LA
VIOLENCIA EJERCIDA CONTRA MUJERES CON DISCAPACIDAD
No
todos estamos igualmente expuestos a la violencia. De hecho, las mujeres son
mucho más vulnerables a los abusos y malos tratos que los hombres. También las
personas con discapacidad son receptoras de mayor número de abusos que las
personas sin discapacidad en una proporción de dos a cinco veces más. La
confluencia de ambas condiciones en las mujeres con discapacidad, especialmente
aquellas que tienen deficiencias severas, dificultades de aprendizaje y de
comunicación, hace que se conviertan en un grupo con un altísimo riesgo de
sufrir algún tipo de violencia
Entendemos
por violencia no solo la agresión física evidente (una cuchillada o un
puñetazo), sino también todo acto, práctica u omisión que vulnere los derechos
humanos que afectan a la libertad, al desarrollo personal, al bienestar, a la
privacidad, a todo aquello que permite que cualquier persona sea y se sienta
respetada. No todos estamos igualmente expuestos a la violencia. El género, la
pertenencia a minorías étnicas o culturales, los niveles educativos, la edad y
muchas otras variables o circunstancias como la discapacidad, inciden
significativamente en la probabilidad de ser objeto de actos o prácticas
violentas o de sufrir la violencia pasiva que suponen el abandono y la
privación. De hecho, las mujeres son mucho más vulnerables a los abusos y malos
tratos que los hombres: tanto en España como en otros países de la Unión
Europea se barajan cifras según las cuales alrededor del 40% de las mujeres
sufren malos tratos físicos. También las personas con discapacidad son
receptoras de mayor número de abusos que las personas sin discapacidad en una
proporción de dos a cinco veces más. La confluencia de estos factores en las
mujeres con discapacidad, especialmente aquellas que tienen deficiencias
severas, dificultades de aprendizaje y de comunicación, hace que se conviertan
en un grupo con un altísimo riesgo de sufrir algún tipo de violencia. Al
pertenecer a dos grupos vulnerables, las mujeres con discapacidad se enfrentan
a una doble discriminación y a múltiples barreras que dificultan la consecución
de objetivos de vida considerados como esenciales. Tasas mayores de desempleo,
salarios inferiores, menor acceso a los servicios de salud, mayores carencias
educativas, escaso o nulo acceso a programas y servicios dirigidos a mujeres y
un mayor riesgo de padecer abuso sexual y físico son algunos de los rasgos
sociales que rodean a la mujer con algún tipo de deficiencia sensorial, física
o de desarrollo intelectual. Además de los actos claramente tipificados como
violentos, hay que añadir otros más sutiles derivados de actitudes y prácticas
discriminatorias. La discriminación en razón de la mayor o menor capacidad
física o intelectual de las personas es un acto violento en sí mismo y genera,
a su vez, frustración y violencia en la persona que lo padece; si a eso
añadimos la discriminación por razón de género, nos encontramos con unos
niveles de agresión, violencia y discriminación hacia las mujeres con
discapacidad que son completamente intolerables. La ocultación o la ignorancia
de estas situaciones contribuyen a que se perpetúen. Esta falta de información
revierte negativamente sobre las propias afectadas como sobre los profesionales
que atienden servicios de atención e información dirigidos a las víctimas de la
violencia o a las personas con discapacidad.
Los datos
Más
de la mitad de la población con discapacidad está formada por mujeres. Los
niveles de formación y empleo de las mujeres con discapacidad son sensiblemente
inferiores a los de los varones discapacitados. Las mujeres con discapacidad
encuentran dificultades en que se les reconozca el derecho a la propia sexualidad
y a formar una familia. Las mujeres son mayoría en la población con
discapacidades.
Formación
Muchas
mujeres con discapacidad se ven privadas de acceso a la educación o acceden a
ella de forma limitada. Debido a percepciones tradicionales del rol de la
mujer, resulta todavía más difícil convencer a la sociedad -e incluso a muchas
familias- de que sus hijas con discapacidad deben recibir formación de la
manera más normalizada posible. En muchas sociedades se entiende que la mujer
no necesita formación. Si a eso añadimos el hecho de que tenga una
discapacidad, el estímulo que reciben por parte de su familia para que accedan
al sistema educativo es prácticamente inexistente. De esta manera, el índice de
analfabetismo es superior al de los hombres con discapacidad. La formación de
las niñas y mujeres con discapacidad aparece como una necesidad que debe ser
cubierta para favorecer su plena inserción socio-laboral. “Pero no nos
conformamos con un modelo de formación tradicional, sino que exigimos una
formación basada en valores de solidaridad y tolerancia, incluyendo la
perspectiva de género en la educación. Este es el fundamento sobre el que debe
construirse una sociedad abierta y plural”.
Empleo
Las carencias de formación y cualificación de
las mujeres con discapacidad reducen sus posibilidades de percibir ingresos y
mejorar su situación. Generalmente existen bajas expectativas acerca de las
posibilidades profesionales de las mujeres con discapacidad. Las que trabajan
lo hacen, en la mayoría de los casos, en oficios mal remunerados y en
situaciones de explotación. Aproximadamente el 17% de la población de la Unión
Europea en edad laboral está afectada por una discapacidad. Aunque hay grandes
diferencias entre Estados, la tasa media de empleo de las personas con
discapacidad en la UE es del 44%, frente al 61% para el conjunto de la
población. En datos referidos a la UE, el 76% de los hombres sin discapacidad
están empleados, frente a sólo el 36% de hombres con discapacidad. En el caso
de las mujeres, el 55% están empleadas, frente al 25% de mujeres con
discapacidad. En España la situación es aún más grave. Según la encuesta de
2018, están trabajando el 31,5% de los hombres con discapacidad de entre 16 y
64 años, y sólo el 15,9% de las mujeres. “Las mujeres con discapacidad tenemos
el derecho de incorporarnos en igualdad de condiciones en el mercado laboral.
Ser mujeres discapacitadas nos coloca en una situación difícil, al quedar
aparentemente fuera del marco de lo que se considera productivo, eficaz y
económica-
parte
de los usuarios.
Matrimonio y familia
También
en este ámbito la mujer con discapacidad se ve mayoritariamente discriminada.
En una sociedad que tiende a juzgar a las mujeres por su apariencia física más
que por su cualidad como personas, las mujeres con discapacidad no encajan en
los patrones establecidos. Difícilmente se les reconoce su propia sexualidad.
Cuanto más evidente es la deficiencia, más probabilidad tienen de ser
consideradas como seres asexuados y privados del derecho de crear una familia,
tener hijos, adoptarlos y llevar una casa. Las mujeres con discapacidad
experimentan una contradicción entre el rol que se espera de la mujer y el que
a ellas se les asigna como personas con discapacidad. Mientras las mujeres en
general tienen presión social para tener hijos, las mujeres con discapacidad
son frecuentemente animadas a no tenerlos. La esterilización, hecha en la
mayoría de los casos sin el consentimiento de la mujer, se ha convertido en
práctica habitual, y es frecuente la negación de la adopción de un hijo
argumentando “imposibilidad de la madre” para llevar a cabo su cuidado. Una
consecuencia de esta situación es que el número de parejas donde la mujer tiene
una deficiencia es notablemente inferior a aquellas en las que el hombre padece
una discapacidad.
Autopercepción e imagen
social
Como ha puesto de manifiesto el proyecto Metis
(Iglesias, M.; Gil, G.; Joneken, A.; Mickler, B.; Knudsen, J.: “Violencia y
mujer con discapacidad”. Proyecto Metis, iniciativa Daphne de la Unión Europea,
1998), un elemento clave para la comprensión del fenómeno de la violencia
ejercida contra mujeres con discapacidad es el de su imagen ante la sociedad y
ante sí mismas. El grado de satisfacción personal que experimenta una persona
tiene mucho que ver con su autoimagen corporal. “Necesitamos sentirnos
identificados con imágenes del cuerpo que socialmente se consideran adecuadas”.
Así, en nuestra sociedad la gordura se ha convertido en algo indeseable y la
delgadez se identifica con el éxito. Las mujeres con discapacidad no se libran
de la influencia que ejercen esos mensajes publicitarios. Estos mensajes se
interiorizan y se establecen relaciones de comparación entre el estándar de
belleza y la imagen que estas mujeres tienen de sí mismas, lo que en muchos
casos puede provocar un deterioro de su autoestima. Al mismo tiempo, y en
función de la percepción que los demás tienen de la discapacidad, se niegan o
limitan a las mujeres con discapacidad roles que generalmente son asignados a
las mujeres. “No encajar en el molde establecido de belleza o ‘buena presencia’
limita las posibilidades de mantener relaciones íntimas, acentúa las
diferencias físicas y daña la autopercepción que tenemos de nuestro cuerpo”.
Todo ello provoca que muchas mujeres con discapacidad acaben viviendo su
discapacidad como algo negativo, que cercena sus posibilidades de relación y de
consideración social. Su existencia gana en invisibilidad, pues al no
desempeñar ni encajar en esos moldes tradicionales, dejan de participar en
actividades que son normales para sus iguales en edad y sexo (no se las
considera en el papel de novias, madres o esposas, se les niegan puestos de
trabajo en los que existe un componente alto de
“exhibición”
de la imagen, etcétera). En contraste, frecuentemente se realzan elementos de
su vida que en personas sin discapacidad serían vistos como normales (estudiar,
cocinar, asearse) o se distorsiona su existencia para hacer retratos de vidas
extraordinarias o presentarlas como heroicas historias de “superación
personal”. Nada de esto es, sin embargo, inevitable. No es la discapacidad,
sino los factores sociales y ambientales los que provocan los problemas de
autoestima que muchas mujeres con discapacidad experimentan. La autoestima de
las mujeres con discapacidades físicas está influenciada más fuertemente por
los factores sociales y ambientales que por el hecho de tener una discapacidad.
“Las mujeres que trabajaban y que tenían una relación romántica seria, o que
nunca habían experimentado abuso físico o sexual, reportaron una autoestima
elevada, tuvieran o no tuvieran discapacidades. Entre las mujeres que no
trabajaban fuera del hogar, sin relaciones amorosas, o que habían experimentado
abuso físico o sexual, las mujeres con discapacidades tenían una autoestima más
baja que la de aquellas sin discapacidades” (Estudio Nacional sobre mujeres con
discapacidades físicas. Centerfor Research on Women with Disabilities. USA).
La visibilidad necesaria
La ausencia misma de las personas con
discapacidad o su virtual “invisibilidad” en la vida ordinaria, alimenta los
estereotipos populares sobre la discapacidad, lo que a su vez contribuye a perpetuar
el ciclo de discriminación y exclusión. De la misma manera, la “invisibilidad”
de la violencia, activa y pasiva, ejercida contra las mujeres con discapacidad,
impide que esta violencia sea combatida de modo efectivo. La batalla de la
visibilidad hay que ganarla en muchos frentes. La lucha contra la violencia y
contra la discriminación tiene que empezar en el interior del propio movimiento
asociativo de las personas con discapacidad, donde las mujeres han jugado,
tradicionalmente, un papel secundario. “Más de la mitad de la población con
discapacidad está formada por mujeres. Sin embargo, aún nos encontramos
infrarrepresentadas, incluso en el propio movimiento asociativo”. Los puestos
directivos ocupados por las mujeres con discapacidad son todavía excepcionales
y las propuestas que tratan de incluir la perspectiva de género todavía chocan
con oposición para su puesta en marcha. Pero esa lucha tiene que llegar mucho
más allá. Para ello, es necesario contar con instrumentos que materialicen la
igualdad de oportunidades y reduzcan las diferencias entre hombres y mujeres.
Para lograr un futuro en el que el límite sea la capacidad, no el género. “La
necesidad de poner en práctica políticas que tengan en cuenta la especificidad
de la mujer con discapacidad es una de nuestras principales demandas a los
poderes públicos, ya que si bien es importante contar con un marco normativo
que prohíba las prácticas discriminatorias, se hace igualmente necesario contar
con instrumentos que materialicen la igualdad de oportunidades y que reduzcan
la brecha entre hombres y mujeres”.
Antonio
Jiménez Lara
Nota:
extractado del Manifiesto “La mujer con discapacidad, por sus derechos”.
Comisión de la Mujer del CERMI. Congreso Nacional sobre Mujer y Discapacidad
celebrado en Murcia, España
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