martes, 6 de junio de 2023

EL AMOR ES MAS FUERTE




Nos estiró los brazos como si nos hubiese estado esperando”: la historia de la niña con síndrome de Down que cambió la vida de un matrimonio 

Un viernes de febrero de 2015, al psicopedagogo Gustavo Gómez Toranzos le compartieron una convocatoria pública de adopción que circulaba en Facebook: la Secretaría Tutelar de Salta, su provincia, buscaba una familia para una niña de cinco años con síndrome Down y una discapacidad motriz adquirida por la falta de estimulación.

 Además de las iniciales de la pequeña y un teléfono, no había otra información. Era apenas un párrafo, breve y conciso, que alcanzó para detener el mundo de Gustavo. Inmediatamente y sin dudarlo, llamó, incluso antes de consultarlo con su marido, Adolfo Montenegro.

 Adolfo se acuerda muy bien de cómo esa noche, cuando llegó a casa, Gustavo le contó que se había comunicado para averiguar sobre la forma en que podían postular a la convocatoria: “Siempre digo que fue un kamikaze. No es que yo no quisiera: el deseo de ser padres estaba desde siempre. Pero tenía mucho miedo. Gustavo tiene muchos pacientes con síndrome de Down, pero yo tenía temores lógicos y él me fue acompañando en ese proceso de entender más sobre la discapacidad. Después, conoceríamos los detalles de la situación puntual de Fer”, cuenta.

 Luz María Fernanda. O simplemente Fer, como le dicen sus papás. Así se llamaba la niña que menos de dos meses después de la noche en que tuvieron aquella charla, se convertiría en su hija. Pero eso todavía no lo sabían. Solamente tenían en claro una cosa: cuando Gustavo llamó para consultar los pasos a seguir, le dijeron que el lunes siguiente debía presentarse en Tribunales con un formulario.

 


Ese día, a las 7 en punto de la mañana, Gustavo estaba parado frente a un edificio del Poder Judicial que ni siquiera había abierto sus puertas. Era muy temprano y como la impresora del matrimonio estaba casi sin tinta, el formulario a duras penas podía leerse. Decidieron llevarlo así, como estaba: la ansiedad era demasiada como para buscar alternativas. Y es que el sueño que Adolfo y Gustavo compartían desde hacía más de una década, ese que tantas veces les había parecido imposible, el de ser padres juntos, de pronto les sonaba a realidad.

Hoy, ocho años después, Fer (13) es el centro de sus vidas. La mimada. La “reina” de una familia enorme que incluye muchos tíos, primos, amigos del matrimonio y una abuela, María Eugenia, con la que la niña tiene una química única. “Su llegada fue un antes y un después para todos. Poco a poco nos fuimos conociendo: ella aprendió a ser hija y nosotros, a ser padres”, resumen Gustavo y Adolfo

“Pensamos que ni nos iban a aceptar los papeles”

Gustavo (46 años) y Adolfo (49), profesor en Ciencias de la Educación, viven en la ciudad de Salta. Llevan 19 años juntos y nueve de casados. En enero de 2014 pasaron por el registro civil para formalizar una historia de amor en la que el deseo de la paternidad estuvo desde el comienzo. Pero el camino no fue fácil.

“Vivimos en una sociedad, la salteña, que es muy conservadora y primero tuvimos que atravesar todo un proceso de aceptación de nosotros mismos, como personas gays. El sueño de ser padres al comienzo parecía inalcanzable. Cuando lo empezamos a conversar ni siquiera estaba la ley de matrimonio igualitario y por eso desistimos de la adopción, ya que creíamos que no sería posible para nosotros”, recuerda Gustavo.

Un par de años después, cuando vieron la convocatoria pública de Fer, sus temores seguían presentes: “Pensamos que ni siquiera nos iban a permitir presentar los documentos para postular. Era un preconcepto nuestro y la realidad que nos encontramos fue muy distinta: el equipo de la Secretaría Tutelar fue excelente, desde lo profesional y personal, con una calidez que nos sorprendió”, detalla Adolfo y sigue: “Ahí entendimos que no importaba nuestra orientación sexual, sino que la premisa era el bienestar de Fer. Obviamente, debíamos cumplir colos requisitos legales y con las evaluaciones que demostraran que podíamos brindarle a ella lo que necesitaba”.

Ese es, nada más y nada menos, el objetivo de la adopción: restituir el derecho fundamental a vivir en familia que tienen todas las niñas, niños y adolescentes que por distintos motivos no pudieron crecer en las suyas de origen. Sin embargo, en muchos casos no es una tarea sencilla, ya que la realidad de una gran cantidad de chicos que esperan en los hogares no se ajusta a las expectativas de los postulantes a adopción.

Las cifras así lo demuestran. Según los últimos datos de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Dnrua), actualmente hay 2087 legajos de personas y parejas inscriptas para adoptar en el país. De ellos, casi el 90% están dispuestas a ahijar a pequeños de hasta tres años y el porcentaje se reduce significativamente a medida que la edad aumenta. Por otro lado, más del 80% se niegan a recibir a chicos con alguna discapacidad o problemática de salud.

Por eso, para encontrarles una familia a los que más cuesta hallarles una, las juezas y los jueces recurren muchas veces a las convocatorias públicas. Son un llamado abierto a toda la comunidad y cualquier persona o pareja puede postularse. Eso fue lo que ocurrió con Fer.

La pequeña tenía dos años cuando fue apartada de su


familia de origen tras ser encontrada en un estado grave de negligencia y abandono. Tenía una desnutrición severa y luego de pasar por una internación para estabilizarla, fue llevada al Hogar Casa Cuna, donde vivió casi tres años. Como el juzgado no encontró a nadie dentro de su familia extensa que pudiera ocuparse de la niña, se declaró su situación de adoptabilidad. Unas semanas antes de que cumpliera cinco años, Gustavo y Adolfo se postularon a la convocatoria pública.

“Vamos para adelante”

Una semana después de que el matrimonio presentara la ficha con sus datos, el teléfono sonó. Los llamaron para una primera entrevista y les contaron que, además de ellos, otras dos familias se habían postulado. El día acordado tenían que presentarse a las 8, pero otra vez llegaron a las 7 en punto.

Mientras esperaban su turno, los dos se miraron y tomaron una decisión definitiva. “Estamos acá y sea el cuadro que sea, vamos para adelante”, se dijeron en relación al estado de salud de Fer, que, como sabrían minutos después, era delicado. “Después de que el secretario nos contó sobre su condición más allá del síndrome Down, nos preguntó si estábamos decididos a continuar. Ni lo dudamos: dijimos que sí, que teníamos la misma intención que al comienzo”, reconstruyen los papás.

A partir de ese momento empezó un proceso de evaluaciones ambientales y psicológicas a cargo de un equipo interdisciplinario, que incluso se reunió un día en la casa del matrimonio junto a sus familiares y amigos. Les preguntaron cómo imaginaban a Gustavo y Adolfo como padres, y cómo se sentían respecto a la decisión tomada por la pareja. “Yo tengo dos hermanos y Adolfo cinco, y desde la Secretaría Tutelar nos subrayaron que no sólo íbamos a adoptar nosotros, sino que Fer iba a pasar a tener tíos, primos, abuela”, recuerda Gustavo.

Luego, tocaba esperar otra vez. Pero no tuvieron que hacerlo demasiado. Un jueves de abril, un mes y medio después de que vieran la convocatoria en Facebook, el juez llamó a Gustavo para contarle que habían sido la pareja seleccionada para convertirse en los papás de Fer. Al día siguiente, el viernes 10 de abril, podían ir al hogar a conocerla.

“Fue como si siempre hubiésemos estado conectados”

La cita en el hogar era al mediodía. “Siempre decimos que esa mañana nos preparamos para ser padres: nos levantamos temprano, nos bañamos, nos pusimos la mejor ropa que teníamos y fuimos a conocerla. Primero nos entrevistó la directora del hogar junto con la psicóloga, que nos volvió a hacer la pregunta clave. Nos dijo: ‘Este es el momento: si dicen que no quieren avanzar, está todo bien y vamos a respetar su decisión, están en todo su derecho’. Lo importante era priorizar a la niña. Dijimos otra vez que sí y la psicóloga fue a buscarla”, reconstruye Adolfo.

Estaban sentados de espaldas a la puerta y escucharon acercarse unos pasitos lentos, casi imperceptibles. “Ahí estaba ella, tal cual como la habíamos imaginado, con el pelo largo y negro. Era muy chiquita, faltaban dos días para que cumpliera cinco años y pesaba 9 kilos. No caminaba por su cuenta, solo con ayuda. La condición era muy delicada: a pesar de todos los cuidados que le brindaron en el hogar, faltaba lo más importante: una familia”, cuentan los papás.

Adolfo, que se define como “re llorón”, no se pudo aguantar. “Gustavo me decía: ‘¡No llores que la vas a asustar!’. Fer estiró los brazos como si nos hubiese estado esperando. Nos abrazó a los dos y nos consoló ella a nosotros. La directora del hogar dijo: ‘Llevo muchos años en este trabajo y es la primera vez que veo algo así, los voy a dejar solos: este momento es de ustedes tres’. Nos quedamos así, abrazados. Fue como si siempre hubiésemos estado conectados”, asegura.

El proceso de vinculación fue breve. Durante una semana, todos los días iban a visitar a la niña y el sábado siguiente los autorizaron a llevarla a dormir a su casa. Ya tenía su cuarto armado y la directora del hogar los alertó: “Si llora, porque no durmió nunca sola, me la traen a la hora que sea”. Le pusieron el pijama, le dieron la mamadera, y durmió plácidamente hasta el día siguiente. Llevarla de vuelta al hogar, en cambio, fue un drama: Fer se pasó la noche entera del domingo llorando, y el lunes temprano el juez llamó a Adolfo y Gustavo para preguntarles si podían buscarla. Desde ese día, nunca más se separaron.

