Desde
que era chica, Milagros jugaba
como cualquier otra niña. Corría carreras a toda velocidad. Se paraba en
hamacas altísimas. Agarraba los cangrejos cuando iba a la playa. “Hacía,
literalmente, de todo”, recuerda. Tanto que, el resto de los niños y niñas con
los que compartía su infancia en Uruguay no reparaba en una realidad: ella nació
ciega.
Nunca
me miraron como pobrecita”, cuenta con 19 años, desde su casa
de Colonia, la ciudad en la que nació. “Ni de chica ni de grande vi las cosas
como inalcanzables”, dice. Y aunque en otra boca las palabras podrían sonar a
frase hecha, en su caso es una realidad: en agosto de 2021 comenzó a estudiar
en la Universidad de Harvard.
“En una de esas me gano la lotería y entro”, bromeó con su papá y su
mamá en diciembre de 2020, un día antes de que la prestigiosa casa de estudios
del nordeste de los Estados Unidos respondiera su aplicación. La analogía con
el premio de azar no era desmedida. Porque, aunque siempre soñaba alto,
Milagros sabía que sus chances eran mínimas.
“Había postulado antes a unas 20 universidades
de Estados Unidos. La mayoría mucho más pequeñas, y no había entrado. Así que
Harvard había sido como un juego, una manera de decir: ‘Bueno, que me rechacen
acá así le pongo más ganas al resto’”, cuenta. Este año, Harvard aceptó menos
de un 4 % de quienes se postularon. La mayoría, además, estadounidenses.
Aplicar
había sido complejo y engorroso. Y no pidió ayuda, sino que averiguó y leyó por
su cuenta. “Es un proceso larguísimo, muy diferente al de Uruguay o Argentina,
en donde se aplica con notas o antecedentes académicos. Allá tenés que hacer
ensayos, listar actividades extracurriculares”, detalla.
La familia, un apoyo clave
Si
Milagros hacía “de todo” cuando era pequeña, al punto de que sus amigos no
notaban su ceguera, era en gran parte el por ejemplo de Chloe. Su hermana
mayor, con un año más, la impulsaba a vivir la vida pese a las adversidades.
Chloe murió a los siete años de cáncer.
“Fue
la principal impulsora de que creciera sin límites. Cuando hoy pienso en que no
puedo hacer algo, pienso en ella y todo lo que hacíamos juntas de chicas”.
Milagros
y su hermana Chole, quien falleció de cáncer a los 7 años, en la puerta
del jardín de infantes.
“Cuando
pasó lo de mi hermana, lo que me hizo seguir adelante fue el empuje de mi
familia. Fue clave la forma en la que me criaron”, recuerda Milagros.
Especialmente, la sostuvo e impulsó una rutina que se repitió durante cada uno
de sus años en la escuela primaria. Milagros escribía en braille aquello que
escuchaba de su maestra en el aula o sus deberes asignados. Por la noche, era
el turno de María, su madre: ella había aprendido braille y redactaba en tinta
el texto que leería la maestra. “Era como mi traductora”, resume Milagros.
Milagros
cuenta que viene de un “contexto poco favorecido”. “No somos gente con plata”,
dice para hablar de su familia. Pero acaso esa fue la plataforma desde la cual
María y Juan (su papá) le legaron el ejemplo del esfuerzo.
María
estudió enfermería, pero no terminó. Siempre se la rebuscó. Por ejemplo,
vendiendo postres y galletas. Hoy tiene una peluquería. Su papá, quien tampoco
completó sus estudios formales, cuenta con un carrito de comidas.
Esa
misma perseverancia para salir adelante económicamente fue la que le
transmitieron a su hija. “Hagas lo que hagas, tenés que estudiar y ser
autosuficiente”, le aconsejaba María.
