sábado, 15 de octubre de 2022

MALTRATO Y DISCAPACIDAD


Los adultos que frecuentemente interactúan con niños con discapacidad tienen un desafío muy grande: las propias emociones, porque son estas las que pueden desviar la atención de lo que realmente importa. Lo que realmente importa es el valor del vínculo entre adulto-niño porque es condición que esta relación sea positiva para que todo lo demás sea posible.

En el año 2012 Jones escribió que los niños con discapacidad tienen un riesgo tres veces mayor de ser víctimas de negligencia que el resto de sus pares. En este mismo sentido, Sedlak (2010) manifestó que estos niños es más probable que sean seriamente heridos o perjudicados por maltrato. Por ejemplo, un niño con TDAH podría ser vulnerable al abuso físico por parte de adultos que se frustran al no poder ayudarlo a regular su conducta. Algo semejante podría ocurrir con un niño con retraso mental cuando no logra comprender alguna asignatura de la escuela con los métodos tradicionales; o cuando un niño con autismo necesita sostener sus rutinas todos los días.

En este sentido, la dificultad para regular la propia conducta, las fallas en la capacidad para resolver problemas de la vida diaria, la incomprensión de las pistas sociales, tener intereses limitados y rutinas rígidas… son algunos de los aspectos que podrían afectar a los adultos que interactúan con estos niños.


Precisamente, un docente que debe enseñar determinados contenidos y observa que los estudiantes comprenden y participan en su clase, ¿cómo se sentiría? Probablemente orgulloso/a. Y si uno de sus estudiantes no comprendiera los contenidos, ¿qué emoción tendría? Es inevitable sentir… En el caso de un padre que le quiere enseñar a su hijo a cepillarse los dientes y este constantemente se distrae jugando con el agua ¿qué pensaría? ¿Se frustraría? ¿Qué haría?

Los adultos que frecuentemente interactúan con niños con discapacidad tienen un desafío muy grande: las propias emociones, porque son estas las que pueden desviar la atención de lo que realmente importa. Lo que realmente importa es el valor del vínculo entre adulto-niño; porque es condición que esta relación sea positiva para que todo lo demás sea posible. Entonces, ¿por qué aquellas dificultades propias de cada discapacidad generarían emociones como enojo y frustración en los adultos? ¿No son una oportunidad para aprender algo nuevo? ¿Para enseñar algo nuevo?

Muchas veces, las personas buscan sentir suspenso a través de películas o series, incluso miran un capítulo tras otro y permanecer en frente del televisor/celular por horas. Lo mismo ocurre con la “play” o la PC. ¿Por qué no ocurre lo mismo cuando le están enseñando cómo leer a un niño con discapacidad? Esa situación ¿no generaría suspenso?

Por otra parte, actividades muy sencillas y/o predecibles generan aburrimientos, por ejemplo, jugar un partido de tenis contra alguien que es incapaz de hacer un punto, sería aburrido. En consecuencia, las personas evitan ese tipo situaciones. Sin embargo, lo contrario tampoco se disfruta: tener un contrincante muy bueno y no lograr ni punto. En este caso es muy probable la frustración y, en consecuencia, el abandono del partido.

Quizás, interactuar con estos niños implica enfrentar la discapacidad. Discapacidad que es algo desconocido y muy difícil de abordar. ¿Será la falta de conocimiento el motivo por el cual los adultos se frustran? ¿Podría ser que el hecho de que sea una situación real genere que el suspenso se vuelva desagradable? ¿Todos los adultos tienen suficiente práctica para afrontar la discapacidad? Quizás el contrincante es muy difícil y lleva mucho tiempo vencerlo.

Los adultos que interactúan con niños con discapacidad, constantemente son llevados por diversas mareas: las propias emociones, las dificultades en la interacción misma, el desconocimiento, los problemas aparte del niño, las propias características de la personalidad, la discapacidad y su complejidad, los prejuicios que hay alrededor de esa palabra… Y cada una de estas mareas conlleva el riesgo de llevar a los adultos por caminos que podrían ser perjudiciales para estos niños. Por ejemplo, si un padre le está enseñando matemática a su hijo, y este no comprende e incluso se ríe cada vez que responde mal. El padre podría pensar que lo está burlando y sentirse enojado. En consecuencia retarlo o explicarle de mala manera. 

En este caso se estaría dejando llevar por la marea del enojo y por la marea de suponer que su hijo tiene la intención de molestarlo (es decir, lo que el padre pensó). ¿Se podría hacer otra cosa? ¿Aprenderá el hijo si el padre le grita? ¿Querrá volver a estudiar con él? ¿Sirve dejarse llevar por las mareas?

Quizás el padre supone lo peor, porque no tiene suficiente información de lo que está pasando. Tal vez, enfrentarse con las dificultades de su hijo es un desafío enorme para él. Es probable que surjan emociones (como frustración y enojo) que lo impulsen a reaccionar automáticamente… Es decir, poco a poco, empiezan a surgir varias mareas. Sin embargo, en medio de este mar se puede encontrar un faro que guíe a este señor. Un faro que lo ayude a tomar la situación de una forma más práctica. Porque el vínculo positivo es condición necesaria para que el niño aprenda matemática.

En conclusión, los adultos que interactúan con niños con discapacidad están en contacto con mareas que pueden alterar el rumbo de sus intervenciones y afectar el vínculo entre ambos. En este sentido, por un lado disminuyendo las mareas (desinformación, las propias emociones, sentirse afectado por la situación, la discapacidad y su complejidad), y, por otro, encendiendo un faro que guíe las intervenciones cuidando el vínculo adulto-niños disminuirían aquellas conductas que tienen un efecto negativo en los niños con discapacidad.

Ramiro M. Borghiani*

* Ramiro Martín Borghiani es Licenciado en Psicología y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se especializa en Psicología Clínica y Terapia Cognitivo-Conductual.
Se ha desempeñado como psicólogo clínico en diversas instituciones para niños y adolescentes con discapacidad; ha coordinado grupos terapéuticos en el ámbito hospitalario; y ha desarrollado tareas docentes en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
E-mail de contacto: rmborghiani@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario