intervención, ya que, por sí sola, no produce buenos resultados. Sobre todo se utiliza para el manejo de la agresividad y algunas comorbilidades específicas que puedan detectarse (ansiedad, depresión, etc.).
Para ello se recurre a fármacos cuya función es estabilizar el ánimo, antipsicóticos y estimulantes, según se requiera, los mismos que se utilizan para otras dolencias (por ejemplo, ADD).
Pero la vía regia que conduce el tratamiento está referida a intervenciones psicológicas que, según las distintas escuelas, constan de pasos diferentes, aunque todas ellas intentan resolver el problema de base que está presente, dado que no se han hallado evidencias físicas a las que pueda atribuirse unicausalmente este tipo de conductas.
Por lo tanto, todo el tratamiento requerirá de profesionales de la medicina, la psicología y/o la psiquiatría que manejen los diferentes ribetes de cada caso particular.
De todos modos, padres, docentes y otros referentes pueden adoptar distintas modalidades que ayudan a encausar estas conductas en los niños y a disminuir sus efectos.

Tips para adultos
1. Identificar las conductas que se quiere modificar positiva o negativamente. Ellas deben ser específicas, observables y mensurables. Con ello queremos decir que no debe existir disenso sobre si tan conducta tuvo lugar. En ese sentido, órdenes tales como “portate bien” o “sé bueno” pueden prestarse a confusión y a distintas interpretaciones. En cambio “no le quites los juguetes a tus amigos” o “no le pegues a Fulano” no dejan lugar a dudas.
2. Establecer el escenario. Una vez que se determinan las conductas a modificar, el paso siguientes es identificar las circunstancias en que esas conductas se hacen presentes.
a) Ajustar el entorno. Para que la intervención sea más efectiva, es mejor remover del ambiente físico todo aquello que pueda obrar como distracción y otros factores perturbadores (hambre, sed, ganas de orinar, etc.).
b) Hacer claras las pautas. Se consiguen mejores resultados cuando se especifica precisamente qué es lo que se desea lograr. Como ejemplo, la hora de acostarse y la secuencia de pasos a seguir. Si es necesario, puede ponerse un cartel con las especificaciones como recordatorio.
c) Preparar para las transiciones. Ante cambios más o menos abruptos en las tareas (por ejemplo, del juego a la cena), recordar a intervalos el tiempo que resta para la nueva. Es necesario asegurarse de que el cambio sea lo más ajustado posible a la hora predicha.
d) Cuando es posible, dar opciones. Con ello se consiguen dos objetivos. Por un lado, establecer una estructura y por el otro, mostrar al niño que es tenido en cuenta. Así, un ejemplo de esto es preguntar: “¿Vas a bañarte antes o después de comer?”.
e) Usar “cuando… entonces”. Se trata de un herramienta provechosa para establecer aquello que quiere marcarse y para brindar una recompensa ante el cumplimiento. “Cuando termines tu tarea, entonces podrás jugar con la play”, es un modelo de esta forma.
3. Dar instrucciones efectivas. Es necesario usar las palabras adecuadas para obtener los resultados esperados.
a) Utilizar afirmaciones, no preguntas. “Por favor, empezá tu tarea de matemáticas” resulta mucho más positivo que “¿Cuándo vas a hacer la tarea de matemáticas?”.
b) Preferir las afirmaciones a las negaciones. Si el niño/a está saltando sobre un mueble, es mejor decir “Por favor, salí de allí” que “No saltes sobre el mueble”.
c) Ser claro y específico. En lugar de “Basta con eso” es preferible expresar: “Por favor, terminá con ese ruido”.
d) Brindar instrucciones calmada y respetuosamente. Esto ayuda a que el niño tienda a imitar tal conducta cuando habla con otros, al tiempo que aprende a escuchar cuando se le habla de otra manera que a los gritos.
e) Decir las cosas una sola vez. Ello lleva a que se preste mayor atención que si se repite una y otra vez lo que se dice.
4. Consecuencias inefectivas. La tarea primaria es prevenir las conductas inapropiadas. Pero cuando ello falla, es imperativo que el niño sepa que ello tiene consecuencias. Las que no resultan efectivas son:
a) Atención negativa. No prestar atención a los niños refuerza sus malas conductas y puede herir su autoestima.
b) Demora en la respuesta. La reacción a una conducta inapropiada debe ser inmediata. Cuando más tiempo pase, menor será la ligazón de la actitud respecto de su consecuencia.
c) Consecuencias desproporcionadas. Debe existir una proporción entre la falta y su punición, de lo contrario ello puede resultar desmoralizante e irritante para el niño.
5. Consecuencias efectivas. Por su parte, resulta conveniente:
a) Apreciar las conductas pertinentes. Cuando hace algo bien que no solía es bueno remarcarlo: “Gracias por ordenar tus juguetes”. Ello aumenta la autoestima y, además, permite comprender qué se espera del niño.
b) Ignorancia activa. Cuando el niño comienza a comportarse mal, ignorarlo hasta que enmienda su actitud puede resultar una herramienta valiosa. Ello implica no reaccionar de manera alguna. En cuanto el desvío cesa, debe restablecerse la comunicación. Esto debe utilizarse solamente ante faltas menores.
c) Recompensas. Pueden utilizarse para reforzar las conductas positivas y como reconocimiento de hacer algo que le resulta dificultoso. No se trata de un soborno sino de algo que el niño debe ganar con su comportamiento. Consiste en un privilegio o una actividad o también algún objeto concreto. También es posible que se le dé a elegir entre distintas opciones.
En todos los casos es indispensable que el adulto tenga control de sí mismo, que no muestre enfado ni confusión y que responda adecuadamente.

Conclusiones
La especialización pone nuevos rótulos a viejos problemas. Las Conductas Disruptivas existen desde hace mucho tiempo y siempre implican sufrimiento para un niño. Suelen atemperarse con el transcurso del tiempo, pero siempre atentan contra las habilidades sociales y académicas de la persona, por lo que influyen a lo largo de su vida.
Se llaman disruptivas porque, precisamente, rompen el clima necesario para que se desarrollen con eficacia las tareas grupales. Es por ello que sobre todo se hacen evidentes en la escuela. Los adultos debemos saber que podemos ayudar a los terapeutas para que los niños tengan una vida mejor.

Bibliografía:
– http://www.parents.com/health/mental/dealing-with-disruptive-behavior/
– https://www.understood.org/en/learning-attention-issues/getting-started/what-you-need-to-know/the-difference-between-disruptive-behavior-disorders-and-adhd
– http://www.ascentchs.com/mental-health/disruptive-behavior/symptoms-signs-effects/
– https://childmind.org/article/disruptive-behavior-why-its-often-misdiagnosed/
– https://www.healthychildren.org/English/health-issues/conditions/emotional-problems/Pages/Disruptive-Behavior-Disorders.aspx
– http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-33252011000500005
– https://www.educapeques.com/escuela-de-padres/conducta-disruptiva.html

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