“Ella
es de enseñarme mucho. A los siete años me decía: ‘Vas a tener que aprender a
tender la cama, no voy a estar para vos siempre’. Así como era a los siete
años, es hoy”, dice Milagros, todavía con sorpresa por la fortaleza de María
para impulsarla
“Estas cosas que hicieron mis padres y quienes
estaban alrededor mío me dieron el espacio para pensar más allá y no quedarme
en que soy ciega o con la idea de que no puedo. Es fácil quedarse, sobre todo
en el interior de Uruguay, donde hay muchos menos recursos para las personas
con discapacidad”.
De la primera computadora a medios internacionales y Harvard
Cuando
Milagros comenzó el secundario, entendió que aquel ritmo de traducciones desde
el braille que llevaba a cabo su mamá no era sostenible. Entonces, le pidió al
colegio usar una computadora. Fue, como lo dice ella, “un cambio en la vida”.
“De
repente podía hacer todo sola, mi mamá, por primera vez, no tenía ni idea de lo
que yo hacía en clases”, dice entre risas.
Eso
sí, no era su primer contacto con la tecnología. Milagros tenía siete años
cuando su padre y su madre le obsequiaron una pequeña computadora portátil. Fue
un año a clases de computación para aprender a tipear. Y con la computadora se
le abrió un mundo nuevo: la oportunidad de aprender y conocer.
“Leía
un montón, me gustaba ver cómo funcionan las cosas desde chica”.
Milagros,
en el centro, junto a su papá (Juan), su mamá (María y su hermano menor
Los
lectores de pantalla ―softwares que reproducen en audio (en su caso a una alta
velocidad) o braille el texto de la pantalla― son desde hace tiempo aliados
fundamentales en su desarrollo.
Su
pasión por la lectura la llevó a interesarse por el periodismo desde muy niña.
Pero, curiosamente, las puertas de los medios se le abrieron en pleno
confinamiento el año pasado.
Milagros
estaba a punto de emigrar a España, donde iba a realizar una suerte de
transición entre el secundario y la vida universitaria en una institución de
educación superior en Getafe. Entonces, llegó la pandemia y el plan quedó
trunco.
Paralelamente,
la cuarentena pegaba fuerte en su casa: su papá y su mamá se quedaron sin
trabajo. Ella escribía anuncios publicitarios para una empresa de Estados
Unidos, pero la ganancia era mínima. Mientras lo hacía, también envió
propuestas periodísticas a editores de medios en inglés de distintos lugares
del mundo. Aunque admite que no se sentía “preparada”.
Después
de más de 70 respuestas negativas, llegó el primer “sí” en julio. Desde
entonces, escribió notas de opinión, entrevistó a políticos e hizo reportajes
sobre la pandemia en Uruguay para medios como The Daily Beast, Huffington Post
o Foreign Policy.
Publicaciones
que no solo la hicieron crecer profesionalmente, sino también le dieron
ingresos sustanciales. “En mi ciudad estaba todo parado y esa plata en dólares
ayudaba a pagar las cosas de la casa”, cuenta.
“Me
veía por el lado del periodismo, pero Harvard me cambió bastante todo, porque
se me abren oportunidades que nunca pensé que podría tener”, analiza ahora
Milagros.
Milagros
recibió en diciembre la confirmación de su cupo en Harvard, donde comenzará las
clases en agosto. “No caigo de que en dos meses voy a estar allá”.
Ella
pensaba seguir colaborando con medios de afuera. Hoy, visualiza su futuro
ligado a la diplomacia y al trabajo en organizaciones internacionales. Aunque
admite que nada está cerrado.
Si
bien el primero de sus cuatro años en Harvard es más bien exploratorio, con
varios cursos optativos y generales, todo apunta a que su carrera será la de
Ciencias Políticas. Le interesa especialmente lo que tiene que ver con etnias,
derechos humanos y migraciones.
La accesibilidad y la divulgación
Aunque
busca escribir sobre varios temas y no encasillarse en la discapacidad, uno de
los artículos que Milagros publicó en 2020, y que es especialmente relevante en
tiempos de aislamiento social, se titula “Being blind in a digital
world” (“Ser ciega en un mundo digital”). En el encabezado, se lee:
“La diferencia entre incluirme y dejarme en la oscuridad es solo unos segundos
de tu tiempo”.
En el texto,
publicado en Lacuna Voices, Milagros cuenta que los lectores de pantalla no
pueden leer subtítulos de video o interpretar imágenes. A menos que cualquier
persona haga uso del texto alternativo: una corta descripción visual que puede
cargarse en el gestor de contenidos a la hora de subirlos a la web.
El
texto alternativo es una herramienta que cuesta poco, pero cuya ausencia,
explica Milagros en el texto, levanta barreras: no solo no puede ver videos,
tampoco puede leer esas frases inspiradoras publicadas como imágenes, gráficos
o capturas de pantalla.
“Una
vez vi un tuit del Ministerio de Salud Pública de Uruguay que no tenía
descripción de imagen. Decía ‘comunicado urgente’ y no lo podía leer”, cuenta a
modo de ejemplo.
Milagros
cree que, aunque se ha avanzado mucho en la inclusión digital, aún hace falta
compromiso de las personas y de las instituciones públicas. (Imagen:
gentileza)..
Milagros usa su cuenta de Twitter para
señalar este tipo de barreras en la accesibilidad. “No para insultar o
frustrarme. Es para explicar, contextualizar. Me encanta llevar esta
información a un público que es ajeno a los temas de discapacidad, que no está
informado de estas cosas”.
Y
su trabajo da frutos. Uno de ellos es el trabajo de Rodrigo Laguna, un
ingeniero uruguayo que, a partir de los mensajes de Milagros, decidió crear AltBotUY:
un bot en Twitter que busca promover el uso de texto alternativo (para esto, se
puso en contacto con ella).
Pero
Milagros también concientiza sobre el tema en Harvard. En un grupo de chat de
más de 700 personas que ingresarán a Harvard este año (la “Generación 2025”),
contó su problema habitual: no podía saber de qué eran las fotos compartidas en
ese chat. “Desde el día en el cual les expliqué cómo funcionan los lectores de
pantalla, empezaron a describir todas las fotos”, se alegra.
Milagros
aclara que el tema de la accesibilidad digital es amplio y que no es la persona
más informada en la cuestión. Pero, desde su vivencia como persona ciega,
opina: “Creo que se está mucho mejor que antes. Que haya empresas que faciliten
el uso de texto alternativo, como el propio Twitter, es para destacar. Pero al
mismo tiempo, en las redes sociales el 90 % de las fotos no tiene descripción,
que es algo básico. Y hay gente que, sabiendo que lo puede hacer, no lo hace”.
También
señala que las “administraciones públicas, institutos, los lugares que debieran
servirnos” todavía publican muchos contenidos no accesibles.
Perseverancia pese a los
obstáculos
Milagros está acostumbrada a
perseverar. No solo porque es ciega, sino también porque “en el interior de
Uruguay es más difícil”. Apoyos como los del Programa Nacional de Discapacidad
(Pronadis) o cursos para manejar el bastón blanco no llegan. Y los materiales
escolares que manda el Centro de Recursos para Alumnos Ciegos y con Baja Visión
(CeR) desde Montevideo tardan mucho y no van al ritmo de las clases.
“Igual, nunca paré por eso”, dice.
“Creo que en cierto punto está mal decir que la discapacidad es algo bueno,
pero te da ciertas herramientas. O hasta te enseña a desarrollarlas
abruptamente. Cuando no ves, tenés que encontrar formas distintas de hacer las
cosas. Si dejás que te tire abajo, te tira, pero si no te prepara para seguir
intentando, para equivocarte y que te vaya mal e intentar de nuevo”.
De todos modos, Milagros sabe que hay
muchas personas con discapacidad, cuyos sueños quedan truncos. Que “tienen
ganas de hacer mil cosas, pero hay tantas barreras que eso no es suficiente”.
Por eso, anhela: “Me gustaría que mi historia (no por Harvard, sino en general)
no fuera solo una excepción”.
Por
David Flier
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