Cuando se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
desde las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, habría sido inconcebible que
alguien como yo –un joven de raza negra, gay y que usa silla de ruedas– fuera
considerado como candidato a un trabajo de alto nivel en su interior. Es una
prueba increíble de la distancia que la humanidad ha recorrido desde 1945 el
que yo esté entre los candidatos que la ONU evaluará para suceder a Michelle
Bachelet, cuando esta deje el próximo mes su puesto como Alta Comisionada de la
organización para los Derechos Humanos.
Si se me seleccionara, yo sería el funcionario civil
internacional de más alto rango con discapacidad desde la fundación de la ONU,
y el nombramiento, una victoria histórica para los 1.300 millones de personas
con discapacidad que, según datos de la organización, conforman el grupo
minoritario más numeroso del planeta.
La Convención de las Naciones Unidas de Derechos de las Personas con Discapacidad, ha ayudado a avanzar en la
inclusión en todos los ámbitos, pero ver a alguien en silla de ruedas en un
cargo de poder todavía es muy poco usual. Hoy en día, en muchas partes del
planeta, el rostro del ostracismo todavía es un chico discapacitado de piel
marrón.
Fácilmente, yo podría haber sido ese chico. Se podría decir
que mi experiencia como activista por los derechos humanos comenzó cuando tenía
seis años y con lágrimas en la cara le dije a mi madre: “Quiero ir a la
escuela”.
La vida para un chico en silla de ruedas en Namibia, donde
viví los primeros nueve años de mi vida, es extremadamente limitada, como en
gran parte del mundo en desarrollo. Según la ONU, entre un 90% y un 98% de los
menores con discapacidad del Sur global carecen de la oportunidad de asistir a
la escuela.
Entre un 90% y un 98% de los menores con discapacidad del
Sur global carecen de la oportunidad de asistir a la escuela, según la ONU
En ese momento, con solo estar vivo, ya estaba yendo contra
todas las probabilidades. A los dos años me habían diagnosticado atrofia
muscular espinal, una enfermedad degenerativa letal que afecta al sistema
nervioso. Los médicos le habían dicho a mi madre que era probable que no
viviera más allá de los cinco años. Hoy tengo 31.
Cuando le dije que quería ir a la escuela, mi madre me
limpió las lágrimas y se decidió. Encontró una dispuesta a aceptarme. En mi
primer día de clases, me pusieron en la parte de atrás del aula. Era evidente
que esperaban poco de mí. Sorprendí a la profesora al escribir mi nombre solo,
algo que la mayoría de mis compañeros no podía hacer. Una sonrisa se dibujó en su
rostro al ver que podía aprender tanto o más rápido que los demás.
Esa experiencia me enseñó a apuntar alto, sin que importaran
los obstáculos en mi camino. Mi candidatura para suceder a Bachelet busca
empujar los límites de lo posible, no solo para las personas con
discapacidades, sino para cualquiera que alguna vez se haya sentido devaluado,
subestimado y marginado.
De ser seleccionado, sería el líder más joven en un nivel de
liderazgo principal. A menudo la ONU enfatiza la importancia de la participación
de los jóvenes, dado lo que nos jugamos en el futuro. Y, sin embargo, seguimos
siendo un grupo demográfico poco representado en la institución. Seleccionar a
un joven para este cargo daría nuevos ímpetus y autoridad al trabajo del Alto
Comisionado.
Lograr derechos humanos para todos muy a menudo se siente
como algo inalcanzable, especialmente hoy, cuando todo parece imposible. Pero,
como señaló Nelson Mandela, siempre parece imposible hasta que se hace.
Tuve que recordarme estas palabras hace algún tiempo, cuando
todavía trabajaba en Amnistía Internacional y tuve el mandato imposible de
acercar las posturas de dos grupos conocidos por no confiar entre sí: líderes
empresariales y defensores de los derechos humanos. Los persuadí a escucharse
como parte de una campaña para hacer que las industrias extractivas rindieran
cuentas por las violaciones de los derechos humanos en África.
Por primera vez desde 2001, la mayoría de la población del
mundo vive bajo gobiernos no democráticos que violan derechos
En tiempos que el mundo está cada vez más fracturado y se
siente que simplemente hemos dejado de escucharnos, pienso que el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos está
particularmente cualificado para abordar los retos más urgentes de la
actualidad. Por primera vez desde 2001, la mayoría de la población del mundo
vive bajo gobiernos no democráticos que violan derechos. Enfrentamos un mayor
nacionalismo, una crisis económica emergente y una pandemia global, una crisis
sanitaria a la que demasiados gobiernos han respondido pidiendo poderes de
emergencia y adoptando restricciones que suelen violar derechos. Y, por
supuesto, los conflictos en Ucrania, el Sahel, Myanmar y varios otros puntos
del planeta crean sus propias alarmas importantes.
El Alto Comisionado de la ONU desempeña un papel crucial en
tiempos como estos, sirviendo como faro de los principios que guían los
derechos humanos y defendiendo a quienes denuncian con valentía cuando ven
violaciones en todo el planeta. Como ha dicho el Secretario General de las
Naciones Unidas, António Guterres, los derechos humanos sostienen todo el
sistema de la ONU. “Son esenciales para abordar las amplias causas y efectos de
las crisis complejas, y para desarrollar sociedades sostenibles, seguras y
pacíficas”.
Si el secretario general me seleccionara para esta función,
mi trabajo sería identificar y exponer incansablemente las violaciones a los
derechos, sin importar lo poderosos que sean los intereses que obstaculicen el
camino, e interactuar con actores de la sociedad civil para hacer que el
trabajo de la ONU sea más participativo y relevante para impulsar los cambios
necesarios.
Indudablemente, soy un candidato atípico para este puesto;
algunos dirían que una opción imposible. Pero creo que especialmente en estos
tiempos el mundo necesita exactamente eso: un pensamiento renovado, nuevas
energías y la capacidad de ver cómo superar barreras aparentemente
inalcanzables.
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