sábado, 15 de octubre de 2022

LA ESCUELA INCLUSIVA, NO ES LA ESCUELA ACTUAL MEJORADA. ES OTRA ESCUELA”





La escuela virtual articulada como consecuencia de la pandemia dejó en evidencia la necesidad urgente de cambiar de foco y enseñar desde la diversidad y la inclusión: teniendo en cuenta el contexto, los recursos y las posibilidades de cada estudiante.

José María Tomé es docente, especialista en educación especial e inclusiva, doctor en Educación e investigador de la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de El Salvador y la Universidad de Murcia, en España. Pero, sobre todo, es un apasionado de la educación inclusiva y un convencido defensor de la escuela por y para todos.

Por qué es importante enseñar desde la diversidad? ¿Y cuál es la riqueza de la educación inclusiva?

J.M.T: La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) define a la educación inclusiva como una estrategia de carácter proactivo que tiene en cuenta la diversidad de los estudiantes. Eso distinto que cada uno aporta es la riqueza que le va a permitir a esos mismos estudiantes lograr mejores aprendizajes. O sea, lo distinto, lo diverso, es un valor: cuanto más distintos somos, más posibilidades de producir significado dentro del aula y más posibilidades de aprender. La riqueza de la diversidad es que no responde a única perspectiva, sino que responde a muchas y ahí es donde el pensamiento se complejiza. Porque todos estamos trabajando colectivamente, no uno sentado detrás del otro como era en el siglo XIX y XX. Los pupitres estaban atornillados y cuando el de atrás se movía, te movía a vos también, entonces avisabas a la maestra. El alumno actuaba como contralor de la disciplina. La domesticación desde la escuela, el sometimiento, esto de no movernos, no salir, ponernos de pie, sentarnos, tomar distancia, un modelo absolutamente homogeneizador, en el que cuánto más brillante y estudioso eras, más premios recibías. Hoy podemos recibir el mismo reconocimiento o premio, pero como grupo.

 ¿Cómo es ese trabajo en grupo?

J.M.T.: Trabajamos todos juntos, cada uno con sus saberes, nadie sabe más ni nadie sabe menos. Y en el intercambio vamos produciendo un nuevo conocimiento, que es el conocimiento colectivo. Y luego, ese conocimiento colectivo lo apropiamos individualmente. Esto que estoy diciendo desde el punto de vista teórico rompe el modelo piagetiano (Jean Piaget) que fue sagrado para el docente argentino y comenzamos a pensar en la perspectiva vigotskyana (Lev Vigotsky) que es un señor que piensa más desde lo social que desde lo individual. Y ahí comienza el mundo de las enseñanzas, las teorías y las concepciones, desde qué lugar teórico-práctico yo debo enseñar.

 ¿Es posible desde la práctica atender a la diversidad de cada estudiante?

J.M.T.: La pregunta es si atiendo a todos de la misma manera o si voy a buscar que todos tengan las mismas posibilidades, en términos de equidad de poder aprender y no de igualdad de oportunidades. No se trata de dar a todos lo mismo sino de dar más al que tiene menos y esto es un gran desafío a la hora de enseñar a 40 chicos que provienen de realidades y contextos diferentes. Pero es un derecho de ellos el de recibir educación. Y el que está frente del aula tiene que ser un experto en lo que hace porque se supone que es la persona idónea para ejercer ese rol.

 ¿Qué normativa exige a las escuelas comunes a recibir a todo aquel estudiante con discapacidad que quiera acceder a la educación?

J.M.T.: A partir de 2014 la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad tiene rango constitucional en Argentina. Y en 2016, el Consejo Federal de Educación aprobó por unanimidad la Resolución 311/16, que repara todo lo que la Ley de Educación de 2006 no había hablado sobre inclusión, obligando a las jurisdicciones a que tomen esa bandera. Sin embargo, hay provincias que recién en 2019 comenzaron a emitir documentos provinciales avalando la inclusión. Pasa el tiempo, se demoran las resoluciones y seguimos postergando derechos que son indiscutibles para personas con discapacidad y, muchas veces, en sectores sociales con alto grado de vulnerabilidad. Algunas instituciones toman en nivel primario, otras en primario y secundario. Y en realidad, la inclusión es transversal a todo el sistema educativo. Para que haya inclusión es necesario que la institución educativa reciba a todos de la mejor manera, con respeto, con responsabilidad, alegría y altas expectativas de que va a poder aprender. Con lo cual la escuela inclusiva no es la escuela actual mejorada: es otra escuela. Y es una escuela que hay que construir entre todos.

 ¿A eso te referís cuando hablas de la escuela del modelo holístico?

J.M.T.: Sí. Se trata de una escuela global, totalizadora. Si vos tomas el concepto actual de discapacidad, a diferencia de años atrás, es un concepto interactivo. Es decir, que cuando el entorno me ofrece una barrera yo paso a ser un sujeto con discapacidad porque no puedo avanzar. Por ejemplo: en una conferencia donde hay doscientas personas, dentro de las cuales tres son sordas. Esas personas al final de la charla son discapacitadas porque no pudieron escuchar. En cambio, si hay un intérprete de lengua de señas, esas personas están en igual situación que el resto del auditorio. El problema no lo tiene el sujeto, sino el entorno que genera barreras que le impiden a ese sujeto entender, escuchar, reflexionar, pensar como el resto del mundo. Y eso es no respetar el principio de equidad, sino que es segregar, etiquetar, rotular, patear para afuera. Esto me lleva al Movimiento de Vida Independiente, que se inició en Estados Unidos y hoy es muy fuerte en España. Ellos no hablan de discapacidad, que sigue teniendo una fuerte impronta patológica, sino de diversidad funcional: poder hacer que una persona discapacitada sea igual que el resto, pero con tiempos y caminos alternativos, llegando a un resultado final. Esto llevado al aula es un rompedero de cabeza para el docente que no maneje concepciones teóricas que le permitan hacer este movimiento horizontal, vertical u oblicuo, siguiendo el movimiento cognitivo del chico.

¿Hay países del mundo donde se ven reflejados los beneficios de una escuela diversa e inclusiva?

M.J.T.: Los países escandinavos fueron los primeros que vieron que las personas con discapacidad segregadas en una escuela especial no aprendían. Decidieron sacarlos de la escuela especial y mandarlos a la escuela común. Y este es el movimiento conocido como Escuela Integradora que en realidad tampoco sirvió, porque integraron a personas con discapacidad leve, los otros se quedaron en la escuela especial. ¿Y dónde está escrito que el que se quedó no tenía las mismas posibilidades que aquél que fue trasladado a la escuela común? Entonces, hoy lo que estamos pensando es una escuela con y para todos. Los maestros de la escuela común trabajando en equipo con gente especializada.

En la discapacidad el problema no lo tiene el sujeto, sino el entorno que genera barreras que le impiden a ese sujeto entender, escuchar, reflexionar, pensar como el resto del mundo.

¿Y qué rol ocuparía la escuela especial?

M.J.T.: Respecto de la escuela especial hay movimientos en el mundo que piensan que no debería existir más. En lo personal creo que en el contexto de Latinoamérica y en particular de la Argentina, debería seguir existiendo en función de las grandes carencias que tiene hoy el Estado. Pero, además, vamos a seguir necesitando maestros especiales: que hablen lenguaje de señas, que conozcan Braille, que enseñen orientación y movilidad y eso lo forma el área de educación especial. Lo que pasa es que no tienen que estar aislados atendiendo a chicos discapacitados, sino que tienen que estar en la escuela común trabajando con los demás.

Algunos especialistas dicen que no es la escuela la que segrega o discrimina, sino el sistema, ¿es un poco así?

M.J.T.: En realidad, es un problema de políticas públicas. Tiene que haber un sistema político educativo que ayude. Hace falta que el maestro sea inclusivo, que el director sea inclusivo, que el ministro sea inclusivo, que el presidente sea inclusivo. El Estado es una pirámide y lo mismo el sistema educativo: el de arriba manda a los que están abajo. Y el sistema que estamos proponiendo es totalmente horizontal, donde todos tenemos los mismos derechos. Ya existe la cláusula del “no rechazo”: hoy nadie le puede decir a una persona con discapacidad que no hay lugar en la escuela en la que pide entrar. Si alguien le dice que no hay vacante, puede hacer una denuncia en el Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) por discriminación y la institución es sancionada.

 Esto de la cláusula de no rechazo suena como un gran avance, ¿Qué es lo que frena que vayamos hacia esa escuela por y para todos?

M.J.T.: Sin lugar a duda la educación ha avanzado. Lo que juega en contra todo el tiempo es el alto índice de pobreza que tenemos, que se corresponde con el mapa de analfabetismo. Entonces, mientras más pobres, más chicos que no aprenden a leer y a escribir. En el continente Latinoamericano y el Caribe hay una enorme cantidad de chicos que no tienen computadora ni tienen luz. Yo doy clases en la Universidad del Salvador y hay alumnos oriundos de pueblos de la provincia de Santa Fe que no pueden conectarse a las clases porque no tienen luz, en este siglo, en este año y en Argentina.

La virtualización no alcanzó para retener el alma, el cuerpo, la palabra, es un hecho muy complejo.

¿Qué efectos crees que va a dejar esta pandemia?

M.J.T.: En 2001, en ese contexto de atrocidades que vivimos, yo era director de una escuela para discapacitados en la ciudad de Buenos Aires. Y cuando estábamos terminando el año les dije a los maestros, prepárense para los chicos que van a venir en marzo. Llegaron chicos con enojo, incertidumbre, problemas severísimos del entorno, son experiencias muy duras. Y los adultos tenemos herramientas, pero los chicos no las tienen. Lo mismo pasa ahora. Una hora de clase perdida es irrecuperable. Pensá en construir un departamento y que los obreros no puedan llegar. El edificio está siempre igual y no crece. ¡Imaginate en los chicos! Si no hay un obrero todos los días que le dice vos podés, hacé esto, construí por acá, jugá con esto otro. Las estadísticas dicen que después de las vacaciones de invierno muchos chicos abandonaron, sobre todo, adolescentes. La virtualización no alcanzó para retener el alma, el cuerpo, la palabra, es un hecho muy complejo.

¿Algo positivo?

M.J.T.: Apareció algo nuevo, para mi sorprendente y es que los papás se quejan. Es la primera vez que de un modo sistemático y colectivo las protestas de los padres llegan a los docentes. Por medio de Whatsapp y los e-mails los padres se han convertido en evaluadores del proceso de enseñanza y para mí es una genialidad. También es un dolor de estómago para el director, la maestra y el sistema educativo, que ahora y más que nunca, tienen a los padres adentro de la escuela. Me parece interesante esta perspectiva y va a generar un cambio sin dudas. Es humanizar un poco más la escuela. Se incorpora al padre a la escuela, no para que enseñe, sino para que me cuente qué le pasa ese chico y que el padre sepa qué me está pasando a mí como maestro, que también soy de carne y hueso.

Fuente Aptus

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