“Sin
ver, encontré en el arte un pasión que me salvó la vida. Me siento un
afortunado. Nunca pensé que iba a poder vivir de lo que hago con mis manos”,
cuenta Javier Molina
Durante
25 años se dedicó a la gastronomía. Conocía a la perfección su trabajo, le
gustaban las relaciones públicas del negocio y le iba muy bien en su
restaurante.
De
un día para el otro, empezó a tener problemas de visión. Le diagnosticaron
retinosis pigmentaria y abandonó todo lo que hacía para comenzar una nueva vida:
“Fueron cinco años hasta que me quedé ciego, mientras tanto, yo manejaba todo
porque hasta conocía de memoria el camino entre las mesas, pero me empecé a
agotar”, explica.
Nunca
había pensado en ser padre, pero en medio de toda esa transformación que estaba
transitando, conoció a Leona que hoy es su mujer y van a cumplir 13 años
juntos: “Fue por unas amigas en común que coincidimos en una reunión. Yo justo
estaba leyendo un libro que habla sobre enfermedades y las emociones. Un día
fui al restaurante y le dije: ‘Vos no
ves por tal y tal motivo’. Él me miró y me preguntó: ‘A vos quién te
manda’. Fue un flechazo. Ahí nos enamoramos”, recuerda Leona.
Leona destaca la creatividad y el enorme corazón de Javier,
que hicieron que ella soñara con una vida juntos: “Yo tenía seis hijos cuando
nos conocimos y él me amó a mí y a mis hijos con una entrega increíble. Después, juntos decidimos tener hijos y llegaron Mora y Octavio”.
Dejar
la gastronomía después de 25 años
Cuando
lo conoció, lo primero que pensó Leona fue que Javier era un emprendedor, un
hombre que era dueño de un restaurante, que lo manejaba solo aun sin
ver: “Trabajaba mucho, dirigía a los empleados y decidió dejar un
restaurante exitoso cuando se cansó”.
En
medio de tantos momentos de cambio, una vez que había dejado su trabajo, Leona
le propuso ir a conocer a una escultora que vivía cerca de su casa y ese fue un
momento bisagra en su vida: “Cuando hacía las esculturas estaba concentrado,
tranquilo”, sostiene su mujer.
De
la arcilla a la madera
Javier
recuerda que hasta que empezó a crear con sus manos, estuvo un año y medio sin
trabajar: “Después de 25 años de gastronomía, que era un trabajo bastante
esclavo, hice el primer proceso de salir del dolor y encontré
una pasión: crear”, detalla.
De
las esculturas de arcilla pasó a la madera y sintió que había adquirido un don:
“Muchas veces me preguntan cómo hago los muebles y no tengo una respuesta,
fluye en mí”.
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