QUEDÓ
CUADRIPLÉJICO JUGANDO RUGBY, GANÓ UN PREMIO CON MARLEY Y VIAJÓ A MALVINAS PARA
UNA TRAVESÍA EN UNA BICI ADAPTADA
“No
sólo no vas a poder caminar más. Te van a tener que meter en la ducha y
bañarte, y darte de comer en la boca por el resto de tu vida”. Las frase fue un
martillazo a repetición en la cabeza de Alexis Padovani. Tenía 21 años y estaba
en una cama, cuadripléjico, desahuciado. Y sin embargo, hoy, 23 años después,
estamos hablando con él de cómo pedaleó por las Islas Malvinas en el 2018 y del
documental “Hacia el Atlántico sur” que dirigió su amigo Gonzalo Prados -quien
lo motivó a emprender la travesía y lo acompañó en ella- y se acaba de
presentar -cuarentena mediante- en Youtube, donde tuvo más de 4500 visitas en
pocos días.
Esta
historia no empieza subiendo a un avión en Punta Arenas, ni llegando a Puerto
Argentino en mayo del 2018. Arranca el domingo 19 de octubre de 1997 con esas
paradojas que salen una sola vez en los dados de la vida. Era el Día de la
Madre y Racing jugaba de local contra Rosario Central. Alexis y Gonzalo
-hinchas de la Academia- habían arreglado para ir al Cilindro a ver ese
partido. “Yo tenía un Fiat 600, y siempre íbamos desde San Isidro a Avellaneda
-recuerda Prados-. No teníamos celular, así que recién cuando llegué a su casa,
el Gordo me dijo que no podía…”. Padovani jugaba al rugby en otra Academia, el
CASI. Era un prometedor pilar, convocado a la Selección de Menores de 21 años,
futuro primera línea de su club. “Mirá lo increíble que fue todo, me habían
invitado a jugar un partido a beneficio de los jugadores lesionados medulares.
Lo organizaba la Fundación Rugby Amistad, que hoy está dentro de la Unión
Argentina de Rugby (UAR) y les faltaba uno. Les dije que sí”, cuenta Alexis.
La
fatalidad duró lo que suele durar: un segundo. “Entramos mal en un scrum,
porque antes se ingresaba embistiendo, y golpeé de lleno la cabeza con el
hombro de un rival. Me quedé tirado. Todos pensaron que era un calambre, pero
supe de entrada que era grave. Me lesioné la sexta vértebra cervical”,
rememora. Gonzalo, que había jugado desde chico con él en el CASI, dice que
“cuando volví de la cancha me enteré lo del Gordo. Uno piensa que no va a ser
nada…” Aquella tarde benéfica, Alexis usó una camiseta del SIC. Y Racing perdió
4 a 1.
Lo
llevaron a una clínica, a los diez días lo operaron de la columna y a los 40 lo
llevaron al FLENI. En el medio hubo una obra social que se negó a pagar el
tratamiento porque “el rugby es un deporte de riesgo”, pero también levantó la
mano el Club de Benefactores, que se encargó de costear su rehabilitación.
“Alexis
es un ejemplo de resiliencia, ¡tantas veces le dijeron que no podía hacer
cosas, y mirá…! Cruzó Malvinas pedaleando con las manos y en medio del frío de
mayo”, cuenta con orgullo Gonzalo. Es que después de ese accidente, Padovani se
mudó a Bariloche. Puso un bar hasta que la crisis del 2001 lo hizo regresar a
Buenos Aires. Se revinculó con el CASI y comenzó a entrenar divisiones
inferiores. También empezó a trabajar en FLENI. Allí estuvo como
administrativo, hasta que se dio cuenta que no era lo suyo y se dedicó a
entrenar a sus pares, en esa misma institución, en el manejo de la silla de
ruedas. La UAR también tuvo un lugar para él: ahora es director de Rugby
Seguro, donde se encargan de establecer pautas para minimizar lesiones graves.
Tuvo pareja, se separó. Y canta en Resanta, una banda de rock donde su hermano
-con quien vive hoy en una casa en la que armaron un estudio-, toca la batería.
La
amistad, ese vínculo que no rompió ni la lesión ni los años, urdió el viaje a
Malvinas de una forma también insólita. Gonzalo lo recuerda así: “Yo había
hecho un libro de fotografías que se llama Ruca Trancura. Fue sobre mis viajes
en bicicleta por la Patagonia. Hice como 2500 kilómetros. En una de esas
vueltas era el cumpleaños de Alexis. Caí a la casa, medio copete… Abrí la
puerta y le dije ‘vos tendrías que pedalear… Tenemos que cruzar los Andes y
también Malvinas’. Todos me miraron como dicienco ‘está borracho’. Pero el
Gordo es tan manija que googleó y terminó manejando una bici adaptada. Y ahí
arrancamos”.
Padovani
no olvida esa noche: “Mis amigos están un poco locos y Gonza no es la
excepción. Más allá de mi situación, para ellos seguí siendo Alexis, el Bife,
el Gordo, nunca me ataron a ninguna limitación. Gonza entró a mi cumpleaños, ni
me miró, y me dijo ‘Vos y yo vamos a cruzar los Andes y las Malvinas en
bicicleta’”. Fue un anzuelo que sabía que iba a morder. Es que Alexis nunca
dejó de hacer deportes. Esquía, y por estos días, cuenta que espera “seguir la
cuarentena en Bariloche. Esa noche, cuando se fueron los chicos, me puse a
investigar un poco. Vi de qué se trataban las bicicletas adaptadas. Vi que
alguien las vendía. Mis amigos juntaron guita, me la compraron y el primer
desafío fue el Valle de la Luna. En realidad, estos apostaban a ver si me
quedaba en la mitad de la montaña o no. Pero a mí me gustan los deportes
extremos”.
Si
el germen del proyecto parece insólito, la forma en que se gestó es digna de
una película. Después de todo, eso fue lo que hicieron. “”A mi Malvinas me
puede, me encanta -cuenta Prados-. Fui dos veces, primero en el 2011 como
fotógrafo de Rugby sin Fronteras. Se hicieron varios partidos, una experiencia
muy buena. Participé en una revista donde se hizo un especial de Malvinas,le
hice un reportaje a Walter Guazzardi, un ex combatiente. Hoy somos amigos, e
incluso hay un audio suyo en el documental. Pero en esta oportunidad todo salió
medio de casualidad. Un día el Gordo me llama y me pide un favor: ‘Me quedé sin
remise, estoy en la Panamericana y tengo que ir a una reunión por un laburo….
estoy llegando tarde, ¿me llevás?’. Yo estaba a unas cuadras de ahí, lo pasé a
buscar y fuimos. Resulta que era el casting de un programa de Marley. Cuando ya
estábamos ahí, me dice ‘después te explico’”.
Alexis
se ríe cuando recuerda cómo hizo entrar a su amigo para que lo acompañara en
The Wall, que en ese momento se grababa en los estudios de Endemol en San
Pablo, Brasil. “Lo llevé a Gonza engañado. Pero no es que me anoté. La producción
invitaba a gente que tuviera alguna historia detrás. Yo había publicado un
libro, ‘El mundo por segunda vez’. Me propusieron ir y dije que no. Me
volvieron a llamar y me convencieron: dijeron que podía llegar a ganar un
millón de pesos. Mucha guita. Ahí, sin que supiera, lo metí a Gonza”.
“En
un momento del casting le preguntaron, ‘¿qué harías si te ganás un millón de
pesos?’ -retoma Gonzalo-. Y él respondió: ‘Me voy con mis amigos a Europa’.
Entonces le recordé: “Gordo, nuestro sueño.... pedalear en Malvinas'. La
productora abrió los ojos. Al toque nos llamaron. Fuimos la pareja que más
plata ganó. Me acuerdo que Marley nos dijo ‘hagan el viaje, no se la gasten
toda ahora”.
Con
los 480 mil pesos del premio, empezaron a organizar la expedición. Fueron 8
meses en los que, además de ellos, se incorporaron Mario Saucedo -”el capitán:
es médico y diseñó la estrategia del viaje. Pensá que pedaleamos con cero
grados y Alexis podía sufrir hipotermia. Él nos decía cuándo parar, cuando
seguir, cuándo no podíamos quedarnos detenidos más tiempo. Nos ordenaba”,
describe Prados-; Martín Chielli -”Papo, que es de nuestra camada pero jugaba
en el club Albatros de la Plata, es la parte espiritual del equipo, y el que
nos hizo la ropa”, prosigue-; y Pablo Vitucci -”el Messi, el mejor entrenado,
aunque allá se le rompió la bici, siguió corriendo y se lesionó la rodilla.
Pero hizo cinco kilómetros en la camioneta que nos seguía y volvió a pedalear”,
completa-.
Con
todo listo, el primer destino fue Río Gallegos, de allí en camioneta a Punta
Arenas y, en avión, a Malvinas. En el aeropuerto chileno, Alexis cuenta que
“apuró” a su amigo para que el viaje quedara registrado no sólo en fotos. “Le
dije que tenía que hacer un documental”. Prados se sintió sorprendido por la propuesta.
“Le respondí al Gordo: ‘es tarde, soy fotógrafo’. Pero me retrucó: ‘En una
semana hiciste un libro, en una semana hacé una peli’. Y ahí surgió Hacia el
Atlántico Sur”, explica sobre el proyecto que armó, para luego, aprovechando el
tiempo muerto en cuarentena de su productora Fotogip, desarmó y volvió a armar
con la edición de Marcelo Kosiuba y la música de Juan Cuesta.
El
film, de 1 hora y 35 minutos de duración, contiene dos historias paralelas. Una
es la del homenaje que hicieron a los soldados que pelearon en Malvinas. La
otra se trata de la propia superación personal de Alexis Padovani.
El
ritmo que llevaban en las partes llanas fue de 8 kilómetros por hora, y en las
trepadas bajaba a 2. “Nos teníamos que bajar de la bici y sostener por la
espalda al Gordo para que siga, éramos como un cambio más de su bici. Pero en
los descensos podía llegar 60 kilómetros de velocidad”, dice Prados. El primer
día hicieron 35 kilómetros hasta la base militar de Mount Pleasant. Al
siguiente completaron el trayecto hasta Puerto Argentino. Pero llegar no fue un
paseo. El director del documental reconstruye el momento más dramático del
viaje: “Ahí nos pasó otra cosa. Íbamos empujándolo desde las bicis, y en una de
esas uno de los chicos se tropezó y metió la pata en la rueda de Alexis, se
empezaron a romper los rayos y el Gordo se puso mal, nos decía “no llego”...
Faltaba muy poco…”.
“Frenamos
20 minutos porque necesité ir al baño. Me tenían que sacar de la bicicleta,
meterme en la camioneta que nos seguía para no enfriarme. Volví a subir,
arrancamos, quisimos ganar velocidad y a Martín se le enganchó un pie en la
rueda. Casi sale volando por arriba mío, se hubiera pegado un palazo. Pero la
rueda empezó a trabajar más. No daba más. Quedaban seis kilómetros”, dice
Alexis.
Con
el cartel de entrada a Puerto Argentino a la vista, la rueda prácticamente se
había salido. Entonces Saucedo tomó una eslinga, se la colgó al cuello, la pasó
por el eje trasero y sostuvo de ese lado la bicicleta de Alexis. Él fue su
rueda. “‘Hijo de puta, te voy a hacer llegar', me dijo…”, recuerda Padovani
emocionado. Prados añade: “Fue como una escena de Carrozas de Fuego. El 21 de
mayo allá festejan el desembarco en San Carlos, caminan desde su cementerio
hasta Stanley. Pasamos delante de ellos y nos aplaudían. Fue emotivo lo que
hizo Alexis, es el ‘no me rindo aunque me pasen todas’”, resume Prados.
Padovani,
el que no se rinde, siempre tuvo claro por qué estaban allí: “Hubo una trepada
en que no podía más, pero de repente miré el horizonte, e imaginé a todos los
flacos que se cagaron de hambre y frío, que la tuvieron que aguantar y dije
‘cómo no la vamos a aguantar nosotros’. Me acordé de una canción que escuchaba
mucho de chico, de Víctor Heredia, que se llama Aquellos soldaditos de plomo. Y
mientras la cantaba tomé conciencia de que estábamos cruzando las Islas
Malvinas”.
Fuente Infovae
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