Los procesos de adopción están lejos de ser cuentos de hadas. Como todas las familias en construcción, Gustavo y Adolfo pasaron por subidas y bajadas, por momentos de estrés y temores. “Fer nos hizo pasar por todas las etapas de un bebé: dormía de día y no de noche porque tenía el sueño cambiado, tomaba mamadera, aún hoy usa pañales y come sólo comida procesada porque no mastica. Atravesamos distintos momentos, incluyendo la adaptación al jardín y el arrancar con todas sus terapias. Con ella es un día a día”, asegura Adolfo.

Ni bien llegó a la casa del matrimonio, la niña no caminaba sola, pero al mes ya lo hacía por su cuenta. “Con el tiempo, fue logrando muchas cosas. Con decirte que al principio no sonreía y ahora le agarran ataque de risa. Le gusta mucho la música, tiene sus gustos raros: desde Andrea Bocelli pasando por María Martha Serra Lima hasta Horacio Guarany e Isabel Pantoja”, enumera Gustavo. Adolfo suma: “Es muy parecida a su abuela, mi suegra, que es muy fina y delicada. ¡Hasta desfiló para una casa de ropa!”.

Fer va a una escuela especial donde también hace rehabilitación. Como recientemente tuvo una displasia y luxación de cadera, hoy usa una silla de paseo para trasladarse y están viendo cómo evoluciona para evaluar la posibilidad de una cirugía de cadera. Además, tiene sus terapias de psicología, fonoaudiología y kinesiología, entre otras. “En la escuela, con su silla y todo, hace salsa, folklore y zumba. Es una nena feliz que tiene sus berrinches, se aburre, se enoja, juega, nos desafía y demanda, como cualquier otro chico. Todavía no habla, pero aprendió a expresarse”, dicen con orgullo sus papás.

“Es un amor tan grande que no entendés de dónde sale”

Para el matrimonio, el apoyo de su familia fue indispensable durante el proceso de adopción. Adolfo trabaja en el Estado y le dieron apenas cinco días de licencia tras la llegada de la niña a su casa. Como Gustavo lo hace por cuenta propia, pudo acomodar los tiempos con sus pacientes.

“La paternidad te hace tener un amor tan grande que hasta uno mismo no entiende de dónde sale. También nos enseñó a tener paciencia, a ver la vida de otra manera, a ser más tolerantes, a preocuparnos por lo más importante, que desde el primer momento fue Fer, para que pudiera sanar desde el amor”, dice Adolfo. “Aprendimos a no estar pendiente de la mirada del otro, porque por ejemplo cuando ella está contenta es tan efusiva, que grita, y en un primer momento le pedíamos: ‘Fer, tranquila, no levantes la voz, no grites’. Hasta que dijimos: ‘¿Por qué le pedimos eso, sí ella se expresa de esa manera? Es problema del otro si le molesta”.

¿Qué le dirían a quienes están pensando en adoptar? Gustavo les recordaría que, aunque el deseo de paternar es de los adultos, el derecho a tener una familia es de los niños. “Todavía hay mitos sobre la adopción. La realidad es que hay muchas convocatorias públicas de chicos con discapacidad, de niños considerados grandes y de grupos de hermanos. Conocimos experiencias maravillosas, pero la llegada de un hijo siempre es un antes y un después. Hay que ser claros: para ahijar a una persona con discapacidad debemos ser conscientes sobre si estamos o no preparados”, aclara. “No es una tarea fácil y es clave conocer las limitaciones de uno antes de tomar la decisión, porque de eso depende el futuro de un niño”.

Adolfo sumaría otro requisito indispensable: la responsabilidad. “Nosotros elegimos a Fer como hija y ella a nosotros como papás, desde el amor y la responsabilidad, porque desde el comienzo supimos que va a depender siempre de nosotros. También les diría a otros padres que no tengan prejuicios respecto a su orientación sexual o lo que sea. Esto es secundario. Lo central es el derecho del niño de tener una familia, sea como sea que esté configurada”.

Ambos coinciden en que desde el primer momento tuvieron con Fer una conexión única: aunque no es lo que ocurre en muchísimos casos, en seguida se sintieron una familia. Sin embargo, tras una pausa, Adolfo recuerda un episodio que fue clave para él: “Hubo un momento en que tuve una sensación muy fuerte de lo que es ser feliz. Un día la fui a buscar al jardín y la estaba trayendo a casa en su cochecito. Respiré y sentí que el aire me llegaba hasta la fibra más íntima del cuerpo. Tuve una sensación inexplicable, como si mis pulmones se hubiesen abierto de golpe, y dije: ‘Esto es la felicidad’. Verme a mí con un cochecito, con una nena que era mi hija. ‘Ya está, para esto vine: para ser su papá’, pensé”.

Fuente La Nacion

 


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