Que somos infelices, asexuadas, “angelitos”, que no podemos trabajar. Todavía existen muchas creencias erróneas fuertemente arraigadas en el imaginario de la sociedad respecto a las personas con discapacidad que dificultan una verdadera inclusión en todos los ámbitos. Desmontar estos prejuicios es fundamental para naturalizar a la discapacidad como parte de la diversidad.
1) Tener una discapacidad es una desgracia
¿Por qué
se tiende a suponer que la discapacidad es una tragedia? Si bien es cierto que
la discapacidad trae un mundo de desafíos que no son fáciles (dependiendo del
entorno, de la condición y las circunstancias), existe una idea generalizada
alrededor de una visión trágica de la discapacidad y que genera lástima, pena y
compasión. Esta concepción se puede ver plasmada en expresiones como
“pobrecito/a”, “padece” que tienen que ver con una lógica tendiente al
asistencialismo lejos de creer en las posibilidades y capacidades de esa
persona. Pensar a la discapacidad como una tragedia invita a pensar a las
personas que la afrontan, y sus familias, como infelices, incapaces y
dependientes. Actualmente, se sigue concibiendo que alguien feliz y pleno es
aquel que cumple con ciertos parámetros de normalidad establecidos. Sin
embargo, no solamente muchas personas con discapacidad vivimos una vida plena
sino que la mayoría de las veces el padecimiento tiene más que ver con las
barreras y obstáculos de la sociedad que con la condición en sí misma.
2) La discapacidad es una enfermedad
Enmarcar
a la discapacidad en la diversidad implica desprenderse de la idea errónea de
que las personas con discapacidad están enfermas y necesitan una cura. La
discapacidad no se cura, se acepta porque, aunque nuestra situación viene en
ocasiones de un diagnóstico médico (yo tengo tal condición, el otro tiene
otra), las personas con discapacidad no estamos enfermas. Esto habilita una
lógica del cuidado que no permite considerar a la persona con discapacidad como
independiente. Aunque la condición médica puede existir, la discapacidad no es
una enfermedad en la medida en que, lejos de ser algo inherente a la persona y
tal como lo afirma la Convención sobre los Derechos de las Personas con
Discapacidad, “resulta de la interacción entre las personas y las barreras
debidas a la actitud y al entorno que evitan la participación plena y efectiva
en la sociedad, en igualdad de condiciones con los demás”. Esto quiere decir
que la discapacidad es un asunto social que necesita ser atendido por toda la
sociedad.
3) Las personas con discapacidad son
asexuadas y son niños/as eternos
Uno de
los mayores tabúes de la discapacidad tiene que ver con la sexualidad y la
perspectiva errónea de creer que las personas con discapacidad no tenemos, o no
podemos tener, una vida sexual. Aún hoy persiste en el imaginario una
concepción asistencialista que no considera a la persona con discapacidad como
sujeto de deseo o capaz de experimentar placer sino como pasivo, “incapacitado”
de amar y ser amado (o de tener relaciones casuales), infantil y asexuado.
Lo cierto
es que este pensamiento invalida pensarnos como personas deseadas, el acceso a
derechos de salud sexual y reproductivos, especialmente en las mujeres y genera
falta de información. Un paradigma de belleza todavía muy instalado que descree
de la persona con discapacidad como atractiva o sensual junto a la falta de
visibilidad y representación tiende a colaborar para que no podamos acceder
libremente a la adultez y todo lo que eso implica (pareja, independencia
económica, vivienda), ya que somos niños/as para toda la vida y personas
anuladas socialmente.
En ocasiones
solemos escuchar “es un angelito” cuando se refieren a un niño o una niña con
discapacidad, una noción que reproduce ese mito sobre la niñez eterna y alguien
que necesitará siempre el cuidado de otra persona.
4) Las personas con discapacidad no pueden
trabajar
Entre los
derechos que hoy en día no se garantizan a las personas con discapacidad se
encuentra el trabajo. De hecho, el gran desafío es que las empresas y
organizaciones abandonen una visión de la discapacidad centralizada en la
incapacidad para pensar en la diversidad y los beneficios que una persona con
discapacidad puede traerles. Con avances lentos pero aún muy lejos de esto, las
personas con discapacidad seguimos siendo una carga en la medida en que no se
naturalizan los apoyos y adaptaciones ni se contemplan las fortalezas y
capacidades de la persona sino que se consideran principalmente las falencias.
5) Las personas con discapacidad no
pueden ser independientes
Se suele
contemplar a las personas con discapacidad dentro del paradigma de la falla y
la falencia y esto habilita considerarlas como incapaces, no productivas,
poniendo el acento en la persona en lugar de las políticas e iniciativas
necesarias para brindar apoyos y accesibilidad. Que las personas con
discapacidad puedan, más allá de su diagnóstico y su condición, alcanzar la
autonomía es una responsabilidad del entorno que debe establecer los mecanismos
para que eso sea posible.
Estos
mitos y prejuicios sientan cotidianamente las bases de múltiples derechos
vulnerados hacia las personas con discapacidad. De esta manera, resulta
necesario derribarlos para comenzar a naturalizar la discapacidad y contemplar
a las personas con discapacidad como parte de la diversidad y como sujetos de
derechos. Actualmente, las barreras y obstáculos que nacen de esos prejuicios
obedecen a una sociedad que todavía está muy lejos de una inclusión real y
verdadera.
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