sábado, 30 de mayo de 2020

LA VIOLENCIA EJERCIDA CONTRA MUJERES CON DISCAPACIDAD


Mujeres con discapacidad y víctimas de violencia de género, "serán ...

LA VIOLENCIA EJERCIDA CONTRA MUJERES CON DISCAPACIDAD
 No todos estamos igualmente expuestos a la violencia. De hecho, las mujeres son mucho más vulnerables a los abusos y malos tratos que los hombres. También las personas con discapacidad son receptoras de mayor número de abusos que las personas sin discapacidad en una proporción de dos a cinco veces más. La confluencia de ambas condiciones en las mujeres con discapacidad, especialmente aquellas que tienen deficiencias severas, dificultades de aprendizaje y de comunicación, hace que se conviertan en un grupo con un altísimo riesgo de sufrir algún tipo de violencia
Entendemos por violencia no solo la agresión física evidente (una cuchillada o un puñetazo), sino también todo acto, práctica u omisión que vulnere los derechos humanos que afectan a la libertad, al desarrollo personal, al bienestar, a la privacidad, a todo aquello que permite que cualquier persona sea y se sienta respetada. No todos estamos igualmente expuestos a la violencia. El género, la pertenencia a minorías étnicas o culturales, los niveles educativos, la edad y muchas otras variables o circunstancias como la discapacidad, inciden significativamente en la probabilidad de ser objeto de actos o prácticas violentas o de sufrir la violencia pasiva que suponen el abandono y la privación. De hecho, las mujeres son mucho más vulnerables a los abusos y malos tratos que los hombres: tanto en España como en otros países de la Unión Europea se barajan cifras según las cuales alrededor del 40% de las mujeres sufren malos tratos físicos. También las personas con discapacidad son receptoras de mayor número de abusos que las personas sin discapacidad en una proporción de dos a cinco veces más. La confluencia de estos factores en las mujeres con discapacidad, especialmente aquellas que tienen deficiencias severas, dificultades de aprendizaje y de comunicación, hace que se conviertan en un grupo con un altísimo riesgo de sufrir algún tipo de violencia. Al pertenecer a dos grupos vulnerables, las mujeres con discapacidad se enfrentan a una doble discriminación y a múltiples barreras que dificultan la consecución de objetivos de vida considerados como esenciales. Tasas mayores de desempleo, salarios inferiores, menor acceso a los servicios de salud, mayores carencias educativas, escaso o nulo acceso a programas y servicios dirigidos a mujeres y un mayor riesgo de padecer abuso sexual y físico son algunos de los rasgos sociales que rodean a la mujer con algún tipo de deficiencia sensorial, física o de desarrollo intelectual. Además de los actos claramente tipificados como violentos, hay que añadir otros más sutiles derivados de actitudes y prácticas discriminatorias. La discriminación en razón de la mayor o menor capacidad física o intelectual de las personas es un acto violento en sí mismo y genera, a su vez, frustración y violencia en la persona que lo padece; si a eso añadimos la discriminación por razón de género, nos encontramos con unos niveles de agresión, violencia y discriminación hacia las mujeres con discapacidad que son completamente intolerables. La ocultación o la ignorancia de estas situaciones contribuyen a que se perpetúen. Esta falta de información revierte negativamente sobre las propias afectadas como sobre los profesionales que atienden servicios de atención e información dirigidos a las víctimas de la violencia o a las personas con discapacidad.
Los datos
Más de la mitad de la población con discapacidad está formada por mujeres. Los niveles de formación y empleo de las mujeres con discapacidad son sensiblemente inferiores a los de los varones discapacitados. Las mujeres con discapacidad encuentran dificultades en que se les reconozca el derecho a la propia sexualidad y a formar una familia. Las mujeres son mayoría en la población con discapacidades.
 Formación
Muchas mujeres con discapacidad se ven privadas de acceso a la educación o acceden a ella de forma limitada. Debido a percepciones tradicionales del rol de la mujer, resulta todavía más difícil convencer a la sociedad -e incluso a muchas familias- de que sus hijas con discapacidad deben recibir formación de la manera más normalizada posible. En muchas sociedades se entiende que la mujer no necesita formación. Si a eso añadimos el hecho de que tenga una discapacidad, el estímulo que reciben por parte de su familia para que accedan al sistema educativo es prácticamente inexistente. De esta manera, el índice de analfabetismo es superior al de los hombres con discapacidad. La formación de las niñas y mujeres con discapacidad aparece como una necesidad que debe ser cubierta para favorecer su plena inserción socio-laboral. “Pero no nos conformamos con un modelo de formación tradicional, sino que exigimos una formación basada en valores de solidaridad y tolerancia, incluyendo la perspectiva de género en la educación. Este es el fundamento sobre el que debe construirse una sociedad abierta y plural”.
Empleo
 Las carencias de formación y cualificación de las mujeres con discapacidad reducen sus posibilidades de percibir ingresos y mejorar su situación. Generalmente existen bajas expectativas acerca de las posibilidades profesionales de las mujeres con discapacidad. Las que trabajan lo hacen, en la mayoría de los casos, en oficios mal remunerados y en situaciones de explotación. Aproximadamente el 17% de la población de la Unión Europea en edad laboral está afectada por una discapacidad. Aunque hay grandes diferencias entre Estados, la tasa media de empleo de las personas con discapacidad en la UE es del 44%, frente al 61% para el conjunto de la población. En datos referidos a la UE, el 76% de los hombres sin discapacidad están empleados, frente a sólo el 36% de hombres con discapacidad. En el caso de las mujeres, el 55% están empleadas, frente al 25% de mujeres con discapacidad. En España la situación es aún más grave. Según la encuesta de 2018, están trabajando el 31,5% de los hombres con discapacidad de entre 16 y 64 años, y sólo el 15,9% de las mujeres. “Las mujeres con discapacidad tenemos el derecho de incorporarnos en igualdad de condiciones en el mercado laboral. Ser mujeres discapacitadas nos coloca en una situación difícil, al quedar aparentemente fuera del marco de lo que se considera productivo, eficaz y económica-
parte de los usuarios.
Matrimonio y familia
También en este ámbito la mujer con discapacidad se ve mayoritariamente discriminada. En una sociedad que tiende a juzgar a las mujeres por su apariencia física más que por su cualidad como personas, las mujeres con discapacidad no encajan en los patrones establecidos. Difícilmente se les reconoce su propia sexualidad. Cuanto más evidente es la deficiencia, más probabilidad tienen de ser consideradas como seres asexuados y privados del derecho de crear una familia, tener hijos, adoptarlos y llevar una casa. Las mujeres con discapacidad experimentan una contradicción entre el rol que se espera de la mujer y el que a ellas se les asigna como personas con discapacidad. Mientras las mujeres en general tienen presión social para tener hijos, las mujeres con discapacidad son frecuentemente animadas a no tenerlos. La esterilización, hecha en la mayoría de los casos sin el consentimiento de la mujer, se ha convertido en práctica habitual, y es frecuente la negación de la adopción de un hijo argumentando “imposibilidad de la madre” para llevar a cabo su cuidado. Una consecuencia de esta situación es que el número de parejas donde la mujer tiene una deficiencia es notablemente inferior a aquellas en las que el hombre padece una discapacidad.
Autopercepción e imagen social
 Como ha puesto de manifiesto el proyecto Metis (Iglesias, M.; Gil, G.; Joneken, A.; Mickler, B.; Knudsen, J.: “Violencia y mujer con discapacidad”. Proyecto Metis, iniciativa Daphne de la Unión Europea, 1998), un elemento clave para la comprensión del fenómeno de la violencia ejercida contra mujeres con discapacidad es el de su imagen ante la sociedad y ante sí mismas. El grado de satisfacción personal que experimenta una persona tiene mucho que ver con su autoimagen corporal. “Necesitamos sentirnos identificados con imágenes del cuerpo que socialmente se consideran adecuadas”. Así, en nuestra sociedad la gordura se ha convertido en algo indeseable y la delgadez se identifica con el éxito. Las mujeres con discapacidad no se libran de la influencia que ejercen esos mensajes publicitarios. Estos mensajes se interiorizan y se establecen relaciones de comparación entre el estándar de belleza y la imagen que estas mujeres tienen de sí mismas, lo que en muchos casos puede provocar un deterioro de su autoestima. Al mismo tiempo, y en función de la percepción que los demás tienen de la discapacidad, se niegan o limitan a las mujeres con discapacidad roles que generalmente son asignados a las mujeres. “No encajar en el molde establecido de belleza o ‘buena presencia’ limita las posibilidades de mantener relaciones íntimas, acentúa las diferencias físicas y daña la autopercepción que tenemos de nuestro cuerpo”. Todo ello provoca que muchas mujeres con discapacidad acaben viviendo su discapacidad como algo negativo, que cercena sus posibilidades de relación y de consideración social. Su existencia gana en invisibilidad, pues al no desempeñar ni encajar en esos moldes tradicionales, dejan de participar en actividades que son normales para sus iguales en edad y sexo (no se las considera en el papel de novias, madres o esposas, se les niegan puestos de trabajo en los que existe un componente alto de
“exhibición” de la imagen, etcétera). En contraste, frecuentemente se realzan elementos de su vida que en personas sin discapacidad serían vistos como normales (estudiar, cocinar, asearse) o se distorsiona su existencia para hacer retratos de vidas extraordinarias o presentarlas como heroicas historias de “superación personal”. Nada de esto es, sin embargo, inevitable. No es la discapacidad, sino los factores sociales y ambientales los que provocan los problemas de autoestima que muchas mujeres con discapacidad experimentan. La autoestima de las mujeres con discapacidades físicas está influenciada más fuertemente por los factores sociales y ambientales que por el hecho de tener una discapacidad. “Las mujeres que trabajaban y que tenían una relación romántica seria, o que nunca habían experimentado abuso físico o sexual, reportaron una autoestima elevada, tuvieran o no tuvieran discapacidades. Entre las mujeres que no trabajaban fuera del hogar, sin relaciones amorosas, o que habían experimentado abuso físico o sexual, las mujeres con discapacidades tenían una autoestima más baja que la de aquellas sin discapacidades” (Estudio Nacional sobre mujeres con discapacidades físicas. Centerfor Research on Women with Disabilities. USA).
La visibilidad necesaria
 La ausencia misma de las personas con discapacidad o su virtual “invisibilidad” en la vida ordinaria, alimenta los estereotipos populares sobre la discapacidad, lo que a su vez contribuye a perpetuar el ciclo de discriminación y exclusión. De la misma manera, la “invisibilidad” de la violencia, activa y pasiva, ejercida contra las mujeres con discapacidad, impide que esta violencia sea combatida de modo efectivo. La batalla de la visibilidad hay que ganarla en muchos frentes. La lucha contra la violencia y contra la discriminación tiene que empezar en el interior del propio movimiento asociativo de las personas con discapacidad, donde las mujeres han jugado, tradicionalmente, un papel secundario. “Más de la mitad de la población con discapacidad está formada por mujeres. Sin embargo, aún nos encontramos infrarrepresentadas, incluso en el propio movimiento asociativo”. Los puestos directivos ocupados por las mujeres con discapacidad son todavía excepcionales y las propuestas que tratan de incluir la perspectiva de género todavía chocan con oposición para su puesta en marcha. Pero esa lucha tiene que llegar mucho más allá. Para ello, es necesario contar con instrumentos que materialicen la igualdad de oportunidades y reduzcan las diferencias entre hombres y mujeres. Para lograr un futuro en el que el límite sea la capacidad, no el género. “La necesidad de poner en práctica políticas que tengan en cuenta la especificidad de la mujer con discapacidad es una de nuestras principales demandas a los poderes públicos, ya que si bien es importante contar con un marco normativo que prohíba las prácticas discriminatorias, se hace igualmente necesario contar con instrumentos que materialicen la igualdad de oportunidades y que reduzcan la brecha entre hombres y mujeres”.
Antonio Jiménez Lara
Nota: extractado del Manifiesto “La mujer con discapacidad, por sus derechos”. Comisión de la Mujer del CERMI. Congreso Nacional sobre Mujer y Discapacidad celebrado en Murcia, España

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