“Nos estiró los brazos como si nos hubiese estado
esperando”: la historia de la niña con síndrome de Down que cambió la vida de
un matrimonio
Un viernes de febrero de 2015, al psicopedagogo Gustavo Gómez Toranzos le compartieron una convocatoria pública de adopción que circulaba en Facebook: la Secretaría Tutelar de Salta, su provincia, buscaba una familia para una niña de cinco años con síndrome Down y una discapacidad motriz adquirida por la falta de estimulación.
Ese día, a las 7 en punto de la
mañana, Gustavo estaba parado frente a un edificio del Poder Judicial que ni
siquiera había abierto sus puertas. Era muy temprano y como la impresora del
matrimonio estaba casi sin tinta, el formulario a duras penas podía leerse.
Decidieron llevarlo así, como estaba: la ansiedad era demasiada como para
buscar alternativas. Y es que el sueño que Adolfo y Gustavo compartían desde
hacía más de una década, ese que tantas veces les había parecido imposible, el
de ser padres juntos, de pronto les sonaba a realidad.
Hoy, ocho años después, Fer (13) es el centro de sus vidas. La mimada. La
“reina” de una familia enorme que incluye muchos tíos, primos, amigos del
matrimonio y una abuela, María Eugenia, con la que la niña tiene una química
única. “Su llegada fue un antes y un después para todos. Poco a poco nos
fuimos conociendo: ella aprendió a ser hija y nosotros, a ser padres”, resumen
Gustavo y Adolfo
“Pensamos que ni nos iban a aceptar los papeles”
Gustavo (46 años) y Adolfo (49), profesor en
Ciencias de la Educación, viven en la ciudad de Salta. Llevan 19 años juntos y
nueve de casados. En enero de 2014 pasaron por el registro civil para
formalizar una historia de amor en la que el deseo de la paternidad estuvo
desde el comienzo. Pero el camino no fue fácil.
“Vivimos en una sociedad, la salteña, que es muy
conservadora y primero tuvimos que atravesar todo un proceso de aceptación de
nosotros mismos, como personas gays. El sueño de ser padres al comienzo parecía
inalcanzable. Cuando lo empezamos a conversar ni siquiera estaba la ley de
matrimonio igualitario y por eso desistimos de la adopción, ya que creíamos que no sería posible para nosotros”,
recuerda Gustavo.
Un par de años después, cuando vieron la
convocatoria pública de Fer, sus temores seguían presentes: “Pensamos que
ni siquiera nos iban a permitir presentar los documentos para postular.
Era un preconcepto nuestro y
la realidad que nos encontramos fue muy distinta: el equipo de la Secretaría
Tutelar fue excelente, desde lo profesional y personal, con una calidez que nos
sorprendió”, detalla Adolfo y sigue: “Ahí entendimos que no importaba nuestra
orientación sexual, sino que la premisa era el bienestar de Fer. Obviamente,
debíamos cumplir con los requisitos legales y
con las evaluaciones que demostraran que podíamos brindarle a ella lo que
necesitaba”.
Ese es, nada más y nada menos,
el objetivo de la adopción: restituir el derecho fundamental a vivir en familia
que tienen todas las niñas, niños y adolescentes que por distintos motivos no
pudieron crecer en las suyas de origen. Sin embargo, en muchos casos no es una
tarea sencilla, ya que la realidad de una gran cantidad de chicos que esperan
en los hogares no se ajusta a las expectativas de los postulantes a adopción.
Las cifras así lo
demuestran. Según los últimos datos de la Dirección Nacional del Registro Único
de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Dnrua), actualmente hay 2087
legajos de personas y parejas inscriptas para adoptar en el país. De
ellos, casi el 90% están dispuestas a ahijar a pequeños de hasta tres años y el
porcentaje se reduce significativamente a medida que la edad aumenta. Por otro
lado, más del 80% se niegan a recibir a chicos con alguna discapacidad o
problemática de salud.
Por
eso, para encontrarles una familia a los que más cuesta hallarles una, las
juezas y los jueces recurren muchas veces a las convocatorias
públicas. Son un llamado abierto a toda la comunidad y
cualquier persona o pareja puede postularse. Eso fue lo que ocurrió con Fer.
La pequeña tenía dos años cuando fue apartada de su
familia de origen tras ser encontrada en un estado grave de negligencia y abandono. Tenía una desnutrición severa y luego de pasar por una internación para estabilizarla, fue llevada al Hogar Casa Cuna, donde vivió casi tres años. Como el juzgado no encontró a nadie dentro de su familia extensa que pudiera ocuparse de la niña, se declaró su situación de adoptabilidad. Unas semanas antes de que cumpliera cinco años, Gustavo y Adolfo se postularon a la convocatoria pública.
“Vamos para
adelante”
Una semana después de que el matrimonio presentara
la ficha con sus datos, el teléfono sonó. Los llamaron para una primera
entrevista y les contaron que, además de ellos, otras dos familias se habían
postulado. El día acordado tenían que presentarse a las 8, pero otra vez
llegaron a las 7 en punto.
Mientras esperaban su turno, los dos se miraron y
tomaron una decisión definitiva. “Estamos acá y sea el cuadro que sea,
vamos para adelante”, se dijeron en relación al estado de salud de Fer, que,
como sabrían minutos después, era delicado. “Después de que el secretario
nos contó sobre su condición más allá del síndrome Down, nos preguntó si
estábamos decididos a continuar. Ni lo dudamos: dijimos que sí, que teníamos la
misma intención que al comienzo”, reconstruyen los papás.
A partir de ese momento
empezó un proceso de evaluaciones ambientales y psicológicas a cargo de un
equipo interdisciplinario, que incluso se reunió un día en la casa del
matrimonio junto a sus familiares y amigos. Les preguntaron cómo imaginaban a
Gustavo y Adolfo como padres, y cómo se sentían respecto a la decisión tomada
por la pareja. “Yo tengo dos hermanos y Adolfo cinco, y desde la Secretaría Tutelar nos subrayaron que no sólo íbamos a adoptar
nosotros, sino que Fer iba a pasar a tener tíos, primos, abuela”,
recuerda Gustavo.
Luego,
tocaba esperar otra vez. Pero no tuvieron que hacerlo demasiado. Un
jueves de abril, un mes y medio después de que vieran la convocatoria en
Facebook, el juez llamó a Gustavo para contarle que habían sido la pareja
seleccionada para convertirse en los papás de Fer. Al día siguiente, el
viernes 10 de abril, podían ir al hogar a conocerla.
“Fue como si
siempre hubiésemos estado conectados”
La cita en el hogar era al mediodía. “Siempre
decimos que esa mañana nos preparamos para ser padres: nos levantamos temprano,
nos bañamos, nos pusimos la mejor ropa que teníamos y fuimos a
conocerla. Primero nos entrevistó la directora del hogar junto con la
psicóloga, que nos volvió a hacer la pregunta clave. Nos dijo: ‘Este es el
momento: si dicen que no quieren avanzar, está todo bien y vamos a respetar su
decisión, están en todo su derecho’. Lo importante era priorizar a la niña.
Dijimos otra vez que sí y la psicóloga fue a buscarla”, reconstruye Adolfo.
Estaban sentados de espaldas a la puerta y escucharon acercarse unos pasitos lentos, casi
imperceptibles. “Ahí estaba ella, tal cual como la habíamos imaginado, con
el pelo largo y negro. Era muy chiquita, faltaban dos días para que cumpliera
cinco años y pesaba 9 kilos. No caminaba por su cuenta, solo con ayuda. La
condición era muy delicada: a pesar de todos los cuidados que le brindaron en
el hogar, faltaba lo más importante: una familia”, cuentan los papás.
Adolfo, que se define como “re llorón”, no se pudo
aguantar. “Gustavo me decía: ‘¡No llores que la vas a asustar!’. Fer estiró los
brazos como si nos hubiese estado esperando. Nos abrazó a los dos y nos consoló
ella a nosotros. La directora del hogar dijo: ‘Llevo muchos años en este
trabajo y es la primera vez que veo algo así, los voy a dejar solos: este
momento es de ustedes tres’. Nos quedamos así, abrazados. Fue
como si siempre hubiésemos estado conectados”, asegura.
El proceso de vinculación fue breve. Durante una
semana, todos los días iban a visitar a la niña y el sábado siguiente los
autorizaron a llevarla a dormir a su casa. Ya tenía su cuarto armado y la
directora del hogar los alertó: “Si llora, porque no durmió nunca sola, me la
traen a la hora que sea”. Le pusieron el pijama, le dieron la mamadera, y
durmió plácidamente hasta el día siguiente. Llevarla de vuelta al hogar, en
cambio, fue un drama: Fer se pasó la noche entera del domingo llorando, y el
lunes temprano el juez llamó a Adolfo y Gustavo para preguntarles si podían
buscarla. Desde ese día, nunca más se separaron.
Los procesos de adopción
están lejos de ser cuentos de hadas. Como todas las familias en construcción,
Gustavo y Adolfo pasaron por subidas y bajadas, por momentos de estrés y temores. “Fer
nos hizo pasar por todas las etapas de un bebé: dormía de día y no de noche
porque tenía el sueño cambiado, tomaba mamadera, aún hoy usa pañales y come
sólo comida procesada porque no mastica. Atravesamos
distintos momentos, incluyendo la adaptación al jardín y el arrancar con todas
sus terapias. Con ella es un día a día”, asegura Adolfo.
Ni
bien llegó a la casa del matrimonio, la niña no caminaba sola, pero al mes ya
lo hacía por su cuenta. “Con el tiempo, fue logrando muchas cosas. Con decirte que al principio no sonreía
y ahora le agarran ataque de risa. Le gusta mucho la
música, tiene sus gustos raros: desde Andrea Bocelli pasando por María Martha
Serra Lima hasta Horacio Guarany e Isabel Pantoja”, enumera Gustavo. Adolfo
suma: “Es muy parecida a su abuela, mi suegra, que es muy fina y delicada.
¡Hasta desfiló para una casa de ropa!”.
Fer va a una escuela especial donde también hace
rehabilitación. Como recientemente tuvo una displasia y luxación de cadera, hoy
usa una silla de paseo para trasladarse y están viendo cómo evoluciona para
evaluar la posibilidad de una cirugía de cadera. Además, tiene sus terapias de
psicología, fonoaudiología y kinesiología, entre otras. “En la escuela, con su
silla y todo, hace salsa, folklore y zumba. Es una nena feliz que tiene sus
berrinches, se aburre, se enoja, juega, nos desafía y demanda, como cualquier
otro chico. Todavía no habla, pero aprendió a expresarse”, dicen con orgullo
sus papás.
“Es un amor tan
grande que no entendés de dónde sale”
Para el matrimonio, el apoyo de su familia fue
indispensable durante el proceso de adopción. Adolfo trabaja en el Estado y le
dieron apenas cinco días de licencia tras la llegada de la niña a su casa. Como
Gustavo lo hace por cuenta propia, pudo acomodar los tiempos con sus pacientes.
“La paternidad te hace tener un amor tan grande que
hasta uno mismo no entiende de dónde sale. También nos enseñó a tener
paciencia, a ver la vida de otra manera, a ser más tolerantes, a preocuparnos
por lo más importante, que desde el primer momento fue Fer, para que pudiera
sanar desde el amor”, dice Adolfo. “Aprendimos a no estar pendiente de la
mirada del otro, porque por ejemplo cuando ella está contenta es tan efusiva, que
grita, y en un primer momento le pedíamos: ‘Fer, tranquila, no levantes la voz,
no grites’. Hasta que dijimos: ‘¿Por qué le pedimos eso, sí ella se expresa de
esa manera? Es problema del otro si le molesta”.
¿Qué le dirían a quienes están
pensando en adoptar? Gustavo les recordaría que, aunque el deseo de paternar es
de los adultos, el derecho a tener una familia es de los
niños. “Todavía hay mitos sobre la adopción. La realidad
es que hay muchas convocatorias públicas de chicos con discapacidad, de niños
considerados grandes y de grupos de hermanos. Conocimos
experiencias maravillosas, pero la llegada de un hijo siempre es un antes y un
después. Hay que ser claros: para ahijar a una persona con discapacidad debemos
ser conscientes sobre si estamos o no preparados”, aclara. “No es una
tarea fácil y es clave conocer las limitaciones de uno antes de tomar la
decisión, porque de eso depende el futuro de un niño”.
Adolfo
sumaría otro requisito indispensable: la responsabilidad. “Nosotros elegimos a
Fer como hija y ella a nosotros como papás, desde el amor y la responsabilidad,
porque desde el comienzo supimos que va a depender siempre de nosotros. También
les diría a otros padres que no tengan prejuicios respecto a su orientación
sexual o lo que sea. Esto es secundario. Lo central es el derecho del niño de
tener una familia, sea como sea que esté configurada”.
Ambos
coinciden en que desde el primer momento tuvieron con Fer una conexión única:
aunque no es lo que ocurre en muchísimos casos, en seguida se sintieron una
familia. Sin embargo, tras una pausa, Adolfo recuerda un episodio que fue clave
para él: “Hubo un momento en que tuve una sensación muy
fuerte de lo que es ser feliz. Un día la fui a buscar al
jardín y la estaba trayendo a casa en su cochecito. Respiré y sentí que el aire
me llegaba hasta la fibra más íntima del cuerpo. Tuve una sensación
inexplicable, como si mis pulmones se hubiesen abierto de golpe, y dije: ‘Esto
es la felicidad’. Verme a mí con un cochecito, con una nena que era mi hija. ‘Ya está, para esto vine: para ser su papá’,
pensé”.
Fuente La Nacion